OPINIÓN

Un Mundo de Aldeas: La energía

por Arnaldo Esté Arnaldo Esté

Continuamos nuestros comentarios sobre la necesaria transmigración de las ciudades hacia aldeas en el curso de los próximos 50 años.

El humano es mucho más que una carne que digiere energía. Ciertamente más que consumir energía, la humaniza y así, humanizada, regresa al ser y lo hace mundo, que es el ámbito de su existencia.

Dicho de otra manera, el mundo es la porción humanizada del ser, del todo.

Ciertamente, consume energía, pero es mucho más que digestión. En él la energía deviene en constituyente de su corporeidad, de la manera humana de ser, de integrarse. Con esa condición el humano va al mundo y crea instrumentos que son recursos que él ya humanizo.

El humano es un instrumentador de la energía. Desde siempre usó sus manos, sus piernas, sus cabezas… para realizar su voluntad o su necesidad para lograr que algo se viera o cambiara, cosa que los antropólogos han considerado condición diferenciante de los animales y han estado atentos a encontrar esas manifestaciones de uso de instrumentos.

Bien podemos considerar esa capacidad como desencadenante del apasionante proceso de construcción propio del ser humano. Uno con otro, usos de la energía, detrás de los cuales estaba, mayormente, la necesidad de sobrevivir. Necesidad de sobrevivir que lo llevo a crear instrumentos para relacionarse con los otros humanos y con la Naturaleza

Hoy eso sigue creciente y se usa y se buscan instrumentos tanto para “producir” como para usar o vender energía o sus derivados.

Un instrumento es la prolongación de una parte o función del humano para relacionarse, una relación que implica uso de energía. Una piedra, un palo, una lanza pueden ser portadores de energía, así como una rueda, un carro, un robot o autómata.

La ciudad como concentración de personas es, también un concentrador de energía, de producción y consumo de energía. Desde el Renacimiento se aprendió no solo usos variados de la energía sino también a secuenciar su uso: máquinas en las que delegaba una función que luego derivaría hacia otra. Un progresivo desarrollo de instrumentos de funcionamiento secuenciado: la industria

Esto no solo ocurrió con las máquinas sino con la razón. Retomando lo ya aprendido en culturas anteriores, se aprendió a usar la razón en secuencias, en razonamientos y le atribuyo a esos razonamientos fuerza de verdad: la Ciencia.

Estas cosas que pasaron simultáneamente con máquinas y formas del pensar se dio, mayormente en las ciudades. La gente se sintió atraída por espacios en los que podía vivir tanto de las máquinas para producir como de la razón y los argumentos para obtener, legalidad, seguridad, estabilidad en el curso de las relaciones con las máquinas y con las instituciones.

Las ciudades las dieron por crecer y con ellas la producción y consumo de la energía.

Se estableció una relación entre consumo y producción al que muchos comenzaron a llamar progreso.

Irse a la ciudad era progresar. Pero ello implicó consumo creciente de energía que no solo trajo ese progreso sino una manera de relacionarse con el mundo y con la naturaleza que tardó tiempo en llamarse con nombres que ahora son feos: contaminación, cambio climático.

Así, el uso de la razón para producir también creó graves perjuicios: una relación directa entre producción, consumo de energía y daño.

Las cifras son enormes y crecientemente divulgadas hasta el punto de que buena parte de los gobernantes lo reconocen, pero saben al mismo tiempo que su poder tiene que ver con eso, con la producción y el consumo de energía: pareciera ser, entonces, un mal indetenible.

Aquí entran las aldeas, para dentro de 50 años. Un conjunto de unas 20.000 personas que se establecen en unos 20 kilómetros cuadrados y diseñan, transforman o se adecuan a ese espacio y sus condiciones para vivir, disfrutar, procrearse, crear, en intimidad y proximidad con los vecinos y, a la vez generar y consumir energía, dirigir autómatas y robots, como ya comenzó a ocurrir con la peste, transportase solo lo indispensable para ello o para disfrutar de la diversidad.

Cada casa, cada edificio, y desde ya existe la tecnología para ello, no solo podrá producir la energía necesaria para sí, sino regresar el excedente a la red eléctrica nacional.

Esto implica cambios grandes en las maneras de vivir, en el cuido del ambiente, de la propia cultura y tradición. Formas de comunicación virtual se reunirán con las íntimas y presenciales, ahora en desmedro, gracias a bares, clubes, institutos, parques y canchas.

arnaldoeste@gmail.com