Dignidad es tenerse a sí mismo y actuar como sujeto de su propia vida y actividad y recibir el reconocimiento correspondiente. Desde esa condición se participa y activa en el juego social. Se crea y se produce.
La dignidad, como otros valores, se construye y preserva en su ejercicio y es el referente mayor.
La pérdida de la dignidad lleva a la persona, a un pueblo, a la dependencia o a la obediencia engañada. La dignidad se pierde cuando el beneficio recibido no es consecuencia del propio esfuerzo, trabajo o merecimiento.
Así llegó el petróleo. Una riqueza no esperada que otorgará a los gobernantes y privilegiados, además de dinero, poder político y apoyos internacionales.
Se llega luego de 100 años y se realiza como petrofilia o rentismo, cuando un país, apenas en formación, y muertos Bolívar y Miranda sus líderes y gestores principales, portadores de ideas y propuestas tomados de la Independencia de Estados Unidos, la Revolución francesa y la Ilustración, no logra tomar ruta ni proyecto y queda bajo caudillos y dominadores repartiéndose un botín ajeno. Hay unos cuarenta años de confusa democracia que no logra superar esa petrofilia ni establecerse como el proyecto nacional.
Esa condición de dignidad negada es nuestra derrota actual: silencio impuesto, colas para recibir mendrugos, corruptelas con soles que alumbran y la llevan a todas las jerarquías y situaciones.
Con ese agotamiento y malversación del petróleo nos llega la peste y los nuevos repartos del mundo en el que participan grandes corporaciones —Amazon, Google, Facebook, Microsoft– , que en uso de Internet y todos los recursos digitales, penetran en la conciencia y personalidad de la gente para obtener perfiles y características que les permitirán, por ahora, inducir compras y clientelas y luego, pero por el mismo curso e instrumentos, negar la dignidad de la gente e inducir fidelidades, empleos y filiaciones.
Esto ahora crece en los escenarios norteamericanos y europeos y en China con objetivos diferentes, provocando crecientes discusiones sobre ese curso que ya se había pronosticado en el Big Brother, el muy mencionado personaje del libro de Orwell 1984.
La respuesta a esto habrá de venir por vías similares a las que vendrá la crisis general de las ciudades y sus maneras de inducir compras o ventas.
La gente de las ciudades migrará progresivamente durante los próximos 50 años hacia aldeas. Comunidades pequeñas, de aproximadamente 20.000 habitantes, con una proximidad e inmediatez entre ellos que les permitirá una intensa actividad social y al ejercicio de una vida en el cultivo de la dignidad y diversidad de cada quien y de todo el conjunto. Se podrá acceder, además de la información y los recursos de robotización y automatización venidos con Lo digital, a lo obtenido de esa proximidad con los otros, vecinos e inmediatos y al ejercicio pleno de su corporeidad en artes, deportes, encuentros y reuniones, además de estar en continuidad con la naturaleza… cosas ahora negadas en la vida de las ciudades y por los cercos de información y comportamiento impuestos por las grandes corporaciones.