La urbanización, la conformación de ciudades modernas llegó a Venezuela con la coincidencia de la dictadura de Juan Vicente Gómez y la explotación petrolera. Un doble incentivo que provocó oleadas migratorias sin mayores criterios de acogida o diseño urbanístico. Se invadían terrenos en medio de la verticalidad política o la incertidumbre de la propiedad.
A los aledaños de las antiguas y magras ciudades se fue acumulando gente que se estratificaba siguiendo el tiempo de llegada y buscando ingresos petroleros, gubernamentales o de incipientes comercios. Pero en la mayoría de los casos y conciencias, se sembró la petrofilia, el rentismo, la vocación de alcanzar la ventura en el reparto de ese ingreso no bien trabajado, pero ceñidamente gobernado por generales y propietarios.
Esto es muy, muy brevemente la historia contemporánea ya escrita.
Esas oleadas migratorias formaron los barrios, los ranchos y una subcultura en la que la ilegalidad y la ilegitimidad estaba en el ligamen social.
Varios gobiernos abordaron el problema y optaron por construir bloques de apartamentos y viviendas para ser distribuidas o vendidas en precios fáciles a esos conglomerados pobres y de moral en incubación.
Eso ha ocurrido en la mayor parte de los procesos de conformación de las ciudades, pero en Venezuela el petróleo le agregó ritmo y sesgo benefactor al proceso.
Ahora hay explosiones y hay liderazgos, hay pranes, muertes y gente hambrienta.
El gobierno intentó cursos de pacificación populista, ofreciendo autoridad a esos pranes y caudillos a cambio de seguridad para los pobladores. La cosa no prosperó. Los pranes terminaron por romper los compromisos y se alzaron con el manejo de una seguridad rentada y el disfrute de sus tráficos y delitos. Ahora, siguiendo aprendizajes internacionales, se organizan en niveles más avanzados que bien podrían estar escritos, documentados y digitalizados.
El gobierno, enredado en turbios inventos electorales, opta por oleadas represivas que incluyen opositores, ONG y jueces de utilería, sin lograr un control estable. Responden a las osadías pandilleras con ocupaciones y alcabalas y números crecientes de “bajas”, donde los linderos entre represores y reprimidos se difuminan.
La literatura del mundo nos cuenta, en poemas, relatos y documentos esas historias negras de la formación de las ciudades y sus características, y tal pareciera que unas cosas se integran inevitablemente con las otras. En estos escritos vamos relatando como estas que ahora nos preocupan y que en el curso de los próximos 50 años los habitantes de las ciudades seguirán nuevas migraciones hacia aldeas, con baja población y superficie, que presten poco asilo a bandas, protectores y violentos.
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