Continuamos nuestras reflexiones sobre el tránsito de las ciudades a un mundo de aldeas en el curso de los próximos 50 años.
Esto, cercados por la pandemia y en un país bajo dictadura, en miseria, hambre e incertidumbre.
Tal vez las maneras más propias de darse lo humano sean el arte y le religión. El arte como manera de expresión y la religión como manera de explicación.
En ambas actividades el humano se constata en sí mismo.
Recurre al arte para sacarse lo que tiene adentro, para hacerlo de otros.
A la religión para explicar y justificar su propio origen.
Una obra de arte puede contar una historia o simplemente expresar una noción estética o un sentimiento. En esa condición la obra puede decirle al propio autor o a los otros cosas no necesariamente predecibles o intencionales. Lo resultante es una construcción social, una complicidad, no necesariamente confesa, entre el autor y los perceptores. Es una historia de construcciones, de realizaciones que ha cambiado constantemente aun cuando, y sobre todo en las ciudades, se han generado jerarquías y valores vinculados al poder, a ideologías o a coyundas comerciales.
Igualmente han variado y seguirán variando las competencias, habilidades e instrumentos para realizarlo. Ello pareciera indicar que lo que ahora llamamos digital, simplificando mucho las cosas, augura una convergencia de esos instrumentos que impedirá hacer, como ahora aún ocurre, en dividir el arte en disciplinas y campos: escultura, pintura, teatro… en una variedad que no ha hecho sino crecer. Lo digital, necesariamente, transgredirá esos linderos. Pero esas nuevas competencias e instrumentos no invalidarán la historia, lo ya creado o existente.
Los soportes: telas, maderas, piedras, violines, tambores, flautas, mímicas, voces, actuaciones, animaciones, cine animaciones, diseño de las cosas, seguirán existiendo reforzadas por tecnologías que implican conectividad, variedad y acceso múltiple.
La conectividad, Internet en muchos alcances, se seguirá incrementando, lo que traerá mayor logro de información y riquezas y un escape de lo dominante ciudadano, de museos y galerías, universidades, críticos, concursos, sistemas…
La aldea tendrá la necesidad y la posibilidad de buscar y desarrollar medios de autoexpresión, que contribuyan a darle cohesión, intimidad y proximidad a sus habitantes, independientemente de que esas expresiones coincidan o no con las de otras aldeas o espacios nacionales o internacionales. Serán múltiples escenarios o campos de actividad, con relativa independencia, donde podrán surgir y prosperar expresiones artísticas correspondientes, con una creciente diversidad y, desde ella, una mayor calidad. Pero siempre, el aprecio de la obra de arte será subjetiva, atendiendo a los efectos que ella provoca en la comunidad, en la gente. Un ambiente de estímulo, respeto y libertad cuyos logros pueden o no gustar a todos.
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