Una semana de mirar por las ventanas con prontitud para ver y entender. Entre tanto la vista se perdía, en el horizonte una gran cabalgata estremecía los territorios. Al principio solo era un sonido que vaticinaba los cascos de caballos con bríos inigualables. Luego, mientras se acercaban los jamelgos, los latidos del corazón parecían hacerse más perceptibles al oído propio, como si se silenciara todo el entorno y el palpitador residiera fuera del pecho, muy cerca del oído y bombeara al ritmo del galopar de jinetes.
Entre tanto que todo esto ocurría, rastrojos de caña se iban esparciendo por doquier y eran recogidos por un pequeño grupo a pie, se inclinaban una y otra vez en un serpenteo rítmico alucinante. A pesar de que este segundo grupo era más pequeño y menos ruidoso que el primero parecían hacer la labor que les correspondía a una velocidad propia. Luego, casi inadvertidamente otro grupo les proseguía distanciados unos de otros, estos individuos aparecían para tener un espacio aglutinante de cadencia que reflejaba una interesante armonía musical.
Una generación tras otra se presentaba envuelta en energía, ritmo y funciones diferentes con entusiasmo y gracia todos lucían muy seguros de su asignación. Aunque no se comunicaban de forma evidente una especie de esencia era transmitida de unos a otros como se pasan las antorchas encendidas en medio de la densa bruma. Así, la temporada desde el ventanal confundía un corazón anhelante de sabiduría, miraba meditando cuál era el fundamento de lo que se divisaba. De tal manera que pude comprender que la estructura siempre viajaría de una generación a otra como pieza central, pero su esencia se manifestaría de formas totalmente diferentes, propias e impropias, según fuese la óptica del espectador.
Si los ojos pueden ser abiertos al nivel de ver una generación tras otras recorrer el camino y hallar gracia, cuánto más no se hará presente la mano de quien establece todas las cosas más allá de la temporalidad humana de cada individuo. En tal sentido, engendra la libre y concibe para parto la que ofrendó su propia heredad, a fin de asegurar una simiente fértil. Entonces, cada clamor incomprendido es un pujo como de parto que rompe membranas en dimensiones ocultas y derrama sangre de células que han sido programadas para apoptosis.
Benditos los matices que diferencian el paisaje porque es triste el horizonte desabrido de colores. Impunes las alianzas que se esconden de sobriedad y ejecutan una seudojusticia desmedida, no alcanzan a mantenerse fieles a sus propios principios. Ante observaciones exhaustas el alma mira anhelante de la renovación prometida, hilarante de compromiso y confuso de preguntas tantas veces, pero embebido de confianza sin haber visto el final desde el principio.
@alelinssey20