I
Y volvemos a la época de mangos. La que desde hace aproximadamente cinco años está aplacando el estómago de los venezolanos, que viven cronológicamente en el siglo XXI, pero cuya cotidianidad se centra en el siglo XIX. Y ni siquiera en la revolución industrial, sino en la revolución madre de todas las desgracias, la bolivariana.
Llené esta mañana mi carro con potes vacíos para cargar agua, es parte de la cosecha del día, aunque no tengo ningún aljibe cerca, como pudieron tenerlo mi madre o mi abuela allá en Paraguachí. Otra vez apelo a la generosidad de mis amigos, que me acogen en su casa, al otro lado de la ciudad, para que pueda bañarme y recoger agua para poder sobrevivir en mi apartamento en el que llevo 12 días sin servicio. ¿Alguien en cualquier otra parte del mundo entiende este proceso?
Estoy más que segura de que si se cuenta en plena plaza de Bolívar en Bogotá, nadie va a creerlo. Pero esa es la cotidianidad que nos han impuesto. Y yo vivo en la capital, me cuesta imaginar la terrible situación que padecen unos kilómetros más allá.
II
“Doctor, no hay gas en la medicatura. A cada uno nos toca un huevito para la comida, pero como no puedo cocinarlos, se los estoy dando. ¿Usted lo quiere? Porque es que tengo mucho tiempo sin comer huevo y si usted no lo quiere ¿me lo puede regalar?”, le dice la camarera al médico de guardia. Pobre mujer ¿cómo decirle que no?
En las medicaturas rurales no hay fármacos ni insumos médicos. Tampoco hay cómo limpiar las instalaciones. Los médicos pasan días allí, por lo que tienen que llevar materiales para por lo menos lavar el baño, cuando hay agua. La situación no puede ser más insalubre. Esa es la medicina que nos ha tocado, y me quedo corta retrocediendo dos siglos en la historia. Es como cuando se propagaba la peste, con Europa completa metida en el barro, sin agua corriente, sin detergentes, sin antibacteriales, sin asepsia. Me sorprende que no haya más muertos.
Y no hay más fallecimientos porque, como lo he dicho en otras oportunidades, los médicos venezolanos son héroes. Como el equipo que fue capaz de separar a las siamesas en Maracaibo, como los que todos los días se rebanan el cerebro para ver cómo aliviar las enfermedades de los niños o los ancianos sin ni siquiera contar con el tratamiento.
No es nuevo, médicos como Julio Castro han advertido que muchos colegas han tenido que recurrir a procedimientos en desuso para poder salvar vidas. Insisto, es vivir en el siglo XXI cronológicamente, pero cotidianamente en el XIX.
III
Y, entonces, de repente me encuentro con esto en Twitter: Diosdado: Puede faltar lo que sea, pero dinero para la salud de los niños, nunca va a faltar.
Imagino que habla de sus niños, o de los niños de sus hermanos, o de sus primos. No creo que hable de los niños venezolanos.
Hace tiempo que me hicieron una observación que creo del todo pertinente. Hay tres Venezuela, y una de ellas es en la que viven los maduchavistas, que es todo miel sobre hojuelas, porque obviamente tienen las alforjas llenas de todo lo que han robado.
La otra Venezuela es la que está en la mente de los dirigentes políticos. Y digo en la mente porque creo que a veces les falta aterrizar un poco. Siento que en medio del fragor de la lucha pierden el sentido de la realidad que nos aplasta.
Y la tercera se asoma por las ventanas de mi carro, los potes de agua que debo llegar a descargar. La que vive la camarera de la medicatura. La que vive el hombre que engañó su estómago con dos mangos verdes para poder salir a trabajar.
La esperanza se diluye para una mujer que trabaja en el siglo XXI pero vive en el XIX. Pero hay que seguir.
@anammatute
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