La nación son las múltiples historias que sangran más allá de los recuerdos. Son los instantes en donde el desarraigo se sembró en el destino de la patria extraviada. Es el dolor moliendo los sueños que tratan de evadirse envueltos en una lágrima, por lo que abandonamos, una familia fracturada y un país secuestrado por vándalos de la peor especie. Esa es la huella indeleble de la Venezuela actual. La suerte infausta de millones que decidieron buscar otros rumbos ante la cruda realidad de vivir en la vorágine de una pesadilla. Un hombre con las manos llenas de úlceras, producto de caminar en muletas durante cuatro meses y con la enorme dificultad de hacerlo con una sola pierna. José Briceño huyó de Venezuela obstinado de padecer las múltiples carencias que significan las políticas de exterminio de una perturbada tiranía malvada. Corriendo un grave peligro, decidió dejar el hogar para emprender un tortuoso camino lleno de interrogantes e incontables azares en una travesía en donde el riesgo de morir no es una opción exagerada. Atravesar la boscosa y pantanosa realidad del Darién, entre la frontera de Colombia y Panamá, es una prueba mayúscula para cualquier ser humano. Un espacio altamente resbaladizo por lo fangoso del terreno no es apto para la mayoría, menos para alguien con una sola pierna, que con la misma tiene que hacer el doble esfuerzo como si tuviera a disposición las dos extremidades inferiores. Cruzar barriales y ríos en zonas en donde te aguardan lodazales cada vez más grandes. La posibilidad siempre latente de caer en un precipicio tan hondo como sus ganas de avanzar en medio de las contrariedades. Levantarse cada día con renovadas fuerzas a pesar de no contar con alimentos suficientes en una suerte de odisea griega. A veces pasaba días sin probar bocado, en extenuantes jornadas de hasta 32 kilómetros de fuertes caminatas. Dormía en cualquier rincón con el riesgo de ser atacado por algún animal salvaje. De equivocarse, podría haber sufrido una fractura con las consecuencias de no contar con un puesto de socorro cerca. Atravesó aguas contaminadas infectadas con mosquitos proveedores de enfermedades. Un suplicio que llevó a José Briceño a luchar contra todas las dificultades. El amor a sus hijos lo impulsaba como un viento huracanado en donde la fe en Dios le restituía espiritualmente su carencia motora. Un canto de libertad pretendiendo un mejor destino. ¿Sabían que hizo todo este esfuerzo no solo para buscar un empleo y poder sostener a su familia, sino con la intención de obtener una prótesis que el gobierno le negó reiteradamente? Una administración que vive derrochando dinero a raudales desde hace veinticinco años, siendo paladines de la corrupción más atroz, no puede donarle una prótesis a un hombre del pueblo que dicen representar. ¡Cuánto sufrimiento han originado en llevarnos a la desgracia de su socialismo! Han perpetrado el secuestro de los sueños de la gente para devolverlos en pesadilla universal.
José Briceño, con un sinfín de acontecimientos en una travesía increíble, ya está en México para buscar cruzar la alambrada que lo ubique en los Estados Unidos. Atrás quedaron angustias y dolores que tuvo de testigo al infierno del Darién. Huir de su país al no tener la posibilidad de progresar. Esa es la desgracia que llevamos a cuesta todos los venezolanos. Somos víctimas de una dictadura sin escrúpulos.
Su tenacidad se volvió úlcera en sus manos. Una sola pierna resistió la embestida del peligro. Ese férreo carácter de lucha es la luz que ilumina al venezolano. El Darién no pudo domesticarlo, menos llevarlo hasta sus pailas particulares de infierno selvático. Esa entereza lo hará volver para encontrarse con un país libre. Para ello, contará con Edmundo González al frente de la presidencia.
@alecambero