El cine siempre padeció debilidad por las distancias y los exotismos. En sus épocas tempranas, la primera tentación de los productores de las metrópolis fue enviar a los camarógrafos a lugares extraños, a filmar eventos y lugares que despertaran la curiosidad y el asombro de los espectadores, refugiados en la sala oscura. De alguna forma era un atisbo a lo que , en el siglo siguiente conoceríamos como la globalización, el intento y logro de acercar al lugar propio, las lejanías del planeta. El personaje Indiana Jones encarna esta pulsión del cine. Vio la luz en 1981, con “Los buscadores del arca perdida” y la premisa y el personaje eran atractivos. Un arqueólogo aventurero que trotaba por el mundo buscando artefactos de poderes ocultos que corrían el riesgo de caer en manos de un mal metafísico. Eran los nazis, en la primera, los thugs Hindues tres años más tarde en “… y el templo de la perdición”, los nazis de nuevo en “…y la última cruzada”, que liquidó la primera trilogía. Volvió al ruedo en 2008 con “ … y la calavera de cristal”, esta vez en la Amazonía con un talismán en forma de cráneo humano. El problema es que Indiana era un héroe del tiempo por arqueólogo y del espacio y la geografía, por aventurero y sus andanzas tenían que estar ambientadas en los treinta y los cuarenta del siglo XX, porque el mundo tenía que ser ancho y ajeno para que sus aventuras fueran estrafalarias y exóticas. También, como buen mago, las imágenes tenían que correr rápidamente, para que la verosimilitud y el disparate se licuaran más rápido todavía. Indiana Jones solo tiene sentido en un mundo en el cual la globalización, y con ella los parajes, son todavía distantes, no accesibles por Google Earth, o por YouTube. Y sus villanos también tienen que ser perversos ontológicamente (los nazis), o exóticamente (los asiáticos del templo de la perdición, un filme de descarada incorrección política cuyo racismo es inaceptable hoy). Pero al mismo tiempo, sus películas, que descendían en línea directa de las series de los mismos años en que transcurría la acción, tenían un toque de humor y desenfado que , envueltos en el disparate y la baja verosimilitud, hacían de las tres primeras entregas una delicia. Un dato no menor es que en la tercera Sean Connery aparecía como padre del protagonista. En 2008 la misma fórmula empezaba a mostrar sus debilidades, un poco por desgaste lógico, otro poco porque las audiencias veinte años más viejas ya vivían en un mundo globalizado. De nuevo los límites de la fórmula argumental de la serie.
Llega ahora, esta “… y el dial del destino” donde Indiana Jones, se mete con Arquímedes, nada menos. Y, como el mundo ya es mucho más chico que hace cuarenta o veinte años, y las lejanías no asombran a nadie, el viaje no es solo en el espacio sino además en el tiempo. Un tiempo que además ha vuelto viejo a Indiana, aunque el flash back del comienzo lo muestre joven y rozagante. El movimiento sigue siendo el protagonista esencial de todo el asunto y el mal unánime y metafísico encarnado en los nazis sigue estando allí (si se lo piensa una advertencia siempre vigente). Pero algo suena a cansado, tal vez porque la fórmula huele a naftalina, más probablemente porque el pasado, ahora de fines de los 60 ya no es lo que era antes y Jones, jubilado y gruñón no calza los números de su anterioridad juvenil. El libreto parece buscar desesperadamente un bálsamo que refresque la fórmula, y con ella el argumento y los protagonistas. Recurre al melodrama y a los tiempos que corren, con Vietnam como un Moloch de ribetes cuasi sobrenaturales. La época es importante porque Indiana Jones, cansado luego de una vida de trotamundos justiciero, aborda su vejez en medio de un ambiente contestatario. Si antes buscaba con sus acciones justicieras, impedir que el orden del mundo se desbarrancara por los senderos del mal atajando símbolos cristianos de dudosa historicidad, ahora se encuentra con un orden torcido que las nuevas generaciones buscan torcer más todavía. El pasado, las fórmulas ya probadas , los personajes de entregas anteriores, los amigos de correrías no relatadas vienen en su auxilio. Pero el dial del destino parece haber dado su hora. La película se ve con agrado pero , no tiene la magia, el carisma de las tres primeras (a las cuales el espectador le perdonaba todo). No conviene meterse con la filosofía o la matemática griegas. Es tentar al destino.
Indiana Jones y el dial del destino (Indiana Jones and the dial of destiny). EE UU, 2023. Director James Mangold. Con Harrison Ford, Mads Mikkelsen, Antonio Banderas, Karen Allen