Si un país es secuestrado por bandas de mandoneros, disfrazados de gobernantes; y si en ese país gran parte de la vocería formal de la oposición la integran charlatanes malandrosos o palaciegos; entonces hablar de un futuro positivo parece no tener sentido. ¿O sí?
La frontera que separa el presente miserable de un futuro positivo es la hegemonía despótica y depredadora, y su constelación de colaboradores.
La reacción de furia represiva y de veneno destilado en contra de personas que no se doblegan en su lucha por un cambio de raíz, así lo reconfirma.
Los mandoneros y los colaboradores son capaces de todo para mantener los privilegios del continuismo. Lo demostraron con el fraude colosal y ahora con su pretendida validación.
Esa frontera de violencia y destrucción hay que traspasarla. La Constitución formalmente en «vigencia» lo exige y la abrumadora mayoría del pueblo lo anhela.
Un futuro positivo no es un sueño delirante, puede ser una realidad efectiva. El destino de los vándalos es la justicia rigurosa, y la reconstrucción desde los cimientos exige valor y sabiduría.
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