La batalla que perdió la derecha colombiana en los pasados comicios regionales colombianos debe mantenernos en situación de alerta. Porque el peligro que se cierne sobre la dinámica neogranadina como consecuencia de los vaivenes políticos no es concha de ajo.
¿Cuál es la significación real de la descolgada fenomenal que experimentó el uribismo hace una semana? El Centro Democrático recibió una paliza digna de ser examinada con detalle por la significación que ello tiene en un país polarizado hasta su médula. Álvaro Uribe y los suyos perdieron la gobernación antioqueña, la más importante del país y el bastión tradicional del ex presidente y su tolda política, pero además fallaron en alcanzar tanto la Alcaldía de Medellín como la de la capital colombiana. De las 32 gobernaciones, el CD apenas logró para sí la de los departamentos de Casanare y Vaupés. Ello es signo inequívoco de que sus candidatos en las regiones recibieron el impacto de la desafección que el país experimenta en relación con el gobierno de Iván Duque, asunto harto peligroso para él mirando hacia el futuro.
Pero ello no es la razón única del viraje del electorado para alejarse de la derecha. Álvaro Uribe también recibió un castigo personalizado de sus seguidores. Su reputación –es necesario reconocerlo– ha sido lesionada como consecuencia del proceso penal que se le sigue en las altas cortes por manipulación de testigos y fraude procesal.
Lo que sigue, una vez asimilado el vergonzoso e inesperado varapalo, es una imperativa redefinición de estrategias para las elecciones presidenciales de 2022, asunto que involucrará a las fuerzas políticas tradicionales pero al partido de gobierno mucho más que a cualquier otro, porque es sensato esperar que el desgaste pueda continuar acentuándose en los dos años que faltan para las próximas elecciones, si Duque no consigue imponer un muy eficiente golpe de timón. Habría que pensar que un esfuerzo deliberado de diferenciación del uribismo de las políticas y acciones del gobierno de Duque lo que lograría es debilitar aún más a los dos componentes del Centro Democrático. Lo mismo ocurriría si es Duque quien decide poner a un lado a quien fue el artífice de su ascenso a la Presidencia. Delicado ajedrez, pues.
Gustavo Petro podría, eventualmente, sacar ventaja de esta diatriba, por lo que es bueno recordar que en la segunda vuelta de las votaciones presidenciales de 2018, el candidato de la izquierda consiguió armarse de 8 millones de las papeletas y 49% del electorado. Sin embargo, la victoria de Claudia López en Bogotá en estas regionales, al igual que la paliza que su hijo recibió en el Atlántico, pudiera significar que los mejores días del radicalismo izquierdista y del ex guerrillero ya quedaron atrás en Colombia.
Es así como algunos analistas aseguran que el gran ganador fue el “profe” y ex gobernador de Antioquia Sergio Fajardo, porque fue el principal soporte de la gran novedad electoral de esta hora, que es la accesión de López a la Alcaldía de la capital. De hecho, ya lo ponen a correr como candidato a las presidenciales de 2020. Es claro que para que ello ocurra, el programa de la nueva alcaldesa y su bandera anticorrupción deberán hacer una verdadera diferencia en sus ejecutorias, lo que no será fácil con las propuestas económicas y sociales que López exhibió en su campaña. Pero eso es harina de otro costal. También Alianza Verde salió airosa al triunfar en Boyacá, Norte de Santander, Caldas, Cauca, Magdalena, Huila y Caquetá, además del arrase de la capital.
La conclusión es que el mapa electoral colombiano ha virado a raíz de estas votaciones y a cada tolda le va a tocar desempolvar sus estrategias, por un lado y, por el otro, cada ciudadano electo tendrá que esforzarse al máximo para favorecer a los partidos que los colocaron en el camino del éxito.
En síntesis, el corolario de las pasadas votaciones indica que el futuro de Colombia no es a favor de la derecha y que lo pintan, además, color de hormiga.