OPINIÓN

Un fraude anunciado y un pueblo resteado

por Fidel Canelón Fidel Canelón

 

Protesta en la zona de Petare en rechazo a los resultados anunciados por el CNE 

Finalmente, el 28 de julio se hizo efectivo el escenario que más se había manejado: que Maduro y su régimen no aceptarían la derrota y realizarían un fraude contra Edmundo González, el candidato ungido por la contundente mayoría del país. Pese a que ese escenario fue dibujado y analizado hasta el cansancio por dirigentes, analistas y hasta el ciudadano común, no es desacertado afirmar que muchos fueron sorprendidos de que se consumara de una manera tan rápida y grotesca, tomando en cuenta, sobre todo, lo abrumador de la ventaja obtenida por González Urrutia.

Había elementos para pensar, en efecto, que ante una ventaja muy amplia a Maduro no le quedaría más remedio que dar paso a la transición, poniendo, eso sí, todas las condiciones posibles por tener en un puño los poderes públicos, así como por el largo período que mediaba hasta la fecha de asunción del cargo, en enero de 2025 (¿alguien podía imaginar condiciones más favorables para negociar una transición?).  Además, ciertas declaraciones previas, como la de Bernal y la de su hijo Nicolasito, dieron a entender que al menos algunos sectores del oficialismo parecían dispuestos a empezar un nuevo ciclo y pasar a la oposición.

Lo que ha sucedido, sin embargo, nos confirma otra vez que en ciertos regímenes y en ciertas culturas políticas la irracionalidad, el apego al poder y los intereses particulares pueden más que la racionalidad, la sensatez y la consideración del bien público y ciudadano. No en balde, Platón, hace 2.500 años, decía que una de las virtudes principales que debía tener el gobernante era la templanza, esto es, la capacidad de mantener bajo control sus apetencias y deseos. En el libro IX de La República, de hecho, realiza aquel memorable retrato del tirano, a quien califica como el gobernante que somete a los ciudadanos a la esclavitud pero que, paradójicamente, es el peor esclavo que puede existir: el que es esclavo de las pasiones más bajas.

En esta línea, puede especularse con todo fundamento que el 28 de julio Maduro y sus acólitos fueron presa de lo que sucede con los gobernantes que se apegan por largo tiempo al poder y lo manejan arbitraria y despóticamente: pierden todo contacto con la realidad, y no conciben que la sociedad y el mundo puedan existir sin ellos.

Sobre este asunto debe destacarse que, al caracterizar a los regímenes y gobernantes totalitarios, Hannah Arendt señalaba que uno de sus principales rasgos era que construían una ficción que sustituía a la realidad. Eso puede explicar por qué Hitler aseguraba con todo desparpajo el triunfo del Tercer Reich cuando tenía a las tropas aliadas a pocos metros de su búnker en Berlín. Lo mismo puede atribuirse a otros tantos dictadores, como Gadafi y Saddam Hussein, impertérritos y soberbios cuando el mundo se les venía encima. Para no ir muy lejos de nuestras fronteras, ahí tenemos el caso de Strossner, echado a patadas por su propio consuegro después de casi 4 décadas de mando.

De manera que, por sorprendente que parezca, hay razones para suponer que el  domingo 28 Maduro estaba esperando realmente su victoria, o al menos un resultado estrecho que le permitiera acomodar los números a su favor, pese a que conocía sin duda los números de las encuestas serias. Él, como Cabello, Rodríguez, Padrino y demás integrantes fundamentales de la oligarquía roja que maneja el país como un negocio particular, se consideran imprescindibles e inamovibles, pese a haber llevado al país a una escala de destrucción económica y social como nunca antes en su historia.

No puede descartarse, incluso -en el esfuerzo de comprender ese desprecio por la realidad y la confianza exacerbada en el destino personal- que Maduro tuviese la convicción de que los rezos y peticiones realizados durante la campaña a cuanta deidad existente en las distintas religiones, serían oídos y cumplidos. La publicitada escena de él siendo sometido a una especie de lavado espiritual por un pastor evangélico es de esos eventos patéticos y delirantes que protagonizan con cierta frecuencia los gobernantes autocráticos.

De cualquier forma, de lo que no cabe duda es que el régimen, bajo el impulso y la asesoría de quienes tienen pericia como pocos en las técnicas de perpetuarse en el poder (los cubanos de Fidel y Raúl), tenía perfectamente contemplado el escenario de su derrota, y tenía un plan elaborado con toda meticulosidad para declarar su victoria el lunes 29. Siempre que Padrino y el Alto Mando se mantuviesen como guardias pretorianos fieles y cómplices, para Maduro, Cabello y compañía, no era una opción abandonar el poder, más allá de algunos momentos de vacilación de los más moderados (o supuestamente moderados).

¿Qué fue lo que acabó con el plan del fraude perfecto, forjado en sus laboratorios con el apoyo cubiche? Ellos no contaron, sencillamente, con la extraordinaria eficacia de los comanditos que desde hace meses empezó a organizar, con la paciencia del orfebre y un afinado sentido estratégico, María Corina Machado. Fueron más de 600.000 personas que con su presencia e inspiración participaron en todas las etapas del proceso, vigilando el conteo de votos y preservando y guardando las actas, pese a la amenazas y actos intimidatorios que sufrieron de colectivos y funcionarios del CNE.

Los comanditos, funcionando como una estructura en red, ágil, voluntaria y flexible, hicieron trizas la desvencijada y crematística maquinaria del PSUV -con sus milmillonarios recursos de erario público-; siendo rematada esta tarea con la impecable presentación de los resultados en una página web, que demostró al mundo las verdaderas cifras que el CNE no quiso ni ha querido dar -pasada ya más de una semana del evento comicial-. En un verdadero prodigio de sacrificio, gerencia y capacidad técnica, en apenas dos días, el martes 2, se podían ver estado por estado, municipio por municipio y mesa por mesa, las votaciones de los candidatos.

Ahora bien, no se puede pasar por alto, al analizar este fraude milimétricamente preparado, el desafío que implica a la comunidad internacional democrática, particularmente al mundo occidental, y por supuesto a toda la región. Es difícil concebir que las cabezas del oficialismo se hayan atrevido a realizar tamaña transgresión de la soberanía popular y del orden legal -junto con la siniestra ola represiva y de violación de los derechos humanos desatada- sin tener tras de sí el apoyo previo de sus aliados y tutores más importantes, como Cuba, Rusia y quizás también China.

Uno no puede menos que recordar, a manera de comparación, que unas semanas antes de la invasión a Ucrania, Putin fue al imperio amarillo a obtener la venia Xi Jinping, su aliado mayor. Todo apunta a que, de la misma forma, Maduro obtuvo no solo la venia de Cuba y Rusia para dar su golpe, sino que, como sugerimos, ha contado en todo esto con su complicidad y participación activa. Ya son varios los testimonios de la presencia de tropas cubanas, e incluso del Grupo Wagner, en la salvaje represión realizada en distintas locaciones del país, y principalmente en las zonas populares. Si quedaban dudas acerca del segundo, lo acaba de confirmar el presidente Zelenski.

Esto lleva el conflicto venezolano a una escala geopolítica regional y mundial, que si bien estaba latente desde hace años, ahora adquiere el carácter de una amenaza aguda e inmediata a las más importantes potencias del mundo occidental, por una parte, y a la mayoritaria comunidad democrática latinoamericana, por la otra.

Porque ya no se les escapa a estos países que si Maduro consumase su fraude y permaneciese en el poder, millones de venezolanos emigrarán en pocos meses; aparte de que, en adelante, el golpe venezolano sería un precedente funesto para el futuro democrático de la región. Esto se traduciría en un grave cuadro de desestabilización, y sería ingenuo no inferir que particularmente la Rusia de Putin impulsa estos escenarios en cuanto son favorables para sus planes disruptivos del ordenamiento mundial.

Afortunadamente, las últimas horas muestran una América Latina y una comunidad internacional cada vez más proactiva y ganada para impedir la consumación del fraude y apoyar el proceso de transición, de la mano de Edmundo González y de María Corina. Junto con ello, lo más importante es que el pueblo venezolano ha demostrado con creces, el 28 y los días siguientes, que está resteado y plenamente ganado para conquistar la libertad, reunificar a las familias y abandonar el oscuro ciclo autocrático que ha acabado con la paz y el progreso del país durante las últimas cinco décadas.