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Un fragmento de Entre las bocas del dragón y de la serpiente

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Rodolfo Izaguirre proyectado sobre las ropas de Jesús Izquierdo

La poesía crea un estado mental contrario a todo horror y toda barbarie.

Armando Rojas Guardia

Hace unos pocos años leí unos textos escritos por mi querido amigo y maestro Rodolfo Izaguirre, publicados en un libro por la gente buena del Festival Atempo y la Alcaldía de Chacao. Ese libro es una compilación de los discursos que anualmente hace Rodolfo para inaugurar ese festival franco-venezolano de música contemporánea. Me parecieron tan teatrales y me gustaron tanto que me puse la tarea de conocer a su autor y proponerle hacer juntos un monólogo a cuatro manos donde integráramos algunos de esos textos magníficos sobre nuestra venezolanidad y otros que yo llevaba en mi propia faltriquera. Así fue como al tiempo resultó un texto sustancioso, goloso para decir, al que bautizamos con el nombre de Entre las bocas del dragón y de la serpiente, monólogo escrito por el insigne Rodolfo y este amigo suyo.

Estaba Gladys Seco al frente del Teatro Municipal de Petare y hasta allá me fui para saber si sería posible estrenar en ese lugar. Gladys, actriz de las buenas y gestora cultural de las mejores, recibió aquel ofrecimiento como quien acoge a unos pájaros en su patio de granados en flor y allí hicimos el estreno. Luego vino una segunda temporada en el Teatro Luis Peraza, mi casa, la sede del TET, en el año catorce del presente siglo.

Cuando en el teatro se pasa por vivencias plenas como esta, se le suman al recuerdo pasajes de aquellas memorias afectivas, imágenes incandescentes, fragmentos gloriosos de música, miradas inolvidables, pulsiones que te pueden despertar luego en alguna noche lejana y mantenerte en vela contemplativa.

Acordamos que el personaje se llamaría Jesús Izquierdo, viejo proyeccionista de algún cine en Barquisimeto, recluido al momento de la escena en un asilo para ancianos. Entre pasajes de lucidez y otros borrosos, entre gracias, palabras de disparate aparente y visiones delirantes, Don Jesús luchaba contra el alemán, contando su vida y la maravillosa oportunidad que tuvo de contactarse con la poesía, con las artes y, especialmente, con el cine, mitología de lo cotidiano. Vuelto una cinemateca andante y una esponja para los asuntos del país, Don Jesús alcanzó a desarrollar un estado mental contrario a todo horror y toda barbarie.

Decía cosas como: Todo se cae. Y si no se cae, lo tumban… ¡Fuego, fuego, fuego, fuego! Agua, viento, aire… ¡Tierra! ¡Ay, Rodrigo de Triana!… No hay que buscar una lógica o una sucesión lógica que no existe en las cosas, decía Antonin Artaud y contaba que hubo un vampiro que enterró a treinta y dos mujeres en treinta y dos ataúdes igualitos en el fondo de un pozo… ¿De qué era que estábamos hablando? ¡Ah! La mar, el mar… ¿Cómo se dice el mar o la mar?… Ahora soy el hombre invisible y he descubierto algo asombroso: El hombre sin cabeza también es de aquí. Vive aquí y no se ha mudado…

Hacia el final de la pieza, luego de haberle visto el tuétano al país y después de haber hasta cantado y bailado junto al público, Don Jesús Izquierdo, con una escopeta en una mano y el detonador de una bomba en la otra, decía:

—Eso sí, les pido que vayan saliendo, poco a poco, de la sala, por favor…. Pero, todavía no, cuando se los indique. No sean mal educados, no tanto al menos. Antes quiero contarles un cuento más…. No se preocupen, dará tiempo de terminar el cuento y hasta darnos el feliz año antes de que salgan y después sí es que va a sonar este cañonazo… porque hoy es treintiuno de diciembre ¿Cierto? Eso sí, no olviden jamás que el dolor pasa, pero la belleza permanece… ¿Qué? ¿El cuento? Ya viene como un ungüento ¡Ayayay!

Entre la escuela y mi casa había un indigente, un señor de calle que se paraba en una plaza. Se llamaba Hernán y todos lo queríamos, aunque nos metíamos con él para joderlo.

La estatua que había en la plaza se cayó y se le rompió la nariz al prócer que estaba allí. Se la llevaron a repararla y nunca más la volvieron a poner. Así, se quedó sin nariz el prócer y la plaza con un pedestal adonde nos subíamos para hacer de héroes con espadas y todo, y donde también se paraba Hernán, con su baúl de libros y miriñaques al lado, a echar magnéticos discursos magníficamente largos y locos: Doñas y Dones, apenitas y masomenitos, señorcitas y señorcitos, muchedumbre: Comamos poemas. Comamos cuentos. No seamos más carnívoros, ni vegetarianos. Comamos letras, sílabas, palabras. Verbos y sustantivos sobre todo ¡Que muevan a la acción por la vía de las emociones! ¡Al que adjetive le cae la chupa!

El alto costo de la vida nos impide cada vez más, y a un número crecientemente mayor de personas, acceder a los condumios tradicionales, aquellos que nos proveían de sustento ¿Qué broma tan seria! Vivamos entonces ahora, pues, de otros nutrimentos que siempre han estado allí y hasta ahora siguen siendo bienes colectivos. Me refiero al lenguaje, al ingenio, a las letras y, consecuentemente, a la posibilidad de andar más livianos de peso por el contenido del coco. Señores, el pensamiento no pesa nada, señoras. No se permitan sino ser excelsos. El conocimiento no pesa y sacar veinte es una nota.

No más caldos claritos, no más mondongos farragosos, ni sancochos con espinazos de pescado muerto. No más sobre-barriga. Si acaso, una sopa de piedras que hagamos entre todos y todas, y esté hecha de las más hermosas palabras que nos hagan comer, un domingo, por ejemplo: los contenidos, el conocimiento, poemas y cuentos y canciones hasta para chuparle los huesos del alma.

Porque, además, galanas y galones, sepan que ya no somos más descendientes del mono que baja de la mata. No estamos ni por encima del mono ni por debajo del burro ¡¿Hasta cuándo, pues?! ¡Somos dignos, caramba! Seres capaces de volar hasta por encima de las potestades establecidas ¡Y lo vamos a hacer! ¡¡Y vamos a darnos un abrazo lleno de amor común en un acto irreversible de creación colectiva, sobre este suelo morado de flores de apamate, que nos permita un bienestar humano bien bueno!! Más nuevo y más bueno, como para soltar todos los caballos blancos que están acá en este baúl de miriñaques por aprender y piensos por repasar ¡Qué viva el ingenio transformador! ¡Comámosle, señores! ¡Entrémosle a los libros! ¡Vengan que hay para todos! ¡No coman sardinas, no coman huevos, coman cuento, coman poesía y váyanse al cimborrio! ¡He dicho, pero no he terminado! Si como decía Jorge Manrique: Todo tiempo pasado fue mejor; me quedo con el verbo de mi poeta carupanero Enrique Lafontaine que ha dicho: Todo tiempo futuro, más mejor. He dicho.

www.arteascopio.com

 

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