Bajo el lema, Europa, más cerca, el Gobierno de Sánchez asumió la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea el pasado 1 de julio, con la mente puesta más en las elecciones generales que en afrontar y gestionar los grandes retos a los que se enfrenta Europa. Toda una declaración de intenciones que ha quedado en papel mojado y, lo que es peor, ha dañado seriamente la credibilidad e imagen de España en las instituciones europeas.
Porque, el Gobierno de Sánchez no solo no ha dejado de lado la gestión de la presidencia del Consejo, con las consecuencias que eso nos traerá en un futuro próximo, sino que además ha tomado decisiones políticas a nivel nacional (ley amnistía, lenguas cooficiales, negociaciones con un prófugo de la Justicia como Puigdemont…) que chocan de manera frontal con el ideario de justicia e igualdad que promueve la UE desde su constitución.
A Sánchez se le recordará como el presidente de la UE que no respetó la posición firme y unida de la UE en el conflicto palestino-israelí, tratando de dar lecciones a Israel. Un error que no le saldrá gratis a España en sus relaciones con este país y en la lucha antiterrorista, además de mermar nuestra credibilidad como actor internacional.
Pese a la acuciante crisis económica, con muchos miembros de la UE al borde de la recesión, en medio de una guerra en el seno de Europa y otra fuera de nuestras fronteras pero de grandes implicaciones geopolíticas y económicas, ¿qué ha hecho el presidente de turno de la UE? Nada. No solo ha desaprovechado la oportunidad de ensalzar la imagen de España, sino que la ha empeorado. Porque se ha centrado más en la política nacional y en garantizarse los votos para su reelección, que en trabajar por y para los cuatro objetivos que se marcó de manera prioritaria para la presidencia: reindustrializar la UE y garantizar su autonomía estratégica abierta, avanzar en la transición ecológica y la adaptación medioambiental, impulsar una mayor justicia social y económica y reforzar la unidad europea.
En los pasillos del Parlamento Europeo son muchos los que se preguntan si es habitual que el presidente Sánchez anuncie medidas que luego no materializa. Porque les sorprende que no se haga lo que dice que va a hacer. A los españoles no tanto, ya que estamos más acostumbrados a que haga lo que dice que no va a hacer. Más flagrante es aún el 95 por ciento de su intervención en Estrasburgo se centrara en temas de ámbito nacional, lo nunca visto en una intervención sobre las conclusiones de la presidencia. Y menos aún que se utilice a funcionarios de Estado para aplaudirle, hecho que he denunciado a la presidenta de la Eurocámara.
De hecho, el gobierno español apostaba a principios de la presidencia por avanzar en materia de integración y desarrollar herramientas que nos permitan afrontar, juntos, los grandes desafíos de nuestra época. Unos desafíos que pasaban por reforzar nuestra identidad europea y, decían, contribuir con unos valores compartidos. Unos valores comunes que no han tenido en cuenta esta misma semana tras la aprobación de la ley de amnistía, y la entrega a Bildu de la Alcaldía de Pamplona.
A pesar de eso, y de saber que la Comisión está investigando sus decisiones porque han despertado una gran preocupación en las instituciones europeas, Sánchez ha tenido la osadía de calificar como éxito su gestión en Bruselas. Y además, aboga por crear una «unidad en la diversidad y en la adversidad», promoviendo esta semana políticas nacionales que no unen, sino que nos llevan a la división y a una mayor desigualdad. Todo de esta presidencia es una incongruencia: empezando por el lema inicial, «Europa, más cerca», cuando su gobierno llega a pactos que le alejan de las políticas y objetivos de Europa y cuando lo que se está promoviendo desde España es la división, el odio y el ataque permanente a la Constitución y los poderes legítimos del Estado. Lamentablemente, España está más lejos de Europa que nunca.
Artículo publicado en el diario ABC de España
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