Asumir un símil con el país que una vez fuimos deriva siempre en un dolor punzante en el alma, sí, el alma incorpórea, etérea e intangible también duele y ese dolor se percibe de manera lacerante en una suerte de frustración, impotencia, rabia y dolor, que impide que las lágrimas broten para calmar la asfixia sentida por la pérdida de lo que una vez fue nuestro hogar, ese mismo dolor nos hace apretar los dientes y la mandíbula, para contener la saliva amarga de la derrota colectiva y el silencio que produce la rabia, devenida impotencia ante el ejercicio ominoso del poder.
El dolor del alma es esa angustia de querer expresar en llanto desgarrador lo que se siente y no lograrlo, porque la rabia de haberlo perdido todo lo impide, porque la imposibilidad de volver a ese país que murió en la realidad fáctica es imposible y solo podemos aproximarnos a través del mero recuerdo, que lacera, que hiende el dedo en la pústula fresca de una herida que diariamente palpita, en cada enfermo que fallece por falta de medicina, en cada profesor que abandona la cátedra cuando advirtió que es él quien financia una farsa que solo sirve para hacer creer que el régimen es eficiente en materia educativa, cuando en realidad se simula enseñar y, lo más grave, se simula aprender.
Para quienes nos quedamos en este escombro de país la realidad es muy dura, implacable, es una suerte de existencia en donde la amenaza latente es un hecho tangible, real y cotidiano, el cálculo del arresto, de las ergástulas del régimen, que hace insoportable la realidad virtual de los horrores reales recreados en el mundo libre, a través de la “modernidad líquida» (Bauman, 2000), dan cuenta de la inmensa carga de dolor que soportamos día a día quienes vivimos en esta cosa informe trocada en tosco adefesio a lo Hobbes. Estamos condenados a una existencia dura, violenta, inestable y brutal.
Pareciera que del mismísimo Hades surgió José Tomás Boves, parapeteado en una camioneta 4Runner, teñida de rojo sangre carmesí; esa podría ser la definición más exacta del chavismo actual, la imagen de un José Tomás Boves ataviado con finas prendas de vestir y con un celular de alta gama en la mano, la barbarie caudillista del siglo XXI. Nunca tuvo más vigencia ese grito ¡Muera la inteligencia! en la frenética y delincuencial Venezuela de Maduro, cualquier exceso es posible, más si entre nosotros “se mantiene ese nihilismo apestoso de la distopia lúdica denunciada por Huxley, esa que no nos prohíbe leer o informarnos, pero sí estar en contacto con la información por ausencia de interés” (Huxley, 2007).
Somos una sociedad despreocupada hasta la muerte, que se divierte hasta fenecer en medio del horror y del caos. Para quienes se fueron, más de 7 millones, la pregunta diaria es: ¿Cómo llegué hasta aquí, en dónde quedó mi casa, mi carrera, mi trayectoria, mi centro óntico? Estas interrogantes nos conducen hacia la depresión, el desánimo y la desesperanza; la patria es el suelo en donde yacen los huesos de nuestros muertos y hasta eso nos lo han robado.
Expoliados, vaciados de alma, somos una sociedad disfuncional que mueve esta máquina del horror como el rancio aceite que permite seguir en esta inercia dolorosa, la patria perdida, la vida expoliada es un dolor punzante que nos ahoga, que nos impide respirar, llorar, gritar y que subsume el alma, la liquida, la gangrena, la corrompe y la hace indeseable. No hay ningún intersticio en el cual la podredumbre del chavismo no se haya logrado colar, no hay esquina para la recuperación, solo el vaho soporífero y asfixiante de la derrota colectiva, de la brutalidad de ese José Tomás Boves de la modernidad líquida, quien cabalga sobre una 4Runner y goza del erario convertido en botín personal, nos compele el destino y debemos salir de esto, derrotar a la tiranía, abjurarla y educar para que jamás esto se repita.
Finalmente, vivimos enlodados entre tartufos, sicofantes, colaboradores y pillos acomodaticios, comediantes payasos de la coprolalia, pastores de sectas fundamentalistas, líderes gremiales traicioneros con sus principios, políticos movidos por la coima y hasta vedettes que convierten a la mujer en un trozo de carne sin cerebro. Es tan despreciable el cargo de presidente que cualquiera asume que lo puede hacer mejor que este sujeto que saltó de la esterilla de un autobús a la primera magistratura nacional, he allí el drama. El circo electoral, otra simulación, puede ser el 28 de julio o cualquier otra fecha, ya ellos construyeron su oposición a la medida de sus vilezas. Ese es el sueño de cualquier tiranía, el mundo es responsable de este horror que vivimos. Los Acuerdos de Barbados son una engañifa abyecta de esta heredad de gánsteres y la atolondrada oposición aún le sigue haciendo el juego, pues se beneficia de la permanencia de estos trúhanes en el poder. Somos, pues, el fardo sangrante, la placenta yerma de un país que desapareció y que solo vive en nuestros recuerdos.
Referencias
Bauman, Z. (2000). Modernidad Líquida. México: Fondo de la Cultura Económica.
Huxley, A. (2007). Regreso a un mundo feliz. México: Porrua.
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