Edgar García se había graduado recientemente, era ahora un orgulloso abogado de la República. Gracias a la buena relación que estableció durante el 5to año de la carrera con uno de sus profesores, el doctor González, le fue ofrecido un puesto como abogado en uno de los bufetes más grandes de la capital.
El primer día de trabajo fue presentado ante más de 40 abogados que trabajaban en la firma, así como ante algunos de los empleados del personal administrativo. No podía creer las dimensiones de las instalaciones, eran fácilmente 4.000 metros cuadrados en una de las torres ejecutivas más portentosas de la ciudad.
Ese primer día se consumió en inducciones para aprender a utilizar los equipos y softwares, así como llenando formas y suscribiendo contratos en Recursos Humanos. Al día siguiente llegó temprano a la oficina y se dirigió ante quienes serían de ahora en adelante sus superiores a los fines de coordinar el trabajo y sus asignaciones. Le confiaron el análisis de un acto administrativo que había sido dictado por una Comisión de Contrataciones Públicas. Debía examinar los requerimientos del ente, el marco jurídico aplicable y las alternativas que tenía el cliente ante esa decisión del Estado. Sabía que tenía que lucirse, era su primera asignación y no podía fallar, debía revisar con detalle la doctrina y la cambiante jurisprudencia para no cometer errores.
Pasadas las 7:00 de la noche quedaban pocas personas en la oficina. Edgar trabajaba en un cubículo relativamente cómodo, tres paredes y media sin techo, en todo el centro de la oficina, que era de forma rectangular, con un pasillo a cada lado y varios corredores transversales. Por lo tanto, podía escuchar todo lo que ocurría a su alrededor. A las 8:00 de la noche parecía que se había quedado solo en la oficina; sin embargo, cada tanto se podía escuchar el uso de un teclado, alguien escribiendo. Eran ya las 9:00 de la noche y Edgar pensó que era suficiente, decidió retirarse, pero antes observó los pasillos para verificar si quedaba alguien. La regla era que el último en salir apagaba la luz. Cuando regresó a su cubículo para agarrar sus cosas e irse, escuchó de nuevo a alguien escribiendo en un teclado, volvió a asomarse, pero no parecía que hubiese alguien.
Caminó hacia la mitad del pasillo para tratar de identificar si efectivamente estaba solo, pero no escuchó ningún otro ruido.–Quizás fue otra cosa– pensó Edgar y decidió retirarse. Un par de días más tarde estuvo trabajando hasta las 9:00 de la noche, ya estaba listo para retirarse cuando sintió que alguien estaba al lado de su cubículo, se asomó y vio a una de las socias de la firma, la doctora Linares, parada en el pasillo derecho escribiendo un mensaje de texto con su celular.
—Buenas noches doctora –dijo Edgar
—¡Ay!- exclamó asustada la socia
—Todavía hay gente aquí, yo pensaba que era la única, ya te iba a apagar la luz, ¿tú la apagas?
—Sí, doctora, no se preocupe.
Edgar se quedó un momento revisando nuevamente lo que había redactado durante el día para verificar que no hubiese ningún error. Mientras leía su informe de casi diez páginas escuchó el golpeteo de un teclado
—¿Será que la doctora sigue aquí?– pensó.
Cuando estaba por concluir sintió que alguien pasaba por el pasillo izquierdo de la oficina. Se asomó, pero no vio a nadie. Dio un último vistazo al pasillo que lucía completamente desolado y se fue. Llegado el viernes, Edgar se acercó a la cocina para tomarse un café, era un punto de encuentro todas las mañanas. Allí estaban otros abogados jóvenes que lo saludaron, se acercó para socializar un poco y escuchó que una de las abogadas decía:
—Sí, yo no me quedo más hasta tarde –comentaba Gabriela mientras su compañero Alfredo sonreía.
—¿Te has quedado hasta tarde, Edgar? -preguntó Alfredo
—Bueno, sí, he tenido que quedarme hasta tarde un par de ocasiones, ¿por qué? –los demás sonreían
—¿No has escuchado nada, alguien escribiendo o algo así?
—Bueno, ya que lo mencionas, sí, pero ¿por qué, de qué se trata? –preguntó Edgar
—Hay quienes dicen que es un fantasma –respondió Gabriela
—¿Un fantasma?–replicó Edgar con una sonrisa como del que no se toma en serio un comentario de ese estilo
No se habló mucho más del tema ya que era hora de regresar a trabajar, comenzaba el último día de la semana y había que culminar todas las asignaciones pendientes. Como era viernes, los empleados y socios se retiraron más temprano. A las 6:00 pm la oficina estaba casi vacía. Edgar tenía que terminar de registrar todas sus actuaciones en el software de facturación, no podía retirarse hasta no culminar pues de ese registro se emitían las facturas a los clientes el lunes en la mañana. Eran ya las 7:00 pm y estaba a punto de terminar, pero mientras revisaba sus registros la luz se apagó
—¿Qué pasó?– se preguntó Edgar. Mientras se levantaba de su silla escuchó que la puerta principal se cerraba. Entonces pensó que alguien había salido y como supuso que era el último pues apagó la luz. Edgar se acercó al interruptor y volvió a encender la luz para terminar rápido e irse. Mientras recogía sus cosas escuchó una vez más lo que parecía una persona escribiendo con un teclado
—No puede ser –pensó Edgar– pero si ya no hay nadie aquí.
Se levantó nuevamente y decidió caminar por el pasillo derecho de donde parecía que venía el sonido del teclado, de repente dejó de sonar. Cuando Edgar estaba por darse vuelta e irse, volvió a escuchar el teclado y otro ruido, como un zumbido. Se metió lentamente por uno de los corredores centrales, se asomó con algo de temor hacia uno de los cubículos, pero no había nadie.
—¿Hay alguien aquí? –preguntó en voz alta, pero nadie respondió.
Decidió irse. Edgar estuvo pensando toda la noche en el supuesto fantasma, así que decidió investigar por Internet un poco más de la firma de abogados donde estaba trabajando. Las primeras páginas que arrojó Google solo hablaban de los premios y reconocimientos de la firma, no había nada inusual, pero luego de varias páginas vio una noticia sobre un abogado que se había suicidado seis meses antes. Abrió la página y para su sorpresa se trataba de un abogado de la firma, un tal Cristóbal Delgado, pero no había más información sobre el suceso; sin embargo, la fotografía que retrataba a Cristóbal en blanco y negro le resultó extraña, la mirada penetrante de ese abogado lo perturbó.
Esto comenzó a generar algo de paranoia en Edgar, ¿será que el ánima de este abogado sigue en la oficina?
Llegó el lunes y Edgar tenía la intención de quedarse hasta tarde tuviera o no trabajo por hacer, había que resolver el misterio. Así, pasadas las 8:00 de la noche, se quedó un momento sentado en su cubículo escuchando con atención, luego de algunos minutos sin escuchar nada se paró de su asiento y se acercó al pasillo, de repente comenzó a escuchar el golpeteo del teclado. Decidió recorrer los pasillos y corredores buscando la fuente del sonido. Cada tanto, sentía que alguien o algo pasaba por el pasillo opuesto, como si una persona salía apresurada de la oficina, pero no veía a nadie. Finalmente, el temor se apoderó de Edgar, quien decidió que era mejor irse. Tomó sus cosas y cuando cruzó hacia el pasillo derecho, con el rabillo del ojo vio una sombra en el primer cubículo a la derecha. Edgar se detuvo en frío
—¿Vi a alguien? — se preguntó. Edgar estaba lo suficientemente nervioso como para dudar si debía o si más bien quería corroborar esa sombra. Decidió acercarse y cuando se asomó vio a Gustavo, el jefe de Sistemas de la oficina.
—Gustavo, cómo estás- preguntó Edgar
—Epa, todavía hay gente aquí, pensaba que estaba solo- respondió Gustavo -Sí, bueno, ya me iba, estaba corroborando si quedaba gente, me pareció oír a alguien usando un teclado ¿serías tú?–
—Pues no, no he usado el teclado desde hace rato— respondió.
Gustavo percibió una mirada extraña en Edgar y le preguntó:
—¿Crees que hay alguien más?
—Pues no estoy seguro –contestó Edgar– pero sí escuché un teclado varias veces, me asomé en todos lados y no vi a nadie, quizás son ideas mías.
Gustavo decidió ir a corroborar, recorrieron a paso ligero los pasillos, efectivamente no había nadie. Hubo un corto silencio cuando de repente comenzó a escucharse el golpeteo de un teclado.
—¿Escuchaste? –preguntó Edgar
—Claro que escuché –respondió Gustavo.
Siguieron el sonido, caminaron hacia la mitad del pasillo, cruzaron hacia uno de los corredores siguiendo siempre con atención el ruido. Cada tanto el sonido se detenía, como si el que estaba usando el teclado se detuviera a pensar y luego retomaba la mecanografía.
—Creo que viene de uno de estos cubículos– sostuvo Gustavo, quien siguió atentamente la fuente del sonido.
Finalmente, se metió en un cubículo y exclamó: ¡Es aquí!
Edgar se acercó y Gustavo le explicó:
—Es el PC, debe tener algún problema, la persona no apagó la computadora, está generando sonidos, deben ser los condensadores o bobinas de los circuitos electrónicos, eso genera un efecto piezoeléctrico.
Edgar lo miraba como si le estuvieran explicando matemáticas aplicadas, Gustavo replicó:
—Es una vibración mecánica en los cristales del condensador, lo que produce ondas de alta frecuencia que el oído interpreta como zumbidos o pitidos.
—De modo que eso es lo que ocasiona un ruido que pareciera un teclado –contestó Edgar con cierto tono de alivio.
—Pues sí, debe ser eso –expresó Gustavo– hay que revisar este PC y decirle al abogado que trabaja aquí que tuve que tomar su computadora. ¿Quién trabaja en este cubículo?
Edgar se asomó en la entrada del cubículo, donde están los nombres de los ocupantes y leyó:
—Cristóbal Delgado.
FIN
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