Hubo un momento en la más reciente etapa de nuestra historia política, poco antes o inmediatamente después de la caída del régimen despótico de Marcos Pérez Jiménez en que comenzamos a disfrutar de la presencia de ciudadanos. No sé, ciertamente, si fue durante el gobierno de Isaías Medina o gracias a los intolerantes desafíos de Rómulo Betancourt. Pero llegamos a sentirnos ciudadanos del país venezolano. Dejábamos atrás o, al menos, iniciábamos el camino hacia adelante que nos alejaba del país primitivo de los caudillos que proliferaron a sus anchas durante todo el siglo XIX, obligando a una hambrienta y esmirriada población a escuchar la única y áspera voz de mando de la nefasta persistencia militar que aún sigue viva bajo el socialismo del siglo XXI.
Estoy por creer que el menguado aunque altanero discurso de Hugo Chávez no se dirigía a los venezolanos sino a los países latinoamericanos, desde Colombia para abajo, abrazando a Ecuador, Perú, Paraguay, Brasil, Bolivia, exceptuando tal vez a la Argentina que se hizo a sí misma con el apoyo de una inmigración europea calificada. ¡Argentina merece atención! Geográficamente está mal situada, al fondo, muy lejos de la calle real por donde transitamos los venezolanos. Argentina tiene que gritar para ser escuchada. !Nosotros no! Nos basta con estar y creemos asegurar nuestra presencia. Argentina tiene que hacer señales de humo, gesticular, agitar banderines, bailar tango para que la vean. Se encuentra en la profundidad americana. Pero el venezolano, a diferencia de los países andinos o del altiplano, no besa de rodillas el anillo o la mano del obispo, porque tampoco la tiende monseñor con intención de envanecerse a cada instante. El venezolano no se humilla ante el taita o el padrecito; no se arredra ante el patrono o el magistrado; no habla de usted, tiende a ser ciudadano. En el resto del continente se ven obligados a languidecer antes de lograr la entrevista con el poder. El poeta y periodista colombiano José Pubén quedó pasmado de estupor cuando entrevistó a Uslar Pietri no en las oficinas de ARS sino abajo en la calle, en la cafetería, y Uslar le daba cariñosas palmadas en la espalda diciendo: !Amigo Pubén! ¡En Bogotá eso es imposible!
Lo que hizo Chávez fue aplastar las instituciones del país y clausurar nuestra vocación democrática disolviendo su carácter ciudadano para que su desaforada conducta se ajustara a una realidad política, social y cultural que dejaba de ser nuestra. Su discurso no estaba dirigido a mí. Estaba dirigido a los tristes habitantes de Latinoamérica.
Los venezolanos que vimos llegar a Hugo Chávez gesticulando como si fuese un desafortunado Zeus vociferante creímos perder la reciedumbre ciudadana, pero reconozco que la estamos recuperando cada vez con mayor decisión y tenacidad a medida que se suceden los desdichados fracasos del régimen y se descubren sus contubernios terroristas y sus manejos con el narcotráfico.
En lo único que disiento del venturoso e inobjetable plan de Gustavo Coronel de fabricar ciudadanos cumpliendo un tiempo de al menos dos generaciones de novedosa educación con el propósito de prescindir de los “habitantes” es en las cifras de ciudadanía que distribuye porque sostiene que apenas son 2 millones los criminales que maltratan al país. Personalmente creo que deben ser 5 veces más si reunimos a los enchufados que al mismo tiempo que chupan y roban se declaran opositores. Son más detestables porque tienen conciencia de su desventurada y maltrecha ciudadanía.
No pretendo endiosarme, pero tengo conciencia de mi ciudadanía. No soy un “habitante”, tampoco quiero ser considerado como un “usuario”. Nunca quise que me confundieran con un burócrata del Conac sino como un hombre de cultura. Y me tocó conocer a un presidente del Conac que creía que los bailarines usaban zapatillas de punta que están destinadas exclusivamente a las bailarinas, y a un ministro de Fomento que no tenía la menor idea de los valores cinematográficos y me echó a patadas de su despacho. La ignorancia de los dos funcionarios revelan que carecían de cultura y de ciudadanía. Tendrían que ser los primeros en ser atendidos en la fábrica de ciudadanos que propone Gustavo Coronel.
Chávez tuvo que liquidar a los verdaderos ciudadanos del país, demoler las instituciones y arrasar con la cultura para que su discurso anclara y se ajustara al país que él convirtió en atrasada región latinoamericana que besa la mano del poderoso, rinde pleitesía al mandamás y rebusca en la basura algo qué comer.
Durante toda mi vida útil me empeñé en ser ciudadano. Gasté buena parte de mi energía enfrentado a un Estado que me obligaba a ser funcionario obediente, es decir, a ser un mal ciudadano. Un Estado que me robaba haciendo trampas cada vez que declaraba mis impuestos sobre la renta. Aturdido, desesperado pregunté una vez si era posible demandar al Estado por obstaculizar mi trabajo, por detener el avance de mi propio vigor cultural y me dijeron que desistiera, que no era posible. De esa manera fuimos preparando y abonando la delirante ferocidad populista y latinoamericana de Hugo Chávez cimentada luego por la impresentable cohorte mafiosa que se apoderó del país aplastando cualquier asomo de ciudadanía.
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