Estuve donde “Franco” el emblemático sitio de venta de hamburguesas y arepas de Maracaibo. La mala suerte que siempre me acompaña hizo que me pillaran algunas personas que veían el programa de televisión que hacía en Global TV junto con Francisco Rojas y que me escuchan en la 102.9 de LUZ.FM y me increparon de la siguiente manera: “¡Aja! Arenas, Arenitas, comiendo arepas y hamburguesas de 60.000 bolívares, mientras el pueblo sufre de hambre”. Les juro que me dio agrura, que tuve pesadillas toda la noche y todavía cuando me levanté en la mañana tenía el agrio sabor del repollo en mi boca, y pensé: ¡Carajo!, es que ahora ni siquiera uno puede comerse una vaina con tranquilidad sin esconderse, no vaya a ser que te califiquen de…
Entonces me acordé de otro hecho, que evidencia la naturaleza de nosotros hoy: hace algún tiempo en la villa donde viví durante mucho tiempo, por alguna razón atribuida a un sinfín de causas, que no se si eran o son ciertas, no se le interrumpía la electricidad.
La villa era una especie de isla rodeada de oscuridad por todas partes. Los vecinos que quedaban sin luz durante varias horas al día, al principio eran dos, después cuatro, luego seis y recientemente hasta ocho y diez horas (ahora también incluye la villa donde yo tenía mi residencia), protestaron enérgicamente, y los vecinos elevaron una carta a Corpoelec no para resolver el problema que a ellos les afectaba. Los vecinos afectados por el racionamiento eléctrico decían que tal situación no era justa. No pueden haber vecinos con luz y otros no, que el sufrimiento tenía que ser igual para todos; por lo tanto, solicitaban que les quitaran la electricidad, de lo contrario ejercerían acciones contra los pobladores de la villa.
Todo esto viene a cuenta porque en días pasados al diputado Stalin González, que se encontraba en la capital norteamericana en una misión parlamentaria, se le ocurrió por la noche, y libre de compromisos, asistir al juego de pelota entre los Nacionales de Washington y los Cardenales de San Luis.
Válgame Dios. La furia de los mismos de siempre se ha hecho sentir: “Cómo es posible, que mientras los venezolanos sufrimos las calamidades que este régimen nos ha producido, el diputado se divierta viendo un juego de las Grandes Ligas”; otro, este maracucho para más señas, escribe: “En lugar de estar viendo un juego de las Grandes Ligas el diputado debe venirse a Maracaibo para que comparta nuestro sufrimiento”.
Leo los mensajes que no están llenos de insultos procaces no solo contra el diputado González, sino contra toda la oposición organizada en los partidos y la que hace vida en la Asamblea Nacional.
Es que algo cambió sustancialmente en el venezolano, que ha sido mucho más profundo que los estropicios generados en la economía, que ya es mucho decir. Más profundo que el deslave institucional que se ha producido y donde las instituciones democráticas son apenas una metáfora. Ese cambio sustancial que se ha producido es en los valores del venezolano, en su carácter, no sé si se podrá decir, pero ha cambiado la naturaleza y el alma del venezolano. De aquel pueblo generoso, alegre, servicial, no queda mucho, por más que cantemos el “Alma llanera” y lloremos cuando Yulimar Rojas sube a algún podio y escuchamos el Himno Nacional; el socialismo del siglo XXI ha producido un daño mayor que los descritos cotidianamente en la economía y en el sistema político.
Aunque suene terrible, hoy somos un poco torvos y patibularios. Ahora se ha constituido un grupo nada despreciable de gente que hace vida en las redes sociales que critica a alguien porque se divierte, porque se toma una cerveza, porque se come una arepa y no la moja con lágrimas pensando, mientras se la come, en el pobre hombre que hurga en la basura, como si la culpa de los terribles padecimientos que vivimos fuera del que va a un juego de beisbol, aunque sea diputado opositor; después de todo, el diputado también vive, come, tiene hijos, mujer. Tampoco es culpa del que se toma una cerveza el viernes por la noche o va al cine a ver El Guasón y la disfruta. Después de todo, el país sigue, la vida de la gente sigue.
Ahora tendremos que vivir con sumo cuidado de encontrarse con estos “macarras de la moral”, pues llegará el momento en que para ser aceptado por esa minoría con pretensiones de mayoría uno tiene que disfrazarse permanentemente de sufridor ardiente, pues el país así lo reclama.
Qué vaina…
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional