A veces, a lo mejor muchas, aparecen galimatías políticos que a uno lo desconciertan, en términos absolutos. Un ejemplo. Al parecer Estados Unidos y Venezuela, con casi un cuarto de siglo de batallar arduamente, de repente –al parecer– aparecieron unos señores enviados por el amigo Joe a conversar con Maduro, delincuente por el que ofrecen millones por su captura, como por cualquier cuatrero del viejo oeste en nuestras películas de vaqueros. Dura ofensa.
La conversa parece haber dado frutos. Intercambio de dos sobrinos del presidente venezolano, condenados por narcotráfico, por unos ejecutivos petroleros. Negocio turbio, bueno casi todos lo son. Pero este era solo el abrebocas para la cena posible, después de los suficientes acercamientos y olvidos, ésta a base de petróleo, del cual está tan necesitado Occidente. La causa es evidente y hasta aquí no hay mayor enigma, la guerra de Ucrania y la reyerta por el petróleo ruso.
Lo que a mí me traumatiza es que Maduro parece estar coqueteando con los dos encarnizados enemigos. Por una parte mucho le convendría que le levantaran algunas o todas las sanciones colectivas y las aplicadas a los compañeros, más de un centenar de sancionados por toda clase de villanías, desde el robo al narco, pasando por el sadismo contra los derechos humanos. En el caso del petróleo, y todavía por un buen tiempo –¿no es así Greta?– se podría soñar con otra gran Venezuela, como la de Pérez. Hasta aquí vamos en línea recta.
Pero el rollo surge cuando nos percatamos de que Putin y Maduro no solo se aprecian fraternalmente, sino que tenemos unas cuantas deudas con Rusia, que generalmente hay que pagar. Y ya se le han hecho al menos las reverencias y las declaraciones pertinentes para garantizarle nuestra fidelidad y sumisión. A lo cual yo sumaría nuestra devoción a China y la no tan, pero tan, obvia de esta a Rusia, pero muy suficiente digamos. De manera que estamos entre dos frentes, realmente antagónicos. Y dos promesas a futuro, ambas tentadoras, que nos obligan a escoger. Porque ciertamente los dos no parecen posibles, así el mundo de los negocios sea inefable.
Y los dos caminos van caminando, a la chita callando. Esa es la cuestión, el rollo al que aludía, mi desconcierto. Y no se puede apelar a fidelidades ideológicas. Porque Rusia es más bien fascista, los chinos bisexuales y los gringos los enemigos eternos de los bolivarianos (de bolívar con minúscula). ¿Entonces?
Habrá que esperar y guillar. Que por lo visto no tiene nada de tan torcido; Capriles (Henrique) dice, con milenaria sabiduría, que no hay que tratar de hacer cosas muy redondas, perfectas. Un pasito para aquí y otro para allá, cohabitar.
Pero, insisto, Nicolás Maduro tiene ante sí dos caminos divergentes, un dilema duro. Esos tipos son muy grandotes y nosotros más bien pequeños y si a ver vamos de mentalidad actual más bien de cuartel, como diría Bolívar, con mayúscula esta vez.