El debate de candidatos a vicepresidentes de Estados Unidos, entre J. D. Vance y Tim Walz, dejó un sabor inusualmente «normal» en un panorama político donde las confrontaciones suelen estar llenas de interrupciones y ataques personales.
Este primer y único cara a cara entre los aspirantes a la vicepresidencia de Donald Trump y Kamala Harris fue, en muchos aspectos, una oportunidad para contrastar estilos y visiones de país sin desbordes emocionales. Sin embargo, quedaron expuestas profundas divisiones políticas que reflejan el clima polarizado que vive la nación del norte.
Lo primero que llamó la atención fue el tono respetuoso del intercambio. Vance, senador por Ohio, se presentó como un orador articulado y sereno, pronunciando correctamente el nombre de la vicepresidenta Harris, un gesto que contrasta con la retórica agresiva habitual de Trump.
Vance evitó los ataques personales hacia su oponente, algo que suele caracterizar los debates contemporáneos. A su vez, Walz, gobernador de Minnesota, logró plantear un discurso contundente en torno a temas como el aborto, la seguridad fronteriza y el legado de Trump en la insurrección del 6 de enero de 2021.
El momento más agudo surgió cuando Walz confrontó a Vance sobre el ataque al Capitolio Federal del país, tras las elecciones de 2020. La pregunta directa de Walz —“¿Perdió Trump las elecciones de 2020?”— buscaba obligar a Vance a posicionarse sobre un tema que ha sido central en la narrativa trumpista. Sin embargo, Vance esquivó la cuestión, respondiendo con un evasivo «estoy centrado en el futuro».
Este intento de evitar una respuesta clara fue calificado por Walz como una “respuesta condenatoria”, dejando en evidencia la dificultad de los republicanos en desvincularse de las contradicciones de Trump sin alienar a su base de votantes.
Vance aprovechó el debate para atacar la gestión de la frontera de la administración Biden, donde la candidata presidencial Kamala Harris es vicepresidenta. En contraste, Walz arremetió contra Trump por bloquear acuerdos bipartidistas que podrían haber fortalecido la seguridad fronteriza.
Uno de los puntos más polémicos del debate fue la discusión sobre el aborto, donde Walz se mostró firme en la defensa de los llamados derechos reproductivos. El gobernador de Minnesota argumentó que el derecho al aborto debe ser considerado un tema de derechos humanos y no un asunto de legislación estatal, aludiendo al aumento de la mortalidad materna en estados como Texas tras la implementación de severas restricciones.
Vance adoptó una postura más cauta, insistiendo en que las decisiones sobre el aborto deberían quedar en manos de los estados, lo que refleja una clara diferencia con Trump, quien ha mostrado ambigüedad en su posición sobre una prohibición nacional.
En política económica, ambos candidatos se encontraron en un terreno algo más neutral. Tanto Vance como Walz coincidieron en la gravedad de la crisis de vivienda y en la necesidad de encontrar soluciones para abordar la violencia armada, aunque las respuestas propuestas por cada uno fueron diferentes.
La convergencia de ambos en la necesidad de aumentar la seguridad en las escuelas, aunque necesaria, dejó un vacío en cuanto a soluciones reales.
Lo que resulta más interesante del debate es lo que no se mencionó. A pesar de la escalada de tensiones entre Israel e Irán, y la guerra en Ucrania, estos temas apenas ocuparon espacio en el debate. Esta omisión denota el enfoque casi exclusivo en cuestiones internas, un reflejo de cómo los temas de política exterior han perdido protagonismo en el discurso político estadounidense actual.
Lo más destacable fue el regreso a una forma más civilizada de debate, un fenómeno raro en la política contemporánea de Estados Unidos. Aunque las diferencias entre Vance y Walz son abismales, ambos lograron mantener una discusión sin caer en el espectáculo de agresiones al que estamos acostumbrados.
Sin embargo, los analistas de ambos bandos creen poco probable que este debate tenga un impacto decisivo en la carrera presidencial, especialmente considerando que la atención sigue centrada en las figuras de Trump y Harris.
Al final del debate, la escena de ambos candidatos estrechándose la mano y charlando junto a sus esposas recordó a una época en la que la política estadounidense podía ser apasionada, pero también respetuosa. Aunque los temas abordados siguen dividiendo al país, este evento ofrece una pequeña esperanza de que, al menos en algunos espacios, es posible discutir diferencias ideológicas sin que las conversaciones se conviertan en batallas personales.
Si bien este debate no cambiará el rumbo de las elecciones, marcó un momento de respiro en medio de una campaña ferozmente polarizada. Eso lo agradece el electorado y debería ser lo “normal”