A las numerosas imágenes fotográficas que del Puerto Cabello de antaño se conservan, se suman algunos dibujos y, especialmente, grabados de hermosa factura. El grabado como recurso de reproducción gráfica es uno de vieja data y variadas modalidades técnicas depuradas a lo largo del tiempo, permitiendo el dibujo de la estampa en una matriz que luego por vía de impresión en diversas superficies permite su reproducción.
La litografía, indiscutiblemente una de las más atractivas formas de grabado artístico, encontrará en los ilustradores patrios Gerónimo y Celestino Martínez y el pintor Carmelo Fernández, ayudados por los litógrafos Muller y Stapler, sus tempranos exponentes dando luz en 1843 -según el decir de Felipe Máquez- al primer periódico ilustrado del país titulado El Promotor. Años más tarde, los hermanos Bolet editan El Museo Venezolano en el que se utiliza por vez primera la cromolitografía, y H.G. Neun publica su Album de Caracas y Venezuela (1877-78), publicaciones éstas en las que encontraremos algunos grabados relativos al puerto, tal es el caso de las estampas de la hoy iglesia del Rosario, de Paso Real, del resguardo marítimo y la escuela náutica que aparecieron en la obra de Bolet Peraza y las vistas de la calle Anzoátegui y la vieja aduana, publicadas por Neun. Fue el grabado, entonces, un recurso gráfico fundamental para la ilustración de los textos, especialmente, en ausencia y durante los albores de la fotografía, lo que explica su frecuente uso en publicaciones como el Illustrated London News, que a partir de su lanzamiento en 1842 se convierte en el más afamado semanario ilustrado de circulación internacional, y en el que aparecieron varios relativos a nuestra ciudad.
Algunos de estos grabados delicadamente coloreados son, por demás, llamativos; sin embargo, en ocasiones pueden inducir a error dibujando escenas ficticias, sobre todo si tenemos en cuenta que aquellos muchas veces tienen como base dibujos y versiones personales, subjetivas al fin. Ejemplo de lo anterior es el grabado de Porto-Cabello que ilustra el trabajo del reverendo Jules Brunetti, aparecido en el tomo 25 de Les Missions Catholiques (1893), y en el que la entrada a la dársena del puerto exhibe numerosas y altas edificiaciones, incluso en el islote que sirve de asiento al castillo, ajenos en todo caso a la realidad. Si hoy es sencillo a través de las redes sociales falsificar o manipular una imagen, no es difícil imaginar lo fácil que resultaba hacerlo en el pasado.
Brunetti, un religioso de la Congrégation du Saint-Esprit et du Saint-Coeur du Marie, publica su Mon Journal de Bord de St-Nazaire au Callao (Pérou) en la referida revista, en el que brinda detalles de las dos mil leguas que recorre entre el 9 de diciembre de 1891 y el 21 de enero del año siguiente, travesía que lo lleva a visitar Puerto Cabello. En 1893 publica, además, su libro La Guyane française: souvenirs et impressions de voyage.
De su visita a la ciudad marinera, escribirá: “Atracamos en el muelle y fue fácil dar un paseo en tierra mientras esperamos el almuerzo, Porto-Cabello, como ciudad, es mejor que La Guayra, pero menos importante como puerto. (Ver el grabado, página 510) / Dejando una pequeña y encantadora iglesia donde asistíamos a la bendición del Santísimo Sacramento, nos encontramos con un señor que nos rogó que fuéramos a su casa donde tiene una capilla doméstica. Como el Padre Palloc no había dicho su misa y afortunadamente estaba con el estómago vacío, accedimos a esta solicitud y después de haber pedido la autorización del Capellán o Señor Cura, el único padre, creo, que está en Porto-Cabello, nos dejamos llevar a un espacioso alojamiento lujosamente amueblado con una encantadora capilla doméstica donde encontramos todo lo necesario para la celebración de los misterios divinos. Después del santo oficio, se nos ofrece a tomar un café y en la conversación nos damos cuenta de que somos parte de una familia verdaderamente católica y profundamente apegados y devotos al Santo Padre. Posee y nos muestra como su mayor título de nobleza, rícamente enmarcado y colocado en el lugar más visible del salón, una carta firmada por la mano de Pío IX, así como las piezas de las congregaciones romanas relativas a su oratorio privado”.
Nada sabemos sobre quién podría haber sido aquel noble señor que le sirvió de anfitrión, algo por averiguar, lo cierto es que el religioso afirmaría que encuentros de este tipo en tierra extranjera hacían bien, tranquilizando el alma del misionero y rompiendo la monotonía de la vida.
@PepeSabatino