En junio de 1998, en plena campaña electoral, fui a la fiesta de cumpleaños de un amigo. El único que no estaba con el golpista era yo. Les llamaba a pensarlo muy bien. “Tú lo que eres es adeco”, me repetían sin cesar y con cara de gallina creyéndome a mí sal.
Creo que queda uno solo de aquella fiesta, hoy “enchufado” en el gobierno. Pero ahí está. Querían cambio. ¡Tremendo cambio nos dejó! Algunos se arruinaron. Pero no vale Santa Lucía con el ojo afuera. Había actores de TV, hoy arruinados y sin trabajo. Periodistas que tuvieron que irse. Cineastas. Mujeres bellas hoy sin sus tintes ni desodorantes ni los perfumes caros de entonces.
“Adeco”, me decían. Yo les respondía: “¿Van a votar por un golpista que causó 300 muertes inocentes?”. Y ellos insistían con la terquedad de un porfiado: “Tú lo que eres es adeco”. Ahora rumian su error. Yo lo decía, «estos carajos van a acabar con el país». No me pararon bolas. «¿Cómo van a votar por un golpista que intentó matar al presidente?», insistía yo inútilmente.
“Adeco, tú lo que eres adeco”, me increpaban.. Decían que íbamos a cambiar. ¡Na guará!, tremendo cambio. Al siglo XIX con masa de maíz sancochado en leña, no hay mantequilla, se va la luz y casi en carro de mula y de ñapa una constituyente de cabrones como la de Páez o Monagas. Ahí está tu cambio. Les hablé de hacer memoria, de la conveniencia de describir todos los actos contra CAP desde el Caracazo, su condena, las siniestras barbas del sátrapa Fidel Castro, el ascenso del golpista como conspiración.
CAP había descabezado las dos intentonas militares y aunque algunos filibusteros le soplaban desconocer las instituciones, aceptó ser enjuiciado. Y el 8 de noviembre de 1992, el inmortal José Vicente Rangel denunció la malversación de 250 millones de bolívares de la partida secreta del Ministerio del Interior.
Entre los días 3 y 4 de febrero de 1992 un golpe militar fallido intentó derrocar al entonces presidente de la República, Carlos Andrés Pérez.
Gente apreciada que no entendía o había olvidado el papel del fiscal general, entonces Ramón Escovar Salom, cuando inició el antejuicio de mérito y el 20 de mayo de 1993, la CSJ lo declaró con lugar. Por cierto, para defenestrar a CAP del poder, la conspiración contó con aquella extinta corte suprema de justicia, comprometida hasta las vísceras en esa vaina. Todo lo cual había partido de una denuncia pública que hiciera el inefable periodista José Vicente Rangel.
Intenté hacerlos entrar en razón, pero no, solo me espetaban “tú lo que eres es un adeco insoportable”. Insistí en decirles que, sometido al amañado juicio, CAP aceptó la sentencia de una corte hasta los tuétanos en la conspiración. Que el presidente CAP se sometió a los designios de la misma corte que después rechazó inhabilitar al golpista. Que CAP aceptó la espuria sentencia de un “supremo tribunal” que le regaló al golpista la constituyente inconstitucional para que se cogiera el poder.
Por cierto, no olvidemos, y en mi caso con profundo respeto y devota admiración, la defensa judicial de CAP estuvo dirigida por el eminente doctor Alberto Arteaga Sánchez, exdecano de la Escuela de Derecho de la UCV, un magnífico tratado de derecho.
Querían un cambio, jugaban a la antipolítica, olvidaban la conveniencia de reivindicar la política como el deporte, el amor, la cortesía y las buenas costumbres. Enfrascados en un loco cambio, apoyado en la “gesta” de un desquiciado milico golpista, ruin, mediocre, resentido y delirante.
Yo insistía en hablarles de la historia reciente, de la favorable memoria para no incurrir en los mismos o peores errores del pasado. Precisé que el 20 de mayo de 1993, la csj consideró que existían méritos suficientes para culpar a los involucrados en el caso de corrupción. Al día siguiente, suspendían al presidente CAP del ejercicio de sus funciones.
El 30 de mayo de 1996 la sentencia del magistrado Luis Manuel Palís condenaba a CAP a dos años y cuatro meses de arresto domiciliario. Un adefesio jurídico porque si la partida es secreta, ¿por qué habría entonces que revelar su uso o el destino de los recursos allí previstos y presupuestados?
Y para más INRI, el 19 de enero de 1999 la extinta y cómplice csj (la misma), decidió que sí era posible consultarle al pueblo sobre convocar una asamblea constituyente. “Una Asamblea Nacional Constituyente que elaborara una nueva carta magna acorde con los nuevos tiempos que le tocaría vivir a la República”. Así decía la sentencia. Mejor dicho, ese despropósito, ese fallo amañado y aborrecible que nos trajo a esta hora aciaga que hoy padecemos.
De esto, obviamente, no les hablé porque adivino no soy; pero en casos similares y con cierta experiencia, uno podría atreverse a vaticinar los daños que pueden causar unos golpistas que llegaron al poder con sus ideas explosivas y planes diabólicos, con marcado resentimiento, y la infame intención de destruir a Venezuela, no sin antes llenar sus bolsillos con recursos del erario.
Imposible olvidar a aquella inefable exmagistrada y su peregrina tesis de la “supraconstitucionalidad”. Allí tienen, pues, cojan su “supraconstitucionalidad”.
Yo insistía en mis argumentos disuasivos. Caldera II sobreseyó al golpista y su combo, quien nunca fue a juicio por no confiar en la justicia. De allí que no fuera sentenciado. El difunto golpista nunca fue indultado porque jamás fue sometido a juicio; el golpista sostenía que en Venezuela no había justicia, ergo, nunca fue sentenciado. Caldera II lo sobreseyó.
No es como algunos dicen por ignorancia jurídica y de los hechos. Chávez y su combo golpista fueron sobreseídos, NO indultados. Hugo Chávez y 200 de su grupete incurrieron en el delito de rebelión militar en el año 1992, cuando insurgieron en contra del gobierno legítimo del presidente constitucional, señor Carlos Andrés Pérez.
En dos años, Chávez y su grupete de golpistas nunca fueron sentenciados, por lo que no podían ser indultados. Recibieron sobreseimiento. Caldera no podía inhabilitar al golpista Hugo Chávez y su combo, porque la Constitución de 1961 no lo permitía. ¡Tremendo cambio!
Réquiem por el presidente Carlos Andrés Pérez, defenestrado injustamente del poder por un gentío, hasta los tuétanos metido en la jugada.
¿Y a qué viene todo esto y el título de este artículo? Por la deplorable situación que sufrimos en Venezuela, por la crisis económica, por la falla en la prestación de los servicios públicos, por la delincuencia y el hampa común y la administrada (al parecer con impunidad garantizada), por la corrupción, entre otros males de parecida o peor naturaleza, y también por el que ha sido, quizá, el peor daño que el chavismo le ha causado a Venezuela y a su gente: la diáspora, que no es otra cosa que la huida o el escape de quienes abandonan el país porque no encuentran aquí mínimas condiciones de vida y han sido capaces de hacer lo posible e imposible por irse a buscar mejor vida fuera de nuestras fronteras.
Son casi veinticinco largos y tortuosos años, no en una construcción narrativa, sino padeciendo la triste y lamentable realidad de sufrir inhumanas condiciones de existencia. Insisto, no se puede estar tan cerca del dolor y seguir viviendo tranquilamente. Y que lo que conté ab initio es para dejar en claro que todo comenzó cuando en mala hora elegimos a un desquiciado milico golpista, ruin, mediocre, resentido y delirante.
Es preciso no haber nacido en un país, padecer de un resentimiento muy arraigado o ser bien despreciable para odiar a su gente. Por Venezuela vale la pena también esperanzarse. Evitemos caer víctima de la desmoralización, lo que es un riesgo que hay que conjurar en lo inmediato.