En días recientes, tuve la oportunidad de escuchar un testimonio interesante de primera mano: una convaleciente cuyo cuerpo colapsó casi por completo declara haber visto su funeral, lúgubre como la mayoría de ellos, exequias concurridas en lágrimas y densas de preguntas en el aire. La casi difunta elevó un clamor al cielo, recordando al Creador su promesa de heredad y manifestando aún con muy pocas fuerzas su determinación de luchar. Estas palabras calaron en mi corazón con fuerza y me llevaron a meditar cuál sería la respuesta de cada individuo que recibe una invitación a su propio funeral.
Un convite de tal importancia debe ser considerado prioritario, habrá quienes colapsen en arrepentimiento ante una vida desperdiciada en vicios, malos hábitos, maltratos o constantes amarguras y desamores. Otros, desearán tiempo extra por aquellos que aman, procurando últimas conversaciones, algunos reencuentros medicinales e íntimos besos y abrazos finales. Algunos, reunirán a su grey para bendecirles y determinar unas últimas palabras, pondrán en orden sus bienes y aconsejarán con dulzura a quienes le sobreviven con elegancia, probablemente sean recordados con admiración y sus palabras permanezcan vigentes aun después de asignación temporal.
Imagino que muchos otros se apartarán en soledad para deliberar y considerar el paso que le sigue a la muerte, pondrán los pies entre la arena y el mar una última vez, o visitarán un espacio de buenos recuerdos para remembrar historias, solo si sus habitaciones orgánicas se lo permiten. Cavilaba en la sustancia que puede contener una última oración, y el nivel de entrega de la misma; mi corazón se conmovía al escuchar a esta joven decir que en medio del dolor y la conmoción que experimentaba, su oración fue un recordatorio de aquello que su corazón abrazo como promesa, y aún no se había cumplido. Fue como declarar a los cuatro vientos: ¡no ha llegado mi tiempo, este no es el final ya que una heredad vendrá por mi vientre!
Una situación así lleva a reflexión a cualquiera, te hace pensar en un final que ves lejano porque el escalofrío de muerte no ha pasado cerca aún, o gracias a la fuerza de la juventud, que brinda la sensación de que falta mucho por vivir. Empero, a ciencia cierta, nadie conoce el final de sus días, hay quienes se van antes de que su corazón alcance corrupción, otros se retiran como neblina, en pleno ejercicio de las funciones más nobles que la vida permite; o aquellos que se van cuando ya el alma ha olvidado los rostros que solían ser tan familiares. La verdad es que sea cual sea la percepción que tengamos de la partida, la misma llega para todos como la luz del día. Sin embargo, esto no es para depresión o desánimo; al contrario, los ojos se cierran a la corrupción para abrirse a una eternidad gloriosa conforme a lo que se creyó en el corazón.
A propósito de todo esto, mi espíritu considera muy oportuno y necesario compartir un verso que tocó mi semana con esperanza “En cuanto a mí, estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza”, Salmo 17:15. Ese “en cuanto a mí” refleja la decisión de aceptar, vivir y superar aquellas mundologías que nos afligen, porque sin duda hacen despabilar de letargos que nos eran silentes u ocultos y perfecciona nuestro corazón en semejanza con el Creador. Por eso, a viva voz, puedo decir hoy que: en cuanto a mí se refiere, seguiré pregonando el amor que me alcanzó y día tras día conmueve mi espíritu para afirmar los pasos.
@alelinssey20