OPINIÓN

Un conejo blanco en el María Auxiliadora

por Jeanette Ortega Carvajal Jeanette Ortega Carvajal

En Venezuela pasan tantas cosas malas que a veces nos impiden ver las buenas. Pero gracias a Dios esas cosas buenas fragmentan la decepción y la reemplazan con esperanzas, como en esta historia, en donde el ingenio y el amor de un grupo de jóvenes nos demuestran que nuestros muchachos sí tienen futuro.

Hileras de baldosas rómbicas a lo largo de un pasillo lleno de salones de clases, colindan con imponentes columnas amarillas que, cual guardianes silenciosas, sostienen la estructura de un colegio Salesiano en la urbanización Altamira, en Caracas. A estas columnas se aferran con fuerza barandales de hierro forjado cuyos arabescos dejan colar la alegría y los sueños de los niños que allí estudian.

En cada salón, docentes de primaria y de bachillerato, conscientes de su responsabilidad, educan a jóvenes quienes hacen un esfuerzo por aprender y prepararse para un futuro cada vez más exigente. En uno de esos salones, una profesora de castellano intenta conducir a sus alumnos hacia el maravilloso mundo de las letras. Sin embargo, su actitud benevolente cambia cuando en plena clase escucha lo que considera una falta de respeto. De manera violenta e insistente, alguien golpeó con fuerza la puerta dejando en el aire una carcajada de travesura de muchacho, y el sonido de pasos presurosos de un chico sin rostro que sale huyendo.

Con la indignación que produce el irrespeto, la profesora suelta la tiza y corre para atrapar y sancionar al atrevido jovencito. Molesta, abre de forma abrupta la puerta y por segunda vez ocurre algo que la sorprende.

En el piso, frente a ella, una enorme caja envuelta en papel regalo esperaba ser abierta. A su estupor se le sumó la confusión ya que un piano y un violín comenzaron a sonar, interpretando una melodía que le trajo dulces recuerdos.

En ese momento, la caja se abrió y de ella salió una hermosa adolescente disfrazada de conejo. Sonrió. Tomó a la profesora de la mano y en silencio la llevó hacia el patio. Allí, había dos hileras con alumnos en ambos lados formando un sendero en medio del cual caminaron. Mientras lo hacían, sus ojos tropezaban de manera incesante pero grata, con las miradas emocionadas de los muchachos del último año de bachillerato, sus alumnos.

Al final del camino humano, una joven, sosteniendo una canasta, sonreía. Inmediatamente reconoció a los dos estudiantes que tocaban el piano y el violín. No dejaban de mirarla porque sabían que interpretaban la canción que alguna vez, en alguna clase, quizás en varias, la profesora de castellano les había confesado que para ella era sublime y especial. Por eso la turbación de su rostro al abrir la puerta y encontrar el extraño regalo, por eso la sorpresa y la confusión al escuchar tan dulce  e inesperado concierto.

De pronto y como si de un truco de magia se tratara, la alumna que sostenía la canasta sacó un conejo blanco y lo puso entre los brazos de la profesora. Ellos sabían que ese era su animal preferido. Luego, ante sus ojos centellantes ya hechos lágrimas, escuchó en una especie de complot coordinado, una pregunta que la hizo llorar. Esa fue su última sorpresa.

—¿Quieres ser la madrina de nuestra promoción? –dijeron al unísono.

Nadie oyó la respuesta. No la escucharon los niñitos de primaria quienes con picardía asomaron sus cabezas por las puertas de cada salón. No la oyeron los adolescentes quienes comentaban que eso podría haber sido una ingeniosa y romántica declaración de amor. Tampoco lo hicieron los niños de primer grado quienes, emocionados, no dejaban de brincar mientras que las monjitas los trataban de calmar cariñosamente y es que no hizo falta oír la respuesta porque los abrazos y los gritos de alegría retumbaron con tal fuerza en el colegio, que incluso Lisbeth, la directora, salió de su oficina para averiguar el porqué de la algarabía. Hasta la señora que limpia soltó trapito y escoba para curiosear pero, lo más maravilloso, fue ver como en el rostro de la imagen de la Virgen María Auxiliadora, que está en la entrada principal, se dibujaba un gesto maternal de orgullo y felicidad.

Entonces, ¿cómo perder la fe en la juventud que crece en Venezuela, si a pesar de las dificultades logran, a partir de una idea, rendirle un homenaje al amor? No. No tengo dudas de que el futuro será difícil, tampoco dudo que muchos niños y jóvenes, lamentablemente no podrán ser todos, estarán preparados para levantar al país y hacer dichosos a quienes aman. Ese es un derecho que llevan los hijos de Venezuela tatuado en la transparencia de sus almas… y pensar que esta linda historia, se inició con la idea de un grupo de muchachos que llevaron un conejo blanco al Colegio María Auxiliadora.

@jortegac15