Las declaraciones de Jorge Rodríguez en las que asegura que el régimen usurpador que actúa en Venezuela tiene infiltrada a la inteligencia colombiana no levantaron demasiada roncha en el país vecino, acostumbrados, como están, a las fanfarronerías de los adláteres al colombiano Nicolás Maduro.
Sin embargo, el ministro de la Defensa de Colombia, Carlos Holmes Trujillo, hizo lo propio y, micrófono en mano, dejó claro que la política de su gobierno «es de cero tolerancia con la corrupción y la ilegalidad», y que «cualquier hallazgo será remitido a las entidades competentes para las respectivas investigaciones penales y disciplinarias». Punto.
El de al lado es un país en ejercicio de un modelo democrático en el cual las autoridades sí dan cuenta a la ciudadanía de sus ejecutorias y, por igual, de las desviaciones que puede haber en el seno del gobierno o de sus instancias. El caso es que, desde el mes de enero, el tema de espionaje está revuelto en suelo neogranadino, ocasión perfecta para que el psiquiatra venezolano le endose al gobierno de Iván Duque una injerencia bien difícil de demostrar con relación a la Operación Gedeón. Y que desde que comenzó el año algunos medios de información colombianos han puesto un dedo en la llaga al señalar que pudieran existir casos de corrupción en el seno de los uniformados de ese país.
En las últimas semanas, la prensa –sobre todo la afecta a Juan Manuel Santos– ha denunciado casos de corrupción en los que estarían involucrados oficiales del Ejército, relacionados con venta de información y armamento a narcotraficantes y disidencias de las FARC, así como también el espionaje de cerca de 130 personas, entre ellas periodistas nacionales y extranjeros y defensores de los derechos humanos.
Es evidente que el asunto del uso ilegal de la capacidad de inteligencia de las fuerzas armadas está siendo objeto de muy serias investigaciones por parte de las autoridades colombianas, pero de allí a que nuestros avezados agentes criollos acompañados de sus cooperantes cubanos hayan penetrado las filas de la inteligencia neogranadina para conseguir controlar y abortar la Operación Gedeón hay un gran trecho y deriva más de la imaginación chavista y de su perversidad manifiesta en materia política que de otra cosa.
Solo hay que analizar por encimita la campaña de descrédito planetaria montada desde el Palacio de Miraflores en contra de Estados Unidos, que hasta ha sido presentada, con fanfarria revolucionaria y de la mano con la Unión Soviética, en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, para percatarse del nivel de fabulación con la que el madurismo ha rodeado, para su beneficio y buena imagen, este trágico además de vergonzoso episodio de la Operación Gedeón.
Sacarle punta a este hecho a través de la vía del señalamiento a las instituciones colombianas y poniendo de relieve, además, las magníficas destrezas de infiltración de las oscuras fuerzas de la FAES, sin duda que cala entre el público desinformado.
Pero la realidad es que lo que realmente se experimenta en el seno del equipo de usurpadores del gobierno venezolano es mucha aprehensión por el papel que Colombia sí está desempeñando dentro del contexto de la cooperación naval con Estados Unidos en aguas muy cercanas a nosotros, para el combate de dos temas en los que es mejor mantener a estos dos países a distancia: el terrorismo y el narcotráfico. Me refiero a la otra operación en marcha, la de la fase V de la Operación Orión de las Fuerzas Armadas conjuntas de Colombia y de Estados Unidos en la que participan 25 países de América y Europa.
Esta Operación Orión no es tan estridente ni tan rocambolesca como la Operación Gedeón. Esta va a ser efectiva en producir resultados.
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