Por la doctora Kathleen Page y Tamara Taraciuk Broner
El coronavirus se ha transformado rápidamente en una pandemia global. La pregunta ya no es cuántos países se verán afectados, sino cómo responderán. En un contexto de un sistema de salud colapsado, un éxodo masivo y un gobierno que caprichosamente aún niega la emergencia humanitaria, un brote de coronavirus en Venezuela sería una catástrofe regional.
Desde Venezuela, las autoridades que responden a Nicolás Maduro reconocen solo 42 casos a la fecha. Decretaron cuarentena en todo el país, que es implementada por las Fuerzas Armadas. Es difícil saber con certeza el número total de casos ya que aproximadamente solo 70% de los hospitales venezolanos puede diagnosticar el virus. Una fuente médica nos dijo que había apenas 300 pruebas de diagnóstico para una población de alrededor de 30 millones. Esto ocurre en un país donde, por ejemplo, en 2019 se registró el incremento más drástico de casos de malaria en el mundo.
Son muchos los motivos para preocuparse, empezando por la censura y falta de transparencia oficial. En 2014, Venezuela dejó de publicar informes epidemiológicos periódicos. En 2017, la entonces ministra de Salud publicó datos que mostraban que la mortalidad infantil había aumentado un 30% y la mortalidad materna 65% durante el año anterior. Acto seguido, fue despedida. Desde entonces no han difundido ningún informe epidemiológico.
La recomendación universal básica para combatir el coronavirus —lavarse las manos— es muy difícil de cumplir. Médicos que entrevistamos para un informe que publicaremos próximamente afirman que casi no hay productos de higiene ni limpieza en sus clínicas y hospitales. Esta semana, el régimen detuvo a un médico que denunció que su hospital en el estado Táchira no cuenta con instrumentos esenciales, incluyendo mascarillas, guantes y jabón. Además, los hospitales de Caracas sufren cortes recurrentes de agua. Y en zonas remotas del país, los cortes han durado meses o semanas. Es usual que los pacientes y el personal médico traigan su propia agua para consumo y, a veces, para tirar la cadena del inodoro.
Según la Organización Mundial de la Salud, cerca de 3,4% de los pacientes con coronavirus han fallecido. Es predecible que la tasa de mortalidad termine siendo aún mayor en Venezuela, donde no hay capacidad para atención médica compleja debido a la falta de equipos para radiografías, pruebas de laboratorio, camas de terapia intensiva y respiradores.
Dados los niveles de pobreza y desnutrición, en particular en las zonas de menores recursos, habrá también un rápido contagio en las regiones más abandonadas y en las cárceles, dónde existen altos niveles de miseria y hacinamiento. Será difícil implementar medidas preventivas en un país con cortes habituales de electricidad y agua, insumos caros e inmensas dificultades para conseguir alimentos.
La crisis venezolana ha provocado un éxodo sin precedentes de 4,9 millones de venezolanos; muchos llevando enfermedades que habían sido erradicadas en la región, como el sarampión. Aquellos países que reciben la mayor cantidad de venezolanos, especialmente Colombia, tienen sistemas de salud desbordados. Necesitan urgente apoyo humanitario para atender tanto a venezolanos como a sus ciudadanos y, de paso, contrarrestar la creciente xenofobia en la región.
La ONU, aunque tardíamente, ha empezado a desempeñar un papel importante en Venezuela desde que, en abril de 2019, el secretario general reconoció que 7 millones de venezolanos necesitaban asistencia humanitaria. La asistencia solo ha llegado a 2,4 millones de personas debido a la limitada cooperación de las autoridades para acceder al interior del país y a la falta de fondos.
Para que la ONU pueda operar eficazmente en Venezuela debe hacerlo de manera neutral, sin permitir que la ayuda se use políticamente, como lo pretende descaradamente el régimen de Maduro, que quisiera repartirla con su sello bolivariano. Para que esta asistencia llegue a los más necesitados, el régimen debe facilitar el acceso de la ONU a todo el país, difundir datos de salud pública y fortalecer la capacidad de los laboratorios. Esto no ocurrirá sin presión internacional sostenida. También es indispensable que la ayuda internacional, incluyendo de Estados Unidos, se canalice a través de la ONU y en montos suficientes.
El mundo entero está en alerta por el coronavirus. No se puede permitir que esta catástrofe anunciada ocurra sin haber hecho nada por evitarla.
Una versión extensa de este artículo fue publicada en inglés en Foreign Policy y está disponible en ForeignPolicy.com.
La doctora Kathleen Page es médica y profesora de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins y Tamara Taraciuk Broner es subdirectora interina para las Américas y experta sobre Venezuela de Human Rights Watch.
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