Nadie dudaba de que este año sería importante para la Unión Europea por el inicio de un nuevo mandato de la Comisión Europea, el novel Parlamento y el cambio al frente del Consejo Europeo. Pero los últimos acontecimientos (entre ellos, la caída del gobierno alemán, el inicio de negociaciones de coalición lideradas por la extrema derecha en Austria, el fin del flujo de gas ruso a la UE a través de Ucrania, y la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos) aumentan significativamente la importancia de lo que está en juego.
Europa enfrenta un entorno geopolítico volátil. Además de la agotadora guerra en Ucrania, en Medio Oriente está en marcha una reconfiguración violenta. Sirvan de ejemplo el colapso del régimen del dictador Bashar al-Asad en Siria y las campañas militares de Israel en Gaza, Líbano y más allá. También el Sahel está sumido en el caos, con países como Malí y Níger sometidos a regímenes militares y brutalidad intracomunitaria. En el vecino Sudán (en caída libre) la violencia generalizada ha provocado un derrumbe de la economía, desplazamientos masivos y una creciente crisis humanitaria.
Todos estos acontecimientos exigen respuestas de la UE. Europa debe recalibrar su estrategia en relación con África y coordinar con sus aliados la entrega de ayuda para hacer frente a las necesidades humanitarias, de desarrollo y de seguridad. Y debe aumentar el apoyo a Ucrania, tanto para respaldar su resistencia frente a Rusia como para promover la hercúlea tarea de reconstrucción, ya en marcha.
Dichos esfuerzos resultan aún más cruciales (y más difíciles) con Trump en la Casa Blanca. Aunque no hay forma de saber con exactitud qué hará una vez en el cargo (su última obsesión pregonada es apoderarse de Groenlandia), los aliados no podemos contar con el apoyo de Estados Unidos. Por el contrario, la promesa de Trump de poner fin a la guerra en Ucrania apenas asumido el cargo es presagio de capitulación ante Rusia, lo que subraya la necesidad de aumentar la ayuda de la UE a Ucrania y de reforzar -cuanto antes- la capacidad de defensa de Europa.
La UE sabe que debe asumir más responsabilidad en su seguridad: la consigna del semestre de presidencia polaca del Consejo de la UE -que comenzó el 1 de enero- es «¡Seguridad, Europa!». Pero para que sea más que un eslogan, la UE tendrá que aumentar la inversión en investigación y desarrollo, adoptar estrategias que alienten la innovación y mejorar la colaboración entre los Estados miembro.
Estas iniciativas también pueden apuntalar los esfuerzos de la UE para hacer frente a la pérdida de competitividad económica en un momento en que el envejecimiento demográfico ejerce presión sobre los presupuestos públicos e impide el crecimiento de la productividad en muchos países. Estimular la inversión en sectores avanzados, como la inteligencia artificial, la defensa y la energía verde, es esencial, sobre todo si se tiene en cuenta el golpe económico adicional que suponen los aranceles que Trump amenaza con introducir.
Pero Europa no debe apelar al proteccionismo indiscriminado, ni siquiera contra China. De hecho, frente a este país, la UE necesita una estrategia centrada en evitar ser arrastrada a una confrontación global. Urge alcanzar un equilibrio entre mantener relaciones mutuamente beneficiosas, preservar alianzas fundacionales y defender el orden internacional contra los intentos de desestabilizarlo.
Pero los acontecimientos externos son sólo parte del desafío. En el plano interno, Europa padece una erosión general de la democracia. Hungría es la imágen fácil, pero no está sola: el riesgo de retroceso democrático parece extenderse incluso a Francia y Alemania, motores tradicionales de la integración europea. No ayuda el compañero de Trump, Elon Musk, y su apoyo a partidos de extrema derecha, como Alternative für Deutschland (AfD) en Alemania.
También hay importantes divergencias entre los Estados miembro sobre varias cuestiones, desde el acuerdo comercial con el Mercosur, alcanzado en principio el mes pasado, hasta la evaluación de riesgos en relación con la guerra de Ucrania. Polonia insiste en que la guerra debe terminar con un regreso a las fronteras reconocidas, pero Francia está pidiendo a Kyiv que inicie «discusiones realistas sobre cuestiones territoriales». Mientras tanto, el primer ministro eslovaco, afín al Kremlin, amenaza con recortar la ayuda económica a los refugiados ucranianos en su país.
Otra fuente de tensión es la ampliación de la UE. Desde la invasión total rusa de Ucrania en 2022, la UE ha concedido a Georgia la condición de país candidato e iniciado conversaciones de ingreso con Bosnia y Herzegovina, Moldavia y Ucrania. Pero arrebatar procesos de una incorporación sólo debilitará la cohesión y agravará las dificultades en la toma de decisiones. Para el ingreso de nuevos miembros, se necesita con urgencia establecer una metodología clara, realista y basada en criterios objetivos, y una evaluación sobria de la capacidad de integrar con eficacia a cada candidato dentro del marco estructural europeo.
Mientras tanto, es posible estrechar los lazos de la UE con futuros Estados miembro e impulsar sus avances hacia el ingreso arbitrando a medidas prácticas y acuerdos puntuales, sirviendo de modelo la integración de Ucrania en la red de telefonía móvil y los acuerdos comerciales de la UE, o la sincronización de su red eléctrica con la red europea continental.
Un último imperativo para la UE será reformar sus estructuras institucionales y procesos de toma de decisión. El proceso debe incluir la revisión de normas dictadas desde la ideología (ejemplos se encuentran en el Pacto Verde Europeo, erigido en pilar central del primer mandato de Ursula von der Leyen), y esfuerzos por mejorar la transparencia, la rendición de cuentas y la eficiencia dentro de las instituciones, para así aumentar su capacidad de respuesta y fiabilidad. Fomentar una mayor participación de los ciudadanos (a través de una comunicación clara y transparente desde Bruselas) junto con la posibilidad de que ellos impulsen iniciativas propias, también contribuiría a reforzar la legitimidad y resiliencia de la UE. Para lograr avances en estos frentes, será necesario un importante grado de determinación política de los colegisladores en Bruselas.
El futuro de la UE como actor global dependerá de cómo afronte esta compleja serie de retos internos y externos durante el año que comienza. Esperemos que, en 2025, prevalezcan el pragmatismo, la unidad y el pensamiento a largo plazo.
Ana Palacio fue ministra de Asuntos Exteriores de España y vicepresidenta sénior y consejera jurídica general del Grupo Banco Mundial; actualmente es profesora visitante en la Universidad de Georgetown.
Copyright: Project Syndicate, 2025.
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