De los múltiples insultos que uno recibe en ese lodazal que son las redes sociales, hay uno que me fascina. Confieso que cuando leo los comentarios a mis artículos o a mis tuits busco con fruición ese insulto, tan soez, tan rabioso, tan recurrente. No hay insulto mejor para un periodista de periódico. Aunque la literalidad no siempre es la misma y, como esto es una columna de ABC, como yo respeto a mis mayores y como no quiero manchar estas páginas en las que escribió Azorín y discuten Chapu y Peláez, lo voy a recoger en fino. Viene a a decir algo así, tradúzcanlo ustedes: «Mire, periodistucho, pues que sepa usted que con su periódico yo me limpio el culo».
La verdad es que limpiarse salva sea la parte con un periódico no debe ser muy agradable, porque el perrito de Scottex acabaría como un minero si se revolcara entre periódicos; y porque el gramaje del papel lo hace áspero y desagradable al tacto, especialmente en zonas sensibles, supongo; y además tener las yemas de los dedos con esa pátina aceitosa de la tinta no es agradable: pues imagínense el trasero.
Pobre insultador, tan henchido de odio que está dispuesto a admitir que se pueden leer las noticias en su pompis, de tanto odio que tiene. Pero no, queridos amigos, apréndanlo de una vez. ABC no es un periódico más, es único y distinto, aunque todos los que salen se lo apropien y nosotros trataremos de no repetir esa actitud cuando llegue el momento, que todo llega. ABC es auténtico porque te permite responder a ese odioso odiador que te ataca diciendo que usa tu periódico, tu esfuerzo y dos euros en el kiosco para limpiarse el trasero:
-Gracias, señor, pero tenga usted cuidado con la grapa.
Ay, insultadores, qué haríamos sin vosotros. Es que es responderles así y se quedan callados. Nada. Silencio. Mutis por el forro, con perdón. He llegado solo a la convicción de que el insulto no define al insultado, sino al que insulta. No es que me haya quedado calvo pensándolo, pero me gusta la reflexión. Compruébenlo ustedes mismos. Pero el otro día pasó algo. El pasado domingo escribí un artículo largo titulado «La España rota de la memoria histórica».
Resumiendo, que el Perú se jodió cuando Zapatero impuso su visión y le dio la vuelta a las prioridades: ¿qué es más importante, la memoria del señor presidente o el consenso de todos los españoles? Y así nos va. La cosa es que un tuitero quiso insultarme, definirme, señalarme, y lo hizo así: «Es usted un ultratransicionista». Sí, sí: ultratransicionista. Al principio me quedé pensando, porque todo lo que empieza por ultra como que tiende a acabar mal. Pero lo pensé mejor: qué insultazo, oiga. Me lo apunto. Yo quería ser eso, aunque no lo sabía y, aunque sea largo. Podemos dejarlo en que soy un ultratrá, como la canción de Rosalía, e imprimirlo, enmarcarlo y, ya de paso, ponerle una grapa.
Artículo publicado en el diario ABC de España