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«Ultras» de derecha ¿y de izquierda?

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No hay peor estupidez, en estas dos décadas del siglo XXI, que embochinchar la política con la vieja clasificación francesa de izquierda y derecha. Pero ubiquémonos en Venezuela, cuando el régimen militar-cívico y sus colaboracionistas califican a sus adversarios de “ultraderechistas», que al parecer, no cabe en los «ultraizquierdistas». Lo llamativo es que, ambos sustantivos “ultra” se caracterizan por el terrorismo, es decir, la violencia a como dé lugar, según esa dirigencia “Diente Roto” de una oposición asalariada, que se confiesa de izquierda, la misma que combatió en Acción Democrática Rómulo Betancourt, que no era otra cosa, que los comunistas de ayer, vistos hoy, sin los valores ideológicos que proclamara Marx y Lenin, aterrándoles que los etiqueten de ultrosos. En todo caso, el tema merece ponerlo en su sitio, cuando se trata de la utilización del calificativo “ultraderecha”, muy en boca del Ministerio Público, como si no existieran los «ultraizquierdas».

¿Ahora, que se entiende por «ultra o apostólicos»? Hace años fueron unos fanáticos de Fernando VII de España (1823-1833) defensores de un absolutismo, incluyendo el restablecimiento de la Inquisición o «pena de muerte» que ha renovado Nicolás Maduro.

El ultra va más allá de lo admisible. Es decir, lo que hicieron los comunistas de ayer, enriquecidos de hoy, matando policías en Caracas, soldados en las montañas de Lara y desembarcando en Machurucuto, inspirados en la Revolución cubana, para imponer el castro-comunismo que derrotaría la democracia, por quienes inventaron la política, la «generación de 1928». Muchos de ellos, lectores de Marx y Lenin, de los que se desencantarían con el proyecto de país denominado «Plan de Barranquilla» (1931). Por vez primera, la visión de Lincoln, una «democracia para el pueblo y por el pueblo», se haría realidad, no como la concibió el sociólogo Laureano Vallenilla Lanz «obra de una minoría audaz».

Si alguien escribió de derechas e izquierdas en Venezuela fue el historiador Manuel Caballero y esa «minoría audaz» a su juicio «resume un sordo desprecio por el pueblo – para decirlo con sus propias palabras- es siempre impuro, sólo obedece a móviles elementales. Y entre ellos el primero: la sumisión a un jefe, la subordinación al más fuerte ‘el Taita’ Boves al ‘Mayordomo Páez»…

Conservadores y liberales en el siglo XIX, derecha e izquierda en el XX y en el XXI, brincando del timbo al tambo, como la culebra, mordiéndose la cola y «Pdvsa», «Monómeros», es la prueba más fehaciente del suicidio, de unas dirigencias políticas que abandonaron sus partidos y como en los mejores días de Guzmán Blanco, «negocio vs política» por lo que hay ruido, suenan las «Trompetas de Jericó». Según la Biblia, en torno al año 1400 a.C. Jericó fue la primera ciudad atacada por los israelitas. Josué ordenó a su pueblo que tocaran las trompetas contra el muro de la ciudad, hasta que finalmente cayera llevando el «Arca de la Alianza».

De aquel cósmico sonido se continúa hablando, cuando los pueblos abatidos se resisten, buscándose enemigos, a los que llaman hoy «ultras» sin mirar el vecindario fascista nicaragüense o totalitario cubano y autocrático militar-cívico en Venezuela cuya democracia, por supuesto, se fue desdibujando en medio de las advertencias sobre sus desviaciones. Los comunistas se harían del poder y todo ha colapsado reclamándose ahora reinventar la política, como aquellos universitarios de 1928 al ritmo de las «Trompetas de Jericó».

Visitas así las cosas, los ultras al cubo o al cuadrado han terminado ubicados por la pisología como «ultracrepidarios» en criollismo, los sabelotodos, opinólogos de esquinas, «todólogos»… A menudo se puede observar a individuos opinando sobre asuntos que no dominan con bajos niveles de conocimiento que hemos llamado «Dientes Rotos» caracterizados por un «sesgo cognitivo» típico en el resentido, arrogante, para quien él es todo, lo demás no existe»…. a estos «ultracredipidarios» sencillamente no hay que tomarlos en cuenta.

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