Si alguien lo dudaba, las elecciones parlamentarias demostraron que el gobierno no tiene más soporte que los militares, al menos una cantidad suficiente de sus capos. Demostraron también que la mesita era una mesita, ¡qué pena lejana con algunos líderes de ayer y algunos bocones! Claro, tiene Maduro ahora todos los poderes, una dictadura como se debe. Lo cual no contradice lo agravado de sus dolencias y sus soledades.
No hay mucho que contar del inhabitual paisaje electoral de ese domingo, dicen que el de la mayor abstención de la era chavista. En los centros vacíos solo había silencio y calma. Pero vale la pena recordar que de esos votos emitidos, el otrora poderoso chavismo tiene que descontar casi un tercio de la mesita y los alacranes que son suyos indirectamente y, por supuesto, el hecho indiscutible de que buena parte de esos números fueron conseguidos coaccionando a los menesterosos con un mínimo de comida o algún bono miserable. Indiscutible afirmo, porque se dijo con todas sus letras, pocas e inequívocas, si no votas no comes; frase que será recordada mucho tiempo como una joya de la antidemocracia, ¿no es así doctora Bachelet? Que haya habido otras formas de voto obligado no lo dudo, el gobernador de Yaracuy le dijo a sus militantes que no repararan en métodos para llevar a las urnas a los renuentes, con listas en mano. Seguramente hay más tracalerías y ventajismos, ya irá saliendo.
Por supuesto que no hay que caer en la ingenuidad de creer que toda esa gruesa abstención es una adhesión al sector opositor mayoritario. Una parte, lo niega también, provisionalmente al menos. Hay una antipolítica generalizada. Pero tampoco se puede dudar que Maduro es el gran perdedor, que este “no” es en el fondo muy mayoritariamente contra la tragedia a la cual ha llevado al país. Y que debería ser la hora en que entienda que salvo la posibilidad de matar por la represión o el hambre y la enfermedad a sus conciudadanos, ya no está en capacidad de levantar este país que se ha hundido en el más profundo precipicio imaginable. El grito instantáneo de decenas de países democráticos y personalidades del mundo ante el siniestro espectáculo electoral y el hundimiento nacional que este pudiese multiplicar es una señal sin matices. Somos una de las grandes tragedias de la humanidad de este tiempo.
Y la oposición tiene el imperioso deber de unirse lo más pronto posible porque cualquier otra cosa sería indigna. Si uno lee los itinerarios estratégicos de los partidos de la oposición, salvo algunos guerreros “surrealistas”, no hay diferencias sino muy menores porque todos van a dar, con un acento aquí o allá, al mismo objetivo de unas elecciones generales decentes, en las cuales puedan participar todos aquellos que acaten las reglas democráticas. Y mediante las cuales se alcance de nuevo un mínimo de institucionalidad y de racionalidad económica para comenzar a rehacer el país devastado. Esto es casi una monótona letanía.
Es ya obvio, lo han dicho en estos días sin miramientos, que el núcleo mayor de esa escisión inexplicable y suicida de la oposición pasa por contradicciones entre Primero Justicia y Voluntad Popular, por Guaidó y Capriles, para sintetizar. Paradójicamente los dos líderes que han llevado más alto nuestra resistencia y de cuya integridad moral no habría que dudar. Si se pretenden armar tableros distintos, a los cuales se sumarían otras segmentaciones menores, seguirá su descenso el país paralítico políticamente, repartido entre traficantes de oro y otras especies y de míseros en busca de maneras de sobrevivir un día más, probablemente en un clima de creciente violencia y anarquía
Nos estamos jugando el país. Que nadie se oculte sus deberes para que no lo terminemos de perder. Y la cosa es ahora, ahora.