Hace algunos días, en una bomba de gasolina de Miami tuvimos la oportunidad de cambiar algunas palabras con un señor desconocido que echaba combustible a su vehículo justo en el puesto más adelante de donde nosotros estábamos dedicados a la misma tarea. El galón tenía el precio de 3,50 dólares cuando un año atrás valía 1 dólar menos.
En eso estábamos cuando el señor expresó a viva voz su disconformidad con el actual gobierno de Estados Unidos por el exagerado aumento del combustible, el cual atribuyó a la mala gestión del presidente Biden. A esas alturas quien esto escribe se permitió recordar al disgustado contertulio que en Ucrania hace más de un año se libra una cruenta guerra entre cuyas consecuencias figura el desacomodo mundial del suministro petrolero, además de la escasez de alimentos, inflación y otros males. A estas alturas, el susodicho eventual vecino de surtidor, aunque reconoció que en efecto el ataque ruso a Ucrania es condenable, exclamó con evidente disgusto que él -un anónimo ciudadano norteamericano- no tenía por qué pagar esa defensa de su bolsillo.
El episodio relatado en el párrafo anterior pudiera haber pasado inadvertido, pero el mismo ha dado lugar a que este columnista reflexione acerca de lo que ha sido -y parece seguir siendo- la tradicional actitud aislacionista del pueblo norteamericano, que, azuzado también por la pasión política partidista actual, en muchos casos no acepta comprender el mundo más allá de su propia billetera.
Hoy, justo antes escribir estas líneas, la televisión nos muestra una escena en la que el actual canciller de Alemania, Olaf Scholz, desde una tribuna, intenta explicar a un numeroso grupo de sus conciudadanos que deben prepararse visto que con motivo de la misma guerra su país había estado sufriendo los rigores del pasado invierno como consecuencia de las dificultades en las cadenas de suministros causadas por el mismo conflicto mas los que se avecinan. El público asistente gritaba a voz en cuello exigiendo que Alemania dejara de ayudar a Ucrania por que ello redundaba en perjuicio de la economía nacional y por ende la suya en particular.
Traemos a colación estos episodios, aislados pero representativos, para llamar la atención acerca del miope concepto que prevalece en mucha gente, especialmente en economías prósperas, según el cual la solidaridad aun cuando sea una virtud, no puede extenderse a la ayuda efectiva a otros pueblos si ello llega a afectar el nivel de vida de una sociedad, como la alemana, que es la mas próspera de Europa y además cercana al escenario del conflicto bélico que hoy estremece a su vecindario. Ello sin dejar de reconocer que Alemania , por decisión de su anterior Canciller la Sra. Merkel fue la mas generosa con los refugiados sirios. Esa decisión le costó el puesto a su partido político.
Afortunadamente los gobiernos de Europa Occidental, con la excepción de Hungría, sí tienen dirigencias que entienden que las ambiciones expansionistas del Sr. Putin deben ser contenidas cuando aún están lejos ya que de no hacerlo no demorará Rusia en extender sus pretensiones cada vez mas hasta que sean ellos las víctimas en cuyo caso sin duda reclamarán la solidaridad universal.
Hay que aprender de la historia que hace apenas 84 años se vivió la experiencia en la que el entonces Primer Ministro británico, Chamberlain, voló a Munich en septiembre de 1938 para entrevistarse con Hitler y convinieron que Europa occidental no objetaría la invasión y anexión por el Tercer Reich de la parte de Checoslovaquia que reclamaba en el entendido de que el dictador alemán quedaría conforme y apaciguado. Ese mismo día el inglés regresó a Londres declarando que por fin había asegurado la paz. Exactamente un año después Alemania invadió a Polonia. Todo lo demás es la historia de la Segunda Guerra Mundial cuyo costo en vidas y recursos ha sido y sigue siendo el mayor sufrimiento en la historia de la humanidad.
En la actualidad casi todos los países de Europa Occidental reunidos en la OTAN y los Estados Unidos están brindando la mayor ayuda económica y humanitaria a Ucrania por que sus dirigentes sí entienden lo que está en juego. En cambio muchos ciudadanos, erróneamente, piensan que podrán seguir disfrutando de sus derechos y bienes materiales aun cuando Putin, enceguecido por el sueño de regresar a las fronteras rusas en la época de su mayor esplendor invente nuevas guerras.
Entretanto, nuestra Venezuela, beneficiada hoy por el aumento del precio del petróleo y por la posible flexibilización de las sanciones que ya se avizora, opta por dar su apoyo a la lejana Rusia, invasora, en lugar de alinearse con las naciones democráticas con las cuales mantenemos vínculos históricos y económicos creyendo que anotarse en el club de los “chicos malos” es el blasón que conviene a la trasnochada “revolución” cuyo resultado práctico hasta ahora, después de casi un cuarto de siglo, no exhibe la concreción de las promesas que el Mesías de Sabaneta y sus «apóstoles» vendían en su momento.
@apsalgueiro1