Las últimas reuniones de Europa y Estados Unidos han acentuado su ruptura con Rusia y, en el fondo, con China. Al parecer ya hay una escisión y un enfrentamiento en todos los terrenos y a muy largo plazo. Una guerra fría, pues. Que incluso puede extenderse bélicamente más allá de Ucrania, globalizarse casi naturalmente en un mundo globalizado y, no hay que olvidarlo, hasta hacerse nuclear.
Económicamente las sanciones y la misma dinámica de la guerra no solo han hecho efecto en Rusia sino que sus rebotes inflacionarios y de escasez, entre otras, de energías y de alimentos primordiales han deteriorado economías de todo el orbe y amenazan con una seria y vasta recesión. Políticamente pareciera que los dos polos en pugna van atrayendo para sus causas a países de las más diversas latitudes, incluso de ideologías antagónicas, al menos diversas. Como se verá bastante materia prima para analizar… y temer. Se apaga la pandemia y entramos en una hora muy oscura de un siglo que en algún momento parecía pacífico y promisorio, aun para el tercer mundo. Hasta alguien habló del fin de la historia, de los conflictos ideológicos milenarios.
A ese último aspecto, la historia le da un curioso mentís. La salud de la especie depende de la voluntad de un psicópata, por tanto se torna impredecible, ajena al concepto. A las preguntas últimas y decisorias sobre el cese de la masacre de Ucrania o la extensión del conflicto y, sobre todo, sobre el uso de las armas nucleares los más versados en el tema terminan diciendo que es cosa del inconsciente del tirano ruso, al parecer plagado de megalomanía y mitos nacionalistas arcaicos, así que vaya usted a saber. Recuerde lo que hizo Hitler con la conciencia de uno de los pueblos más cultos de la tierra y el daño que hizo a millones de seres humanos.
Nuestro presidente y su gobierno ya se han postrado ante Putin, a quien tienen unas cuantas cosas que agradecerle y promesas de futuro. Y aún más a China, de la cual somos deudores financieros y vacunales y esperamos la epifanía del camino de la seda que transportará dicha y prosperidad a todas las latitudes.
Además, compartimos el autoritarismo del envenenador ruso y el represor tecnocrático chino, como casi todos los autoritarismos del tercer mundo, y son muchos los que han corrido a aplaudir los misiles de los invasores. Valga un ejemplo: en una reunión de presidentes de África donde Zelenski iba a hablar, de 55 presidentes asistieron 4, la mayoría de los ausentes dictadores clásicos o encubiertos. Tiranos hijos de la colonización europea, y luego promovidos por la URSS y los grandes intereses del capitalismo occidental.
La reacción contraria a la oficial, entre nosotros, ha sido mínima. Cónsona con nuestra oposición muda. ¿Qué se podría esperar si sobre nuestra propia tragedia decimos tan poco, de un tiempo a esta parte? Pero no queda otra cosa que seguir hablando, aunque sea para unos cuantos. Y decir claramente que esa guerra es obra de un asesino en serie y que, hasta donde podemos alcanzar a ver, muy probablemente va a producir una inmensa tragedia mundial. ¿No es así Guaidó, Capriles, Borges, Ramos Allup, María Corina…?