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Ucrania, la guerra de las lenguas

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Por John Mario González, desde Kyiv, Kharkiv y Kramatorsk

Tiene 25 años y su nombre es Lyudmyla Kryvoruchko, aunque debería llamarse algo así como Hera o Afrodita, por su semejanza a una diosa. Me contaba en Kyiv que cuando llegó a la capital a estudiar en la universidad en 2014, desde su natal Bila Tserkva, le daba pena hablar en ucraniano porque era vista como provinciana. También, que cuando era niña, y jugaba con una amiga a la Barbie, automáticamente cambiaban al ruso porque era percibido de élite y estatus. “Pero eso ha variado por completo”, agregó. “Ahora, los que hablan ruso son tímidos y a menudo comienzan a usar el ucraniano”.

Los relatos de Lyudmyla forman parte de los entrecruces más recientes de uno de los procesos, quizás, de más rápido cambio en el uso de una lengua en un país en la historia y de fortalecimiento de la identidad nacional.

Plaza de la Libertad de Kharkiv el jueves 17 de agosto en la tarde

Un proceso histórico que parte del obstinado credo imperial ruso, desde el siglo XVIII, de mostrar su lengua como «superior» y al ucraniano como de pueblo, de gente sin educación, a los que había que rusificar. Sí, forzarlos a adoptar la lengua, las costumbres y la superioridad política de esa centralizadora Rusia que se apoderaba de cuantos más pueblos mejor y los transformaba con temible determinación. Y el lugar de la rusificación por excelencia era la ciudad, pues fueron los campesinos, aunque también, claro, la intelectualidad, quienes más se resistieron a la política de borrar la cultura y el idioma ucranianos.

La gente no olvida el Holodomor o la gran hambruna de los años treinta, como el intento premeditado de Stalin de convertir al país en una «república soviética modelo» y que cobró millones de víctimas, especialmente campesinos. Al igual, tampoco olvida a los artistas, escritores y lingüistas que fueron fusilados o murieron en campos de destierro, como comenta Ivanna Tsar, profesora de filología e investigadora del Instituto de la Lengua Ucraniana.

Doctrina y prácticas del horror que Rusia no abandona. Como dice el historiador de la Universidad de Yale, Timothy Snyder, el argumento para la guerra de Putin es que “Ucrania es una pequeña parte de la nación rusa; los ‘hermanos pequeños’ que han sido contaminados por todas esas cosas artificiales polacas o lituanas o de los Habsburgo, o tal vez más recientemente cosas de la Unión Europea o cosas estadounidenses. Y por ello entonces hay que aplicarles suficiente violencia para que puedan entender quiénes son realmente”.

De fondo, el temor de Rusia es saber que sin Ucrania pierde atractivo, poder e influencia, como de hecho la ha perdido incluso en los países de Asia Central, después de que el ruso llegara a ser “la lingua franca” desde Praga hasta Hanoi.

Si el sueño de Putin era pasar a la historia como el unificador de las tierras rusas, al final ningún político ha hecho tanto en este siglo por fortalecer la identidad de los ucranianos. Su férrea resistencia a la invasión rusa no sería posible entenderla sin hurgar en la idea de independencia y democracia, de defensa de la cultura nacional, especialmente del idioma, y de recuperación de un pasado que les había sido ocultado por décadas de historiografía y propaganda soviética, como señala el historiador de la Universidad de Harvard, Serhii Plokhy, en su reputado libro The Gates of Europe.

Transeúntes en la histórica calle de Jiroslaval, en pleno centro de Kyiv, el lunes 21 de agosto

Si el proceso de mutación del ruso al ucraniano traía un ritmo acelerado desde las huelgas de hambre de los estudiantes en octubre de 1990, pasando por la Revolución Naranja de 2004 y las protestas del Euromaidán de 2013, la guerra a gran escala lanzada por Putin el 24 de febrero de 2022 produjo un shock que llevó a cientos de miles, probablemente millones, a no usar más el idioma del agresor, sobre todo, los más jóvenes.

Al respecto, la profesora de filología e investigadora también del Instituto de la Lengua Ucraniana, Svitlana Sokolova, me comentaba que mientras en 2006 un 38,7% de los ucranianos consideraba que el ucraniano debía ser el idioma principal en todos los ámbitos de la comunicación, en 2017 esa cifra saltó al 58,3%.

En contraste,  6% consideraba en 2006 que debía serlo el ruso, una cifra que cayó a 1,3% en 2017, tendencia que se agudizó desde la invasión a gran escala.

Profesora Svitlana Sokolova (izquierda) y la profesora Ivana Tsar

Eso se puede palpar con los transeúntes en los supermercados, los cafés, en el metro de Kyiv y hasta en los trenes intermunicipales. También en Kharkiv, una ciudad históricamente de habla rusa en el este, a solo 40 kilómetros de la frontera con Rusia. Claro, para muchos no es posible abandonar el ruso de la noche a la mañana, pero es tan profunda su aversión a lo ruso que hablar el idioma no significa devoción hacia Rusia. Por lo menos, eso me decían y reflejaban sus rostros.

Pero paralelo a dicha mudanza idiomática, también se puede contemplar el manejo o inmersión de los más chicos en el inglés, su gusto por hablarlo, su occidentalización y europeización. Un reflejo de una corrida de fronteras de 1.126 o 1.316 kilómetros de Occidente hacia el Este, lo que corrige, al menos en parte, esa catástrofe moral de condescendencia con el totalitarismo comunista soviético después de la Segunda Guerra Mundial y que significó que países como Ucrania permanecieran aislados por décadas.

Así que, si bien la frontera final al este de Ucrania se decidirá en el campo de batalla, en todo caso los ucranianos ya decidieron su futuro y es el ser un Estado independiente, europeo, una democracia y un país que no acepta más la barbarie de que le impongan la lengua que tiene que hablar.

@johnmario

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