Eliminar el anonimato, certificar la identidad de los usuarios, impedir la participación de robots, evitar que la red sea instrumento de estafas, pero sobre todo garantizar el pleno respeto por la libertad de expresión, son algunos de los cambios que vendrán en Twitter, si finalmente se concreta la compra por parte de Elon Musk.
En un informe publicado por websiterating.com, el 28 de abril, se presentan algunas cifras que dan cuenta del poderío y la potencialidad del movimiento de Musk: Twitter tiene 1,3 millones de cuentas, lo que equivale a casi una cuarta parte de los usuarios de Internet en el mundo. De ese total, 330 millones son usuarios activos. Cada minuto se publican 350.000 tuits. Al día, el total es de aproximadamente 500 millones. Al año suman 200.000 millones. El promedio de seguidores por usuario es de 707.
Este dato es muy relevante: Hay 391 millones de cuentas que no tienen seguidores (es decir, se trata, en su mayoría, de cuentas creadas para realizar campañas de desestabilización).
Más datos: los usuarios miran alrededor de 2.000 millones de videos al día. 80% de ellos se conecta a través del móvil. Un poco más de 70% son hombres. El usuario con más seguidores en el mundo es el expresidente Obama, con más de 130 millones. Le siguen Justin Bieber (114 millones), Katy Perry (casi 109 millones), Rihanna (más de 103 millones) y Cristiano Ronaldo (más de 95 millones). Políticos, cantantes y deportistas. Reflejo del estado de los intereses predominantes de nuestro tiempo.
Los cambios anunciados por Musk, y no me refiero con ello a los aspectos técnicos que tendrán que resolverse, son decisivas materias de fondo. Twitter ha sido y es todavía hoy, uno de los instrumentos ―no el único, pero quizá uno de los más poderosos― usados por los enemigos de las libertades, dedicados a socavar el modelo democrático.
Desde cuentas que se crean con identidades forjadas, y con el apoyo de centenares o miles de robots que se ocupan de diseminar unos determinados mensajes, el uso distorsionado de Twitter ―más allá de los buenos servicios que ofrece, como por ejemplo, el de multiplicar los canales por los que circula la información que producen los medios de comunicación― sirve para horadar y destruir la reputación de personas e instituciones. En lo que sigue me referiré a cinco factores ―son, en realidad, cinco lesivas armas― que, desde cuentas falsas y robots asociados a ellas, se hacen campañas cuyo resultado, siempre deliberado, es el socavamiento de la convivencia y la tolerancia.
El primer recurso al que apela la operación antidemocrática en las redes sociales, es la emisión constante de noticias falsas y rumores. Es tal la cantidad y frecuencia con que se producen, que crean una atmósfera de ilegitimidad y descrédito, que no se disuelve con desmentidos ni con el contrapeso de las noticias reales. La mentira sistemática causa un daño en la subjetividad de los ciudadanos: la idea, que se enquista en las mentes, de que cualquier cosa puede pasar, incluso aquello que carece toda lógica. El goteo de noticias falsas deja una secuela: afecta la racionalidad, la capacidad de las personas de deslindar lo verdadero de lo falso.
Asociado con lo anterior, hay otra cuestión que no debe obviarse: se destruye la complejidad para dar paso a la simplificación, a niveles de absurdo, de la realidad. La realidad, en el mejor de los casos, se convierte en binaria: bueno o malo, derecha o izquierda, verdugo o víctima, culpable o inocente. La riqueza y las variantes intermedias son arrasadas por el imperio de la chatura. Así, se destruye el análisis, la capacidad crítica, las valoraciones que incluyen lo positivo y lo negativo, los matices que son inevitables en toda realidad, sea personal o pública. Este es el segundo recurso de la operación antidemocrática: simplificar los hechos, hasta despojarlos de sus claroscuros.
En medio del torrente de falsedades, invenciones, versiones dislocadas de los hechos, atribuciones arbitrarias o simplemente infundadas, se produce un fenómeno cada vez más extendido, el tercer recurso de la operación antidemocrática: las redes y, en el caso que hoy me ocupa, Twitter, utilizada como plataforma para erosionar o destruir la reputación de personas e instituciones. Lo he afirmado en otros artículos: sobre políticos, empresarios, sacerdotes, artistas, periodistas y líderes de los distintos sectores sociales llueven acusaciones, muy a menudo, carentes de lógica y sustento. A diario, incluso en las democracias que mejor funcionan (a pesar de los errores e imperfecciones que puedan señalárseles), emisores anónimos atacan, afirman, ponen bajo sospecha a funcionarios, dirigentes y autoridades, lo que propaga un sentimiento de orfandad, de vulnerabilidad, altamente contagioso. Se promueve un ambiente de rechazo hacia la democracia, porque ella aparece como un sistema donde todo vale y todo se puede, donde las normas no existen para unas pocas minorías: los enchufados.
Esta es la razón, y así llego al quinto recurso, de por qué en estas primeras décadas del siglo XXI nuestras sociedades están tan cargadas de resentimiento. La rabia extendida hacia el liderazgo, con frecuencia es azuzada por populistas y fuerzas de vocación totalitaria. Alimentan el malestar, lo agitan a toda hora, mientras ofrecen soluciones mágicas: acceder al poder, para instalar dictaduras sin final y sin retorno.
No pretendo afirmar que Elon Musk tiene en sus manos las soluciones a todas estas enrevesadas problemáticas. Lo que sí puedo decir es que logra cumplir, en alguna medida, con lo dicho, habrá dado un primer paso muy importante, para limitar la acción corrosiva de los enemigos de las libertades.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional