OPINIÓN

Tuve un unicornio

por Rodolfo Izaguirre Rodolfo Izaguirre

Hace años tuve un unicornio de intensa blancura, patas de antílope y pelo de cabra que no trotaba ni mordisqueaba la hierba en ninguna comarca mitológica europea ni tampoco se le vio ocultarse en ninguno de los bosques del primer mundo protegiendo su soledad. El mío debe vivir aun en las cercanías de Maracay y hasta allí iba a verlo, para extasiarme contemplando la agilidad de su perfecta belleza. Las antiguas divas del cine mudo italiano Francesca Bertini, Lydia Borelli o Italia Almirante Manzini con los ojos muy abiertos por exceso de maquillaje caminaban adheridas a las paredes como si buscaran una sombra protectora o las atemorizaban las cámaras del propio cine. Así se desplazaba a veces mi unicornio, rozando los muros de la ciudad. ¡Le gustaba el sol pero se ponía a la sombra! Cuando por simple capricho suyo o por desapego mío decidió alejarse y regresar al inventado bosque donde pacía, las fotos, las cintas de colores y los papelitos con mensajes de amor que estuvieron brotando mientras duró su compañía están en una caja de latón cubierta de trapos y enterrada en el Ávila, la sagrada montaña caraqueña. Soy el único en conocer el lugar donde permanecen escondidos, pero ignoro adónde se fue el hermoso unicornio que me adoró cada vez que lo silbaba en Maracay.

Siempre se mantenía en medio del amor sin ánimo de establecer distancia entre la pareja que yo estaba formando; por el contrario, trotaba desde el fondo del bosque imaginario donde respiraba quietud y soledad y se acercaba rozando las paredes para sentir la sonriente mano de mujer que lo acariciaba y tanto a él como a mí nos agradaba escuchar la voz que le murmuraba frases de dulce ternura.

Tradicionalmente, estos poderosos caballos con cuerno en la frente pacen solo en los verdes campos de la mitología, pero el mío, repito, el que conocí y tuve durante un tiempo de febril emoción, era perfectamente real y vivía enardecido alimentándose de mi inestable época juvenil y amorosa.

Sin conocerlos, muchos los dibujan a pleno antojo, los inventan incluso para distracción y juegos infantiles . Hubo un momento en el que en Estados Unidos desacralizaron al unicornio y lo convirtieron en vulgar objeto de consumo, pero en París el Museo Cluny conserva los tapices medievales de La Dame à la bicorne y venera por toda la eternidad la estampa del bello animal con cuerno en la frente. Algunos lo conciben alado como un nuevo Pegaso, pero carece de alas porque en lugar de pretender vencer a los pájaros prefiere trotar entre los árboles y esparcir una misteriosa fragancia de amor. Por eso es como es: un bello y vigoroso caballo blanco al que se le atribuyen poderes mágicos sexuales ocultos en el retorcido cuerno que lleva en la frente. Solo hay una manera de capturarlo. Llevarle en silencio una doncella virgen que al verla, aceptará la caricias que ella pueda susurrarle, entonces se dejará capturar sin ofrecer resistencia alguna.

¡En mi caso, no fue así! Vino voluntariamente desde el fondo de mi abierta emoción y la doncella no necesitó acariciarlo, el unicornio se ajustó a un lado del amor y fue él quien decidió murmurar sus encantos.

El rey español oyó hablar de un animal africano que ostentaba un cuerno en la frente; si se trituraba se convertía en polvo que aseguraba superiores placeres de cama. Uno de sus súbditos, para halagarlo, emprendió una arriesgada e insegura expedición para encontrarlo en el continente africano. La expedición duró largos años y resultó penosa y desconsolada porque tuvo que hacer enormes esfuerzos para llegar al corazón africano y enfrentar con violencia a tribus hostiles, pero finalmente encontró y logró capturar al rinoceronte y hacer suyo el codiciado cuerno. Con el glorioso trofeo en la mano, consideró suficientemente concluida y exitosa la expedición, pero al regresar a España  encontró que el monarca que había autorizado la expedición estaba mas que enterrado, Cristóbal Colón había descubierto nuevas tierras, el mundo era otro, todo había cambiado y el súbdito pobre, enfermo y envejecido murió en el olvido con un inútil cuerno de rinoceronte en las manos.

¡La historia de mi unicornio es otra! Desapareció un día de la misma manera como asomó en mi vida cuando se desprendió de la mágica profundidad del inventado bosque húmedo que descubrió mi imaginación en las cercanías de Maracay. El día en que se instaló junto a mí, acercó su cuerpo al de la mujer que amábamos por igual y ella comenzó a acariciarlo; sentí correr por mi sangre un ardor apasionado, pero otro día, sin ningún aviso, sin que ocurriera quebranto o disgusto alguno, la mujer a mi lado comenzó a desvanecerse, el unicornio dio vuelta y cabalgó hacia el inventado bosque de donde emergió aquella vez y nunca mas volví a verlo; tampoco volví a verla a ella, pequeña, esbelta y frágil, pero ambos viven en mi memoria y hay recuerdos suyos y de mi bello unicornio enterrados en las faldas del Ávila, camino de Sabas Nieves.