OPINIÓN

Tuve hambre y me dieron de comer

por SJ. Luis Ugalde SJ. Luis Ugalde

 

Recientemente en una reunión con un grupo de exautoridades universitarias y buenos analistas políticos preocupados por el actual panorama nacional, con mucha delicadeza, me hicieron la pregunta ¿Y la Iglesia qué? Luego de varios años con extraordinarios documentos episcopales, lúcidos y valientes -me decían- llama la atención este silencio prolongado del Episcopado cuando más falta hace su voz. En mi defensa de las autoridades de la Iglesia opinaba que tal vez los obispos sentían que ya habían dicho todo y les costaba repetirse.

La Biblia, tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo, nos presenta situaciones de grave inhumanidad en las que Dios, por medio de sus profetas, denuncia de manera dramática y lleno de indignación. Ahora en esta Venezuela sin futuro la Iglesia entera -no solo los obispos- tenemos que dar voz y acción a la indignación de Dios y actuar para cambiar las inhumanas realidades que denunciamos.

Profetas de la vida

Menciono la acción liberadora de Moisés y las duras y exigentes denuncias de tres profetas:

“He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos, y he bajado a liberarlos…” (Éxodo 3, 7-8). Y Dios llama a Moisés para que guíe a su pueblo esclavizado por un largo desierto, camino hacia una tierra de vida y de libertad.

Siglos después el profeta Jeremías expresa la indignación de Yahvé que rechaza una religiosidad llena de templo y vacía de hermano: “Ustedes roban, matan… y luego vienen a este templo que lleva mi nombre… ¿Creen que este templo que lleva mi nombre es una cueva de bandidos?” (Jeremías 7,7-11).

Por medio de Isaías nos dice: “Estoy harto de holocaustos de carneros… no me traigan más ofrendas sin valor… sus manos están llenas de sangre… socorran al oprimido, defiendan al huérfano, protejan a la viuda… y entonces vengan y comerán lo sabroso de la tierra…” (Isaías, 1,10-20).

El profeta Amós grita: “¡Ay de los que convierten la justicia en veneno y arrastran por el suelo el derecho, odian al que juzga rectamente en el tribunal y detestan al que testifica con verdad!…Porque yo conozco sus muchos crímenes e innumerables pecados: oprimen al inocente, aceptan sobornos,atropellan a los pobres en el tribunal” (Amós 5,7-18).

A Jesús de Nazaret también le preguntaron sobre el verdadero camino de la vida y dejó claro que son “benditos de mi Padre” aquellos que me dieron de comer cuando tuve hambre, me visitaron cuando estaba preso, me acogieron cuando era forastero y me vistieron cuando estaba desnudo. Deja claro que lo que hacemos con uno de los más pequeños y necesitados a nuestro alrededor lo hacemos con el mismo Dios (Mateo 25,31-45). Y agrega que son “malditos” los que fabrican hambre, destierro, enfermedad, cárceles injustas…

¿Elecciones para qué?

Venezuela, tras sonoras palabras revolucionarias y promesas de paraísos, se ha convertido en fábrica de millones de pobres, hambrientos, presos y exiliados… No a causa de una catástrofe natural, sino como cosecha de 25 años de siembra del llamado “socialismo del siglo XXI”. Ahora estamos frente al dilema de aceptar con resignación que se perpetúe esta trágica situación o concentrar decididamente todas las fuerzas y potencialidades del país para salir de este precipicio y construir una Venezuela con vida y esperanza para todos. La inaceptable realidad está a la vista y para revertirla no basta un solo bando, ni el triunfo electoral de una pequeña parcialidad política. El reto difícil es sumar la máxima capacidad nacional posible y concentrarnos en la recreación de un país que tiene que nacer de nuevo. No podemos alegar nuestra inocencia diciendo que son otros los que han traído esta “revolución” de muerte y que nosotros nunca votamos por ella; ni podemos continuar celebrando el fracaso, ni concentrarnos en la venganza y el castigo.

El triunfo electoral de unos u otros solo servirá si no se queda en lo electoral partidista y da paso decidido a la máxima unión posible para recrear el país.

Por eso Venezuela ha agradecido y agradecerá que la palabra de nuestros obispos se eleve fuerte, libre y luminosa en defensa de las elecciones realmente democráticas, al mismo tiempo que nos convocan a todos a ponernos en marcha hacia un país de libertad y vida. Esas palabras y ejemplos de los obispos no serán para un partido, sino libres y liberadoras para todos, mirando más al futuro que al pasado de uno u otro bando. La reconstrucción y el renacer del país requieren sumar y multiplicar fuerzas superando odios que excluyen y que han destruido nuestro país y la vida de millones de venezolanos. Los liderazgos que guíen este camino serán bendecidos y enviados de Dios y tendrán el don de la inspiración para convertir a los venezolanos en sembradores y constructores de vida y de casa común.

Se espera y se agradece la voz valiente de la Iglesia, sin dejarse amedrentar por alguna cachucha insolente y engreída, cuya espada de odio sirve para matar, pero no para sembrar la vida que todos los venezolanos necesitamos. Que resuenen en todos las palabras de Jesús de Nazaret: “Vengan benditos de mi Padre porque tuve hambre y me dieron de comer”. No se trata de convertirnos en empresa de reparto de comida para indigentes, sino de recrear un nuevo marco político, económico y social donde abunden las oportunidades que nos permiten pasar de guardianes de la muerte a creadores de vida, convivencia y oportunidades.