Por Javier Vivas Santana
La rivalidad entre Austria y Rusia por los Balcanes fue la causa inmediata del estallido por la Primera Guerra Mundial en 1914, y cuando el Imperio otomano se unió a la guerra del lado de Alemania y Austria y, contra Inglaterra, Francia y Rusia sus propios territorios se convirtieron en campo de batalla (…) Por lo tanto, hacia 1918 el control militar de Gran Bretaña y Francia en Oriente Próximo y el Magreb era más sólido que nunca (…) El Imperio otomano había perdido sus provincias árabes y estaba confinado a Anatolia y una reducida porción de Europa; el sultán estaba sujeto al control de los ejércitos (…) se vio obligado a firmar un tratado de paz desfavorable (el Tratado de Sèvres, de 1920); que imponía de hecho un tutela extranjera a su gobierno; pero un movimiento de resistencia turca de Anatolia (…) desembocó en la creación de una república turca y la abolición del sultanato. Estos cambios fueron aceptados por los aliados en el Tratado de Lausana (1923), que puede ser considerado el fin formal del Imperio Otomano.
Albert Hourani – La historia de los árabes
Cuando finaliza la Primera Guerra Mundial y también llega el fin del Imperio Otomano, fue el Tratado de Versalles el que estableció que los países árabes que se encontraban bajo el control otomano podían ser reconocidos como independientes; previa sujeción de ayuda y la instauración de un Consejo de Estado (intervención extranjera); los cuales orientaron el destino político de las “nuevas naciones” que fueron otorgados por la Liga de Naciones de 1922; y sobre las cuales Gran Bretaña quedó como responsable de Irak y Palestina, mientras Francia haría lo mismo sobre Siria y Líbano; sin obviar que el primero intentó realizar una revuelta que fue reprimida por el “país mentor” con la máxima celeridad; y otra que se repitió en el mismo territorio, esta vez en Drusa durante 1925 y que tuvo mayores obstáculos para lograr la rendición de los rebeldes.
En tal sentido, del conjunto de los países árabes, solo algunas partes de la llamada península arábiga quedaron con autonomía y sin influencia de los europeos. En tal contexto, podría decirse, que sólo Turquía fue la única nación que comenzó con una determinada independencia; así como separar sus características religiosas del Estado, y por ende, convertirse en parte de Europa, disolviendo los vínculos con los árabes, pero con diferencias que persisten en la contemporaneidad con las fronteras ante Irak y Siria.
Y es que esos territorios árabes, pertenecientes a los antiguos y poderosos reinos de Oriente Próximo constituidos en su época por Babilonia (Irak meridional), Asiria (región del Alto Tigris), Mitanni (Siria e Irak septentrionales), Hatti o imperio hitita (Turquía central), Arzawa (Turquía suroccidental), han desembocado en sangrientas guerras, que no cesan, y por el contrario, pareciera que las complejidades de tales particiones sobre semejantes espacios, va más allá en la sangre derramada que acaba de dejar probablemente el peor terremoto de la historia en Turquía y Siria, que hoy unidas por una dolorosa tragedia de un fenómeno natural, sobre el cual se conmueve el mundo; la otra cara de la historia, demuestra que existe la crisis que originan los propios Estados sobre los pueblos, y que a nadie pareciera importarle en una praxis “humana” que solo se mueve cuando se ven los muertos y heridos que esos mismos “gobiernos” permiten ver desde la óptica de un fenómeno natural, y que ocultan, cuando son generados por las balas y las municiones que amplifican sobre inocentes, refugiados y desplazados, en su afán de imponer sus dominios políticos y militares.
Por ello, una de estas grandes diferencias entre los espacios de territorios son aquellos en donde habitan los kurdos en porciones de territorios de Turquía, Siria, Irak e Irán, y cuya población estimada entre 25 y 35 millones de habitantes, hablan un mismo idioma y se encuentran criados y educados con una cultura histórica desde los orígenes de los pueblos árabes, y quienes en sus luchas exigen la creación del Estado de Kurdistán como nación propia; pero que obviamente, tanto Turquía como Siria, fundamentalmente, con más intensidad la nación que gobierna Recep Tayyip Erdogan, considera como “terrorista” cualquier levantamiento o de resistencia kurdo por la creación de su propia nación; al punto que el presidente turco ha dicho: «Nuestra misión es prevenir la creación de un corredor terrorista a lo largo de nuestra frontera sur y llevar la paz a la zona» (…) «La Operación Manantial de Paz neutralizará las amenazas terroristas contra Turquía y causará el establecimiento de una zona segura, que facilitará el regreso de refugiados sirios a sus hogares».»Preservaremos la integridad territorial de Siria y liberaremos a las comunidades locales de los terroristas»¹.
Esta sangrienta lucha entre las fuerzas turcas y el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) y las Unidades de Protección Popular (YPG), desde iniciada la guerra a mediados de los ochenta, tiene un saldo que supera los 40.000 asesinados, y más de 100.000 víctimas directas, con millones desplazados y refugiados, y cuyo conflicto bélico, originado por diferencias religiosas, culturales, ideológicas, políticas y territoriales, parecieran no tener fin; y a lo largo de la historia, y cuya crisis se agravó en 2015 –después de un alto el fuego en 2013- cuando el “Estado Islámico” se atribuyó un atentado suicida en la población kurda de Suruc que asesinó a 33 jóvenes, y entonces el PKK acusó a Turquía de cómplices en tan sangrienta acción; lo cual ha derivado para que Erdogan manifieste que llevan una “guerra sincronizada” contra el terrorismo y los que se autodenominan parte de una estructura islámica radical en sus luchas religiosas. De hecho, los elementos autoritarios, no pueden desligarse en estos conflictos, y conviene repasar el concepto de “asimilación de principios” (p. 185) planteado por Adorno, y que posteriormente, Lerner (1964) estudió en el plano de la psicología al preguntar a un agricultor turco qué haría si fuera presidente de Turquía, y la respuesta de la persona estuvo asociada con la respectiva invocación religiosa, en que él no podría ser presidente, porque simplemente “no podía”; o sea, una conducta de sumisión pensativa que se mantiene en tales “Estados”.
Es irónico que el componente religioso, supuestamente orientado para hacer bien en tales pueblos, sean estos principios los que deriven en una sangrienta guerra, que solamente cuando preceden eventos naturales como este devastador terremoto es que se vean las magnitudes de las víctimas en los pueblos árabes de Turquía (aunque esta sea parte de Europa) y Siria –de mayoría musulmana-, obviando que los kurdos –con diversidad religiosa- son parte importante de tales territorios, y que el poder político europeo, asiático, y también norteamericano los haya abandonado a su “buena de Dios”.
No basta que Erdogan vaya a dar condolencias en zonas muy afectadas por el terremoto como Kahramanmaras o que Bashar al-Assad asome que están ayudando a las víctimas de la tragedia, que según cifras oficiales de ambas naciones superan los 11.000 fallecidos, más de 50.000 heridos, y casi 300.000 desplazados² –solo en las zonas que controla Siria– si en la praxis política, día a día, lo que pesa sobre ambos mandatarios son muertos y heridos, y por supuesto, millones de desplazados.
Turquía y Siria han sido afectadas por un terrible hecho natural que yace de luto, dolor, y lágrimas a sus pueblos, y también al mundo; pero no basta con invocar la historia de Tengri o Assur, para mencionar orígenes religiosos, y que aparezca la ayuda humanitaria en el medio de las adversidades materiales y climatológicas. Para tener un mundo más humano, no podemos tener “humanidad” solo cuando haya terremotos, tsunamis, deslaves, o grandes incendios. El llanto de los pueblos árabes y de la mayoría de las naciones sigue vertido sobre terremotos nada naturales, que cada vez son más intensos que cualquier fenómeno de la corteza terrestre.
jvivassantana@gmail.com
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¹ https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-50000335