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Tucídides desde Miraflores

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Como si se estuviera disparando verbalmente un amplio caletre del libro de Levi Marrero Venezuela y sus recursos les parafraseo la introducción de ese excelente texto de bachillerato con el que estudiaron muchos militares, internacionalistas, políticos, embajadores y analistas de alto coturno de nuestro país. Venezuela está ubicada en la zona tropical, en una excepcional posición geográfica en el planeta al encontrarse en el hemisferio norte, y totalmente estructurada en el territorio continental americano, lo que le otorga extraordinarias ventajas geoestratégicas. El país está abierto a los espacios marítimos mundiales por su presencia territorial en el mar Caribe y en el océano Atlántico. Esta ubicación geográfica notable hace de péndulo a escala mundial y la hace posible en una fácil comunicación y un fluido tráfico aéreo y marítimo de personas, y de su amplia y diversa disposición de recursos naturales; lo que proporciona a los productos venezolanos un valor económico atractivo para los principales núcleos internacionales. Nuestra nación está en una posición que es equidistante de los principales centros industriales, financieros y de servicios del hemisferio occidental, tanto de América del Norte como de Europa y África. Debido a su cercanía con el Canal de Panamá, su situación respecto al hemisferio oriental y los dinámicos polos del nuevo desarrollo de Asia meridional y del extremo oriente les proporcionan extensos potenciales sujetos a las decisiones políticas de turno. Hasta allí se puede extender la fosforescencia argumentativa para indicar que el potencial y la importancia de Venezuela en la bolita del mundo no depende del sistema, del régimen, o del presidente que está sentado en la silla de Miraflores.

Hasta 1998 Estados Unidos fue nuestro principal socio político, económico, cultural, comercial y militar. La llegada de la revolución bolivariana al poder saca a Venezuela de esa órbita histórica y la proyecta hacia otros centros de poder como Rusia, China e Irán. Nuestro principal recurso de exportación, el petróleo, se salió de la tradicional ruta de comercialización y nuestros cargueros full de crudo pusieron proa hacia otros puertos trazados en las cartas de navegación política para extender los réditos derivados del intercambio petrolero hacia otros fines geopolíticos. La exportación revolucionaria del socialismo del siglo XXI, la sumatoria hacia el enfrentamiento en bloque contra el imperialismo y la incorporación de nuestra importante ubicación geoestratégica en el juego de las superpotencias por la supremacía del poder global alimentó desde Moscú, desde Pekín, desde Teherán y otras capitales enfrentadas al capitalismo de Washington. Después de 25 años de desarrollo de una iniciativa de acercamiento político surgida desde Caracas, el sentido de la prioridad en el interés de aquellos países cambió y se intensificó en el camino de acercarse y mejorar el intercambio con Venezuela. En este momento no se trata del interés de Venezuela, se trata del interés de China, de Rusia y de Irán de mantener y consolidar esa relación frente a la cercanía y los avances de su poder contra las vecindades de su histórico enemigo: Estados Unidos de Norteamérica.  Y allí sí importa quién está tomando decisiones en Miraflores.

Las administraciones Obama, Trump y la actual Biden no han estado en la mejor sintonía y la consecuencia de una superpotencia como correspondió a épocas anteriores donde el garrote norteamericano hacia prevalecer sus intereses dentro y fuera de sus fronteras. Distinto a la línea política en los tres referentes euroasiáticos y autocráticos con los que el régimen de la revolución bolivariana se ha blindado con acuerdos políticos, económicos, culturales y militares. Palabras más, la experiencia del 11S y la de salida de Afganistán, la extensión de la guerra Rusia-Ucrania, el distanciamiento ante algunos aliados europeos, y la concesión de los espacios políticos latinoamericanos; palabras menos, la recesión económica poscovid, el descontrol ante la migración, los alarmantes niveles del consumo de cocaína y de fentanilo en la sociedad, los escándalos políticos post Trump y los traspiés mediáticos del presidente Biden no son una imagen de fortaleza de los Estados Unidos de Norteamérica, ni hacia lo exterior y menos hacia lo interior. Con mucha más razón importa quien ejerza el poder, no importa si es de manera usurpatoria, en esos predios de misia Jacinta. No se  trata del petróleo  que se exporta desde los principales puertos venezolanos hacia el mundo, ni de la cantidad de miss universo, miss mundo y de tantas reinas de belleza de cuanta vaina se les ocurra a  los organizadores de esos certámenes, de que dispone el país; es un tema del poder global, de la sustitución de una hegemonía atribuida al imperialismo y al capitalismo –según la retórica revolucionaria– política, estratégica e históricamente asentada hasta la llegada de Hugo Chávez, entre Castillete y Punta Playa, la isla de Aves y las cataratas de Huá. ¿Es importante Nicolás Maduro? ¡No! Es importante Venezuela.

Hace un año Maduro hizo una importante gira por Eurasia. No es necesario recordar que es la masa continental más grande del mundo. Un supercontinente donde la influencia norteamericana es reducida. Tiene un área aproximada de 52.990.000 km², lo que equivale al 10,6% de la superficie de la Tierra y 36,2% del área terrestre. Lo habitan más de 5.000 millones de personas, lo que equivale al 72,5% de la población mundial. Lean bien, dos tercios de la población mundial están en Eurasia distribuidos en 93 países. Desde el 7 de junio de 2022 hasta el 18. Países como Turquía, Argelia, Irán, Kuwait, Qatar y Azerbaiyán fueron tocados en las escalas del viaje. Esta tribuna lo desarrolló en sus interioridades con un artículo titulado «La vuelta a Eurasia en 11 días» en el ánimo de desmontar ese cliché opositor de subestimación hacia Nicolás por el origen de conductor de un Metrobús de la línea 3 Santa Mónica-Plaza Venezuela. Pues bien, acaba de llegar de otro periplo, de 8 días únicamente en China con una entrevista de cierre con Xi Jinping y la firma de varios acuerdos políticos, comerciales y económicos, que según el mandamás chino “elevarán las relaciones con Venezuela”, sin importarle que la oposición venezolana solo tiene una asociación subliminal de Maduro en ese tatuaje de desprecio inútil, con la de un muñeco inflable de hule con un bigote.

La guerra del Peloponeso es una referencia conceptual desde el quinto piso más importante de Fuerte Tiuna. Tanto que dentro de eso que llaman en la revolución el nuevo pensamiento militar venezolano, se han ido más allá de la guerra asimétrica, de la guerra de cuarta generación y de otras temáticas ajenas a las doctrinas militares de las más importantes fuerzas armadas del mundo y han ensamblado dentro del proceso vernáculo de formación y de capacitación profesional otro más neblinoso y brumoso llamado guerra difusa. El ministro Padrino escribió un denso libro titulado La escalada de Tucídides – Hacia la tripolaridad donde se proyecta el ambiente de poder global compartido actualmente entre Estados Unidos, China y Rusia como en su momento lo vivieron en un ambiente de guerra entre Atenas y Esparta en una ilustración del ascenso de los atenienses y el temor que eso inculcó en los espartanos, lo que hizo que la guerra fuera inevitable. Desde ese entonces, la trampa, que en Fuerte Tiuna mencionan como la escalada remite a situaciones en la que una potencia global hegemónica se enfrenta a la capacidad de otra que va escalando, y esa situación termina en la gran mayoría de las veces en una guerra entre ambas, especialmente cuando alguna de ellas empieza a erosionarse socialmente como estructura. Eso debe sonar muy cercano.

Ante la elevación económica, política, social y militar de China y el potencial declive de Estados Unidos de Norteamérica, en Venezuela se están anotando a favor de China. Cuestión de tiempo lo corean ambos Vladimires, uno en Moscú y otro en Caracas.  Eso es lo que se llama mas académicamente en los escenarios y círculos intelectuales la trampa de Tucídides. Por eso, en China, no importa Maduro, importa Venezuela. Como si en Pekín, en Moscú y en Teherán estuvieran leyendo con criterio de examen final a Levi Marrero.

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