Históricamente, nada más deprimente que el timo «en grado de continuidad» haya tenido por objetivo fundamental a los desposeídos: quienes, de esclavos, pasaron a caricaturescos «hombres libres» llevados a palcos para aplaudir a sus opresores o purgar sus pasiones mirando barbaridades [como sucedía en los coliseos, del latín «colisseo», anfiteatro para espectáculos públicos de la Roma Imperial]

La humanidad periódicamente me crispa cuando, frente a la pendular reaparición del incorregible trux troglodyta perpetum que ha de lastimar a los benévolos, elige vendar sus ojos. En la románica, se usó el vocablo latino «plebs» para encasillar a quienes conformaban sectores miserables de la población que eran arreados como ganado o intimidados con fines políticos. A los cuales, la infamia dicta, se les tenía por «villanos» o forajidos de villa. No distorsiono nada. Prueba cuanto afirmo la trascendida expresión «plebeyez» [cualidad de «malviviente»]

Los no pudientes o marginales han sido destinatarios de la maledicencia entre los pleités. Mejor los defino, entre proclives reñir por la dominación del otro y a los cuales los ninguneados tuvieron que ofrendar pleitesía o rendición.

No es sabiduría de peripatos (paseo cubierto para discípulos platónicos en el Lykeion, Atenas, 336 a. C) sostener que la nada novísima «división de clases sociales», y consecuentemente «división del trabajo», han mantenido intactos sin formaldehido ciertos privilegios de casta. Son intocables, por ejemplo:

A.- Los militares, que no suelen ser cultos ni devotos de la civilización.

B.- Industriales o empresarios plegados a quien temporal y fortuitamente gobierna.

C.- Los soberbios de la meeting mediática, expertos en el fraude y arte de timar, que logran ser elegidos por ciudadanos para ejercer los máximos cargos de conducción política y administrativa de Estado mediante actos de gobierno.

D.- Los aduladores que dan sentido al cortejo de sumisión funesta, esos que se auto infligen el «¡Ave Cesar, morituri te salutant!» (1)

Es doloroso advertir que, aun cuando no sea obviamente plausible, durante el siglo XXI persistan individuos que –dotados de carisma–  se «hagan del mando» por encima de los benévolos y cultos: siempre avasallando la plebe sempiterna, tras agavillarse con los castrenses: e igual financistas y vándalos de mecenazgo.

En un hipotético plató, en cuya didáctica «puesta en escena» el que nada posee acepta bromear con quien lo gobierna que luego le dará la espalda o traicionará, y que consuma un sesudo apotegma shopenhaueriano, la moción del espectador debería ser que el jefatural exija la misma y severa responsabilidad social a su conducido: para fortalecer al Estado y no pervertirlo mediante el bochorno, dispendio, extorsión al que sufraga, bacanales circenses con dineros públicos ni paradas militares que no tienen propósitos distintos que mantener asustado al pueblo.

En Primermundano [donde los jefaturales de Estado rara vez abusan del meeting mediatinismo que tortura la psique del vulgo] se percibe una lenta abolición de la morbosa, lesiva y aparencialmente irreparable discordia entre mandatario-gobernado. Ello no significa que me halle conforme: el ideal de la sublime civilización non consumatum est (2) Allá y aquí, al amanecer y curso irrefrenable del poniente, las armas de guerra y pendencia económica-ideológica-militar persiste sin la aprobación de la inteligencia superior.

Notas

(1) Resguardado emperador, los que están por morir te ovacionan.

(2) Que no se ha consumado o está pendiente.

@juescritor


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