El debate presidencial del martes entre Donald Trump y Kamala Harris fue un espectáculo encendido que podría marcar un punto de inflexión en la carrera presidencial estadounidense.
Si bien el debate del 27 de junio entre Trump y Joe Biden fue un desastre para los demócratas, lo que finalmente obligó a Biden a retirarse de la contienda, esta vez fue Trump quien se encontró a la defensiva, mientras Harris parecía dar los golpes más certeros.
El dominio del expresidente en el Partido Republicano rara vez se pone en duda, pero esa noche, Kamala logró ponerlo a la defensiva con comentarios que lo desconcertaron.
Lo atacó donde más le duele, apuntando al disminuido tamaño de sus mítines, al caos del asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 y a los críticos de su propia administración que se han vuelto en su contra. Para Trump, un debatiente experimentado, esta fue una dinámica nueva e incómoda.
La estrategia de Harris fue clara: mantenerlo a la defensiva. Ya fuera sobre la economía, el aborto o la política exterior, su objetivo era provocar a Trump para que respondiera a sus ataques en lugar de promover su propia agenda. Funcionó.
El magnate pasó más tiempo defendiendo su comportamiento pasado que promoviendo su visión de futuro. En lugar de atacar a Harris por sus posiciones cambiantes o debilidades, Trump cayó en la trampa, enfrascándose en una discusión sobre la asistencia a sus mítines e incluso reviviendo teorías conspirativas desacreditadas sobre inmigrantes en Ohio que comen mascotas.
Uno de los momentos más destacados ocurrió cuando la conversación giró hacia los aranceles de importación de Trump. La ex fiscal los calificó como un «impuesto de ventas de Trump», una táctica para alinearlo con políticas económicas impopulares. Aunque él intentó defenderse, era evidente que esta táctica lo mantenía alejado de hablar sobre la inflación y los precios al consumidor, áreas en las que muchos estadounidenses se sienten desilusionados con la administración actual.
Harris también tomó la delantera en el tema del aborto, desviándose hábilmente de las afirmaciones vagas de Trump para ofrecer una narrativa poderosa sobre el impacto de las «prohibiciones de aborto de Trump» en mujeres con embarazos complicados. Su discurso probablemente resonó con muchos.
Sin embargo, a pesar del éxito de la ex senadora en el debate, no se puede ignorar el panorama político más amplio.
La base del polémico hombre de negocios es ferozmente leal, y los llamados “estados pendulares” siguen siendo la clave. Aunque Harris superó a Trump en el escenario, el impacto a largo plazo del debate en los votantes es incierto. Los seguidores de Trump pueden desestimar su incoherencia, centrándose en su atractivo populista y su estatus de «outsider».
El debate también destacó los desafíos de moderar a Trump. A pesar de las acusaciones de favoritismo por parte de los republicanos, los moderadores de ABC verificaron repetidamente los hechos del aspirante a un segundo mandato, especialmente sobre las estadísticas de criminalidad y sus teorías conspirativas infundadas sobre inmigrantes.
Sin embargo, el espectáculo del debate eclipsó las discusiones políticas más profundas, particularmente cuando Trump parecía más interesado en defenderse de los ataques que en exponer planes coherentes para la economía, la atención médica o la política exterior.
Al final de la noche, Harris emergió como la candidata más serena y con visión de futuro. Esquivó hábilmente sus debilidades, redirigió los ataques recibidos y destacó su visión para Estados Unidos.
El neoyorkino, por su parte, parecía cada vez más desconectado, luchando por lanzar ataques efectivos. Sus quejas sobre los moderadores y su aparición en la sala de prensa después del debate —algo que típicamente hacen los candidatos que sienten que no les fue bien— sugieren que la noche no fue favorable para él.
Si bien Harris puede reclamar una victoria en este debate, la realidad de la política estadounidense es que ganar un debate no siempre significa ganar la elección. La base de Trump sigue siendo fuerte, y la polarización política del país es más profunda que nunca. Harris pudo haber ganado la noche, pero la carrera está lejos de decidirse.
La verdadera prueba vendrá en las próximas semanas: ¿Podrá ella aprovechar este impulso y convencer a los votantes clave de los estados pendulares, o los leales seguidores de Trump se reagruparán una vez más, descartando el debate como otra batalla en la guerra del teatro político? El tiempo lo dirá, pero por ahora, Harris ha demostrado que es una oponente formidable en el escenario de debate — y eso podría ser un cambio decisivo para los demócratas.