Estados Unidos y Colombia han mantenido una agenda común de temas de interés binacional dentro de una buena relación de más de dos siglos, lo que ha hecho históricamente del país vecino uno de los más cercanos al norte en el subcontinente latinoamericano. Hasta esta hora las relaciones bilaterales han sido buenas y constructivas habiéndose establecido más de un esquema de cooperación en temas de seguridad y combate al narcotráfico, temas en los cuales ambos comparten intereses vitales.
Durante el mandato de Gustavo Petro, sin embargo, Colombia ha reblandecido su colaboración con Estados Unidos en estos dos terrenos de manera visible y, particularmente en el tema de la droga, los avances han dejado muy insatisfechas las expectativas de Washington. La realidad del incremento desmedido de los cultivos de coca y de su capacidad de procesamiento e industrialización viene llamando la atención de las autoridades estadounidenses desde hace un cierto tiempo. El anterior gobierno de Trump sostuvo una política clara de cooperación con Bogotá en materia de erradicación de cultivos en Colombia, pero esta se fue al cuerno con la administración Petro.
Dentro del ideario republicano expresado a lo largo de la campaña de Donald Trump narcofráfico e inmigración ilegal van de la mano y es de esperar que ambos asuntos recibirán seria consideración dentro del espectro de las relaciones con México, con Colombia y con Venezuela. En estos tres países, la inseguridad y la violencia intestina, unida a la falta de oportunidades y la pobreza desatada son los grandes disparadores de la emigración ilegal de la cual Estados Unidos es receptor. Para nadie es un secreto que este asunto despierta pasiones en el hoy presidente electo, quien hizo de ello uno de los platos fuertes de su campaña llegando hasta a proponer la deportación de 10 millones de personas.
De allí que le va a resultar cuesta arriba al presidente colombiano hacer caso omiso de la tajante posición que Washington asumirá a partir de enero en cuanto a inmigración ilegal. Colombia es una pieza clave en la avalancha de individuos que inician en su suelo el inhumano recorrido hacia la frontera norteamericana, lo que además deja una ristra de casos dramáticos de hambre y muerte en su paso por el Tapón del Darién. Una acción muy contundente exigirá la nueva administración norteamericana para impedir ese éxodo.
La dependencia comercial de Colombia de la gran nación del norte será un elemento importante a considerar en la Casa de Nariño también, toda vez que Trump en más de una ocasión ha prometido penalizar a países que causan perjuicio a Estados Unidos a través de la imposición de trabas al comercio, arancelarias y de otra índole. Lo prudente es tener en cuenta cuánto puede lesionarse el comercio con Estados Unidos con trabas impuestas desde el norte.
Por último, la cercanía doctrinaria de Gustavo Petro con el régimen de Nicolás Maduro es otro de los elementos susceptibles de generar urticaria entre los republicanos y en particular al nuevo mandatario. La réplica del lado venezolano de la frontera del Arauca de movimientos guerrilleros que están siendo apoyados por el gobierno de Nicolás se ha convertido en un factor esencial del fortalecimiento de la guerrilla colombiana, que ha encontrado allí un refugio útil a la perpetración de sus fechorías. Ello unido a otro tipo de soporte que Venezuela ofrece al terrorismo internacional en el caso de Irán hacen de Colombia también un foco de atención por la complacencia -podría decirse, de complicidad- de Petro con el régimen venezolano.
En definitiva, si Colombia no es el país al sur del Río Grande que más le quitará el sueño al inquilino nuevo de la Casa Blanca, tampoco le será indiferente al gobierno que se estrena en enero.
El asunto debe ser examinado sin ligereza de parte de todas las fuerzas vivas colombianas a fin de orientar y exigir a su gobierno acciones para que la relación con Estados Unidos sea preservada y cultivada y de manera de no agregar escollos a los problemas que la administración Petro enfrentará en los dos años que le quedan de mandato.
Es que el Donald Trump de esta ocasión esta vez va sin frenos.