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Trump, el impredecible

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Trump hubiera sido condenado por su intentar anular las elecciones, dice fiscal Jack Smith

Foto: EFE

El tema sobre la crisis política de Venezuela tomó un nuevo giro por las expectativas, ¿tal vez exageradas?, que ha generado la asunción al poder de Donald Trump. 

Trump ha dicho hace unos días que él y su equipo de trabajo están monitoreando de cerca a Venezuela; que él la conoce muy bien por diversas razones, y que no le interesa comprar más nuestro petróleo. 

A una pregunta de un periodista sobre la posible salida de Nicolás Maduro, dijo escuetamente el nuevo presidente: “veremos”. Y así, cosas como aquel mensaje en las redes sociales sobre la importancia de la seguridad personal de María Corina Machado y de Edmundo González, a propósito del efímero secuestro de la líder opositora por parte del régimen. ¿Mensajes en clave que esconden una estrategia? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Tal vez ni siquiera el propio Trump, una mente inescrutable dominada por un delirio de grandeza incontrolable.

Pero, bueno, vamos a ser positivos y decir que ha habido desarrollos que pudieran considerarse auspiciosos y alentadores. 

Por ejemplo, apenas 24 horas después de haber asumido su cargo como secretario de Estado, Marco Rubio sostuvo el primer contacto por videoconferencia con la dupla ganadora de las elecciones del 28 de julio pasado. La categorización hecha por Rubio de EGU como presidente legítimo y su compromiso renovado con la restauración de la democracia en Venezuela, ha acallado momentáneamente las dudas de gran parte de la opinión pública que apuesta a medidas concretas y perentorias en contra del régimen venezolano.

Muchos esperan que, con su nuevo cargo ejecutivo, Marco Rubio, junto al grupo de asesores de similar línea dura, como el consejero de seguridad nacional, Mike Waltz, pongan manos a la obra y pasen de la retórica a la acción concreta y decidida. Por supuesto, nada de esto es soplar y hacer botellas. Cuando se está del otro lado de la barrera, -como fue el caso de Rubio en su reciente papel de senador por el Partido Republicano, en oposición y crítica permanente a la nefasta y entreguista política de la anterior administración respecto a la dictadura venezolana-, resulta más cómodo recetar y decir lo que hay que hacer y no hacer.

Una pregunta que surge de manera inmediata: ¿es ciertamente el nombramiento de Marco Rubio y demás connotados asesores de visiones radicales una señal inequívoca de que esta vez Donald Trump cobrará venganza por el fracaso de su política de máxima presión contra Maduro en su primera administración?

Otra duda razonable: ¿Ocupa realmente el expediente venezolano un lugar privilegiado en la lista de prioridades de política exterior y de seguridad de la Casa Blanca? Y si es el caso: ¿Cuenta el nuevo gobierno de Estados Unidos con las herramientas necesarias para producir un cambio político en Venezuela?

Para responder a la primera pregunta, debemos explorar de nuevo la personalidad volátil de Donald Trump, su poca paciencia y su inconveniente visión cortoplacista, que lo separan de los grandes estadistas y decisores. Los patrones mentales de Trump lo llevan a siempre necesitar resultados inmediatos e inequívocos, pues de lo contrario es muy probable que abandone el barco.

Muy conocidos fueron los encontronazos de Trump con aquel famoso asesor de seguridad, John Bolton, de quien obtuvo una promesa de salida expedita de Maduro, algo que ya se sabe nunca ocurrió y que llevó en última instancia a Trump a referirse al dictador venezolano como un “duro” de la política.

Lo segundo, en la evaluación sobre lo que el equipo de asesores de Donald Trump haga efectivamente respecto al expediente Maduro, se habrá de despejar la duda de si realmente Venezuela ocupa un lugar estelar en la lista de prioridades de la política exterior y de seguridad de los Estados Unidos, o si nuestro país es simplemente un eslabón más de, digamos un cuadro de intereses subalternos de la nueva administración, así como ha sido el caso en cuatrienios precedentes.

Y esto nos lleva a la tercera y gran pregunta. Nadie tiene claridad respecto a lo que realmente está dispuesto a hacer Washington para modificar el estatus quo en Venezuela. Todo ello dependería de si tiene los medios idóneos para tal propósito. Los únicos instrumentos visibles para presionar aún más al régimen siguen siendo las famosas sanciones que han mostrado ser a todas luces ineficientes para desalojar a Maduro de Miraflores.

Un consejo para el catire

Hay que decirlo con todas las letras: a Donald Trump, más que importarle Venezuela, lo desvela el tema de la inmigración ilegal, y, sobre todo, aquella con rasgos delincuenciales como la del Tren de Aragua, a la que hizo referencia en numerosas oportunidades durante la campaña electoral, y que ahora, justo en las primeras de cambio después de la toma de posesión, ha abordado con las órdenes ejecutivas que habrán de incorporar a esa y otras agrupaciones narcocriminales, tipo Cartel de los Soles, en la lista de organizaciones terroristas. 

Toda la información está disponible. Si la prioridad de Trump es realmente el asunto de la inmigración ilegal, entonces solo tiene que terminar de voltear y observar que la mayor crisis de personas desplazadas por el hemisferio corresponde a los venezolanos que huyen indefensos de un régimen criminal y opresor. Entonces, la pregunta que se debe hacer el señor Trump es si eliminando la fuente del problema no solucionaría en gran medida la amenaza a la seguridad de su país y la obvia inestabilidad del continente.

Es cuestión de saber cuál de las varias tesis que están por ahí circulando atrapará el oído del magnate inmobiliario convertido en presidente. Una de ellas, que a pocos gusta, habla de una estrategia que consistiría en negociar con Maduro un acuerdo para la repatriación de venezolanos que hayan entrado ilegalmente en los Estados Unidos, a cambio de una renovación de las licencias petroleras que actualmente benefician a la petrolera Chevron. Para algunos entendidos este cambalache estaría descartado, por cuanto ya Trump ha dicho que no necesita el petróleo de Venezuela; aunque, en todo caso, esto quedaría sujeto a una cuestión de beneficiar a compañías transnacionales de su país. ¿Interés nacional?

La hipótesis que más nos anima a todos: Trump no tiene nada que negociar con el régimen chavista, excepto la salida de Maduro para facilitar una transición democrática en Venezuela. 

Por cierto, que mucha suspicacia ha generado la noticia bastante escueta de que Richard Allen Grenell, enviado presidencial para Misiones Especiales Venezuela-Corea del Norte, ha entablado conversaciones con personeros del régimen. Este señor ha dicho que la diplomacia ha vuelto, agregando que conversar es una táctica, y que el gobierno de Trump tiene como lema alcanzar la paz a través de la fuerza. Sólo él sabe que carrizo quiso decir con ello. 

Tal vez para ayudar un poco a Donald a tomar una decisión: Ya no se trata sólo de que Maduro y sus secuaces se robaron descaradamente unas elecciones, violando el principio fundamental de que la soberanía de un país descansa en la voluntad del pueblo. El asunto adquirió una nueva dimensión al haber cruzado el régimen, no una, sino muchas líneas rojas (desde hace tiempo, por cierto) que ya hacen insoportable convivir con tal calaña de delincuentes en el vecindario americano.

Una nueva doctrina debe acompañar la visión geopolítica, internacional y de seguridad de la administración Trump en su segundo mandato. Hablamos de una renovada aproximación y tesis que sirva de complemento al MAGA. En otras palabras, una América libre de autoritarismos y de sus inescrupulosos socios de la izquierda caduca y delincuencial. 

Desde el punto de vista geoestratégico, sería ideal para las aspiraciones de los libertarios del hemisferio occidental la materialización del eje Estados Unidos, Venezuela y Argentina, con socios como El Salvador de Nayib Bukele. Con el tiempo, ya las poblaciones de otros países entrarán en razón, y a este grupo se unirán eventualmente Brasil y Colombia, y un México que no las tendrá nada fácil con Trump presionando desde el norte.

Mientras tanto, el destino de Venezuela se seguirá debatiendo en medio de los humores de Donald Trump. Del flamante e impredecible presidente se puede esperar cualquier cosa. Tal vez el Tren de Aragua y el llamado Cartel de los Soles, y las mentes criminales detrás de los mismos (¡Ay, Diosdado!), puedan darle la mejor pista que necesita. 

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