Las universidades son arreglos sociales que desde su creación en el Medioevo habilitaron un espacio para el diálogo y la búsqueda de respuestas a enigmas de la humanidad. La preocupación estaba en las mentes de los eruditos quienes, buscando la verdad en condiciones de libre intercambio con sus pares, viajaron desde diferentes países a otros que valoraran la razón de sus desvelos. Italia fue la cuna en los siglos X y XI. Con el discurrir del tiempo, la organización y crecimiento vinculado a los intereses de la sociedad revelarían el valor intrínseco -bueno en sí mismo- instrumental, constructivo y cultural del conocimiento. Así surgieron las misiones de la universidad de carácter universal alrededor de la academia -espacio creativo de profesores y estudiantes- y sus aspiraciones de excelencia que solo puede ser validada por la sociedad misma en concordancia con las prioridades por ella asignadas a cada universidad en particular.
La autonomía es necesaria absolutamente, pero no suficiente. Así mismo, la autonomía no es un privilegio sino una responsabilidad de la comunidad y, particularmente, su cuido y cultivo, al igual que su defensa frente a las amenazas externas, deben ser lideradas por sus autoridades. Solo de esta manera se tendrá acceso a los recursos materiales y humanos necesarios para un cabal funcionamiento.
La narrativa de la creación de la UCV lo confirma. Con la contribución financiera de la sociedad caraqueña se inician las gestiones para la creación de una universidad en Venezuela. Comprobada su viabilidad financiera y social, el rey Felipe V decreta el 21 de diciembre de 1721 la creación de la Real y Pontificia Universidad de Caracas, hoy Universidad Central de Venezuela.
La celebración de estos 300 años de inicio monárquico de la UCV motivó la invitación que hice a un grupo de colegas con el objetivo de elaborar un esbozo de una auténtica universidad del siglo XXI con base en su hacer académico, al paso y actualización del conocimiento y en espera de su ajuste en un espacio plural y abierto durante cuatro años. En el año 2025 se cumplirán los 300 años del funcionamiento académico de la UCV. Pero lo complejo de la tarea y la poca disponibilidad de tiempo de los colegas en condiciones de vida en incertidumbre e inseguridad y la desprotección, como todo el personal universitario, con excepción de sus autoridades quienes gozan de una situación económica diferente y no se cuán favorable por ser un secreto, hicieron imposible brindar a la UCV una contribución constructiva liberadora de los malos tiempos.
No obstante, más allá de este motivo, en mi condición de profesor y académico de la UCV estoy estremecido y perplejo al observar la conducta de la rectora y de parte del grupo que la acompaña en el Consejo Universitario (CU). En mi mente aún están presentes algunas reflexiones de mi período como decano de la Facultad de Ciencias (1975-1978) y vicerrector académico (1980-1984); a saber, en condición de autoridad electa uno es parte de la universidad, no la universidad. Es sagrada la entrega de cuentas y la transparencia de todos nuestros actos. Y por sobre todo, la toma de decisiones y su transmisión a la organización no puede ser autoritaria, por el contrario, es un proceso consumidor de tiempo, acorde con la naturaleza plural de la UCV, y constitutivo del éxito de las iniciativas, por buenas que sean.
La conducta de la rectora y el resto de autoridades presentes en el Consejo Universitario ha desatendido algunos de estos principios. El tricentenario de la UCV está bajo una sombra difícil de vencer, salvo que los integrantes de la comunidad ucevista inventemos alguna forma para rescatarla. Regresamos a los tiempos monárquicos. Nadie, en su sano juicio, puede ignorar las dificultades de las autoridades para lidiar con la naturaleza del gobierno nacional. La dificultad se encuentra en que la acción de la cúpula administrativa de la UCV se confunde con la del Ejecutivo nacional y no sabemos adónde se fue la autonomía.
Brevemente, el dinero de los profesores ha sido dilapidado. Y, día con día, las carencias de los afectados por la extraña desaparición de nuestros bienes crecen. El Instituto de Previsión del Profesorado, un bien institucional, se deteriora y el cerco, el acoso y el calvario impuesto por las autoridades ucevistas se nos quiere presentar como un enfrentamiento personal y en segundo término como político. El Consejo Universitario nombró una comisión para investigar los hechos que rodearon la renuncia del vicerrector administrativo Bernardo Méndez y las operaciones conducentes a la compra de Cedivi. A la fecha la comisión nombrada por el CU no ha sido invitada a discutir sus conclusiones y, en mi caso, al salvar el voto, el mismo no ha sido entregado al CU y solo recibí improperios, por la rectora en la sesión en la cual se mencionó su existencia mas no su contenido, por el hecho de mi identidad como miembro de la Facultad de Ciencias. Luego, se han solicitado explicaciones de otra desaparición de recursos del profesorado. Aún no tenemos explicaciones y las dudas siguen merodeando.
He citado esta muestra de la desviación y parte de la sombra que cubre a la UCV por ser la que conozco en detalle. No menos preocupante es la forma en que se conduce la máxima autoridad de la UCV, el CU. Es del dominio público la conformación de bloques a su interior y la marginación de los representantes del profesorado universitario. Los procedimientos, al menos lo conocido, son alterados sin explicación. Esto y más hunde el presente y compromete el futuro de la UCV.
Por último, el secretismo es el signo de la programación del tricentenario de la UCV. Imaginaba una muestra de la capacidad creativa de sus miembros profesores y estudiantes. El reconocimiento de sus integrantes más destacados, no elegidos a dedo, sino por juicio de pares, incluyendo el reconocimiento del mérito de sus empleados y obreros que hacen posible la actividad académica. Imaginaba, mensajes sustantivos a una comunidad nacional empobrecida, brutalizada y sin libertades políticas. Imagino, si recibiera esta misiva y fuese autoridad, que la respondería con explicaciones transparentes y comprobables, antes o después de la formalidad burocrática. La promesa bastaría: rectora, está en sus manos y en su conciencia.
Estimados colegas, estudiantes y otros miembros de la comunidad ucevista, esta comunicación es una invitación a repensar nuestra universidad y a rescatarla de su actual destino. Hoy es evidente que el poder mina el corazón, corrompe el espíritu y es enemigo de la razón.
Actuemos antes que sea tarde; borremos el luto e iluminemos el futuro