Aventado a la lejura
a los confines de las últimas
fronteras
Sólo me reconozco en el transtierro
de una raza de hombres que vivió
y murió hostigada escarnecida por
los vilipendios de la bota uniformada
Estrujado mi rostro
embadurnado de hollín
tras los incendios magnánimos
atizados por las hordas
preteridas
desarrapadas
desdentadas
humilladas
ofendidas
violentadas por los viles
insultos de la infame sevicia
emancipatoria
Me solazo en mitad
del día con la sola
compañía de un cirio
tímido que exhibe
anémica flama fatua
Pienso compulsivo
en el moroso desfile
de los minutos mortuorios
en tránsito inevitable a los
ríos estancados
Bajo los hechizos
encantados de una
colonia de limos intemporales
quédome absorto aterido
cual columna dórica
inane exangüe anodina
y me contemplo sin pausa
cayendo vertiginoso
aguas abajo
hacia los terribles acantilados
de mi fracaso de ave migrante
II
Mis discretas evasivas
no sirvieron de nada
Inventaba sofisticados
ardides para no lastimas
tu delicada sensibilidad
Fuí cayendo lentamente
bajo el fulgor de tus
hechizos alelantes
cada vez más inevitables
Con morosa parsimonia
me fui dejando ir por tus
insistentes embelesos
subyugantes y me dejaba
embriagar
lentísimo pero definitivo
por los dulcísimos licores
evanescentes de tus albas
y turgentes colinas que
miraban deseosas a los
cómplices cielos matinales con
tímidas tonalidades mandarinas
al fragor de dilatados minutos
multiplicados que daban cuenta de
un tiempo sin escrúpulos sin
ápice de vergüenza
me elevaste contigo en
temblores santificados y
me llevaste a simas inconfesables
hasta las cumbres cismáticas
de la débil carne pecaminosa
herética bajo la plácida sombra
de tu fragante árbol negro
que clamaba por mis lácteos frutos
interminables
Mis vívidas pulsiones deseantes
se consumaban en ti
una y otra vez
Yo regresaba a ti
con ardor insaciado
a por más
como si fuera la primera
vez
No sé,
en verdad nunca
supe
cuántas veces me
zambullí en el mar de
tus sargazos
y subía enajenado a la
superficie de tus cielos
renovados y desafiantes
después de cada incursión
Al fin desperté
sudoroso y visiblemente
perturbado y ya nunca más
fui el mismo.
III
El río Turbio
llevaba sus raudales
con las violentas corrientes
a puertos desconocidos
Cada día cada noche
cada nuevo amanecer
la insistencia del río.
me golpeaba raudo
contra los tristes mosures
de la desdicha.
Y las flores mortecinas
de la Bora celeste
vaciaban sus fragancias
melancólicas en mis
alforjas imaginarias
el espejo inmóvil que
siempre me refleja
devuelve infinitas imágenes
de otro tiempo que siguen
fluyendo en mis venas
de indómito aborigen
trashumante
Yo bogo contracorriente
por entre los meandros
de una aldea fluvial hostil
enclavada sobre los
arrecifes de una discordia
sin fin que naufraga implacable
la nave de la estulticia
Mi hogar es un lugar inaccesible
un espacio sin espacio
una forma de estarse inquieto
que se desconoce y se esfuma
cuando apenas intenta nacer en mí
Yo soy el beduino fluvial que vive
itinerante
huyendo de sí mismo
el meteco hostigado
por los poderes terrenales
del hombre
La lengua mancillada
que se impide narrar.
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