Si algo pega durísimo en el exilio es recibir las malas noticias, como esas que dan cuenta de la muerte de un amigo. Saber que desapareció físicamente un ser querido, uno de esos seres con quien mantuviste una amistad sincera; ese amigo que no te escurrió el bulto en momentos de dificultades o con el que compartiste momentos de alegría, de pesar y de luchas para recuperar la libertad de nuestra querida Venezuela, representa episodios que quedaran grabados en el libro de la memoria que nos acompañará toda la vida.
Chelique Sarabia es uno de esos amigos que se nos fue, dejándonos en esta existencia terrenal más de 2.000 canciones, muchas de las cuales seguirán sonando en nuestro pentagrama musical. En este exilio no hemos dejado de escuchar su nombre, porque Chelique es un artista universal, sus canciones, especialmente «Ansiedad», vibran en los tradicionales acetatos y en los medios que hacen sonar sus extraordinarias composiciones. Con Chelique nos unía una amistad maravillosa, la última oportunidad que lo tuvimos con nosotros, aquí en Madrid, quedará como un tatuaje en nuestros recuerdos. Fueron horas dedicadas a evocar aquella Venezuela en la que crecimos buscando su esplendor y cantándole a la esperanza de lograr un país desarrollado. Siempre acompañado de su amorosa esposa María de Jesús, y esa vez teniendo como contertulio al queridísimo «fantástico» Guillermito González, nos recreábamos en esos años en que la inmensa mayoría de los venezolanos solo pensábamos y soñábamos con una Venezuela más libre y más soberana.
Otro amigo que se nos despidió esta semana fue Américo Martín, al que conocí porque Américo fue uno de los símbolos de la lucha de juventudes de la que formó parte Antonio Ledezma. Era un político culto, bien formado, con capacidad de rectificar y de asumir sus errores, con una entereza admirable. Sus libros quedarán para la posteridad como un relato de lo que se hizo mal, pero sobre todo de la honestidad intelectual con que emprendían sus luchas, líderes de la talla y dimensión de Américo Martín. Con su inseparable Nancy Hernández, Antonio y yo, tuvimos con Américo conversaciones que más bien resultaban cátedras dictadas por ese hombre que era un torrente inagotable de vivencias y conocimientos.
En el Guárico de Antonio conocimos a otro gran amigo que también partió, Miguel Ángel Moyetones. Un dirigente socialcristiano con el que mantuvimos una amistad que hablaba de la capacidad de tolerarnos unos a otros, en medio de las diferencias ideológicas y de las diatribas políticas de cada coyuntura. Fue un educador insigne que se consagró al periodismo, llegando a instalar y dirigir un medio de comunicación en su natal estado Guárico: Diario La Prensa, que siempre abrió sus páginas a todos los exponentes de las más variadas ideas políticas.
¡Desde este exilio oramos por el descanso en paz de todos, mientras, seguiremos teniéndolos como ejemplo de amistad en las buenas y en las malas!