Si me ven bien vestido, limpio, peinado o tomando una copa de vino, los populistas o cualquier ridículo opositor a este régimen desahuciado dirán que soy un enchufado; que por no pertenecer al barrio marginal y por ponerme una camisa blanca o de buen color soy un ser infecto, traidor, amigo del crimen y de la perversidad. No entienden que al vestirme y sentirme complacido con el bienestar estoy cumpliendo con un acto de rebeldía, afirmando que no me estoy dejando aplastar por la mediocridad ni por los desafueros que han devastado a todo el país aislándolo del mundo, privándolo no solo de libertad y de gasolina sino de luz, agua, azúcar, leche y todo lo que está permitido digerir.
Algunos amigos se disgustan porque me niego a quejarme de la precariedad en que se ha reducido mi vida venezolana después de soportar los pasos de adecos y copeyanos, es decir, yendo y viniendo al compás del país en el que creemos vivir, pero que sin embargo padecemos. La luz llega y se va; también lo hacen el agua, la gasolina, la propia democracia que va y viene y se mueve de un lado a otro como si estuviera encaramada en un bote batido por el agitado oleaje del mar.
Los únicos que llegan pero jamás se van son los militares. Siempre están dentro o fuera de los cuarteles, hacen política uniformados y cuidan sin uniforme la residencia del mandatario. Tienen las armas y pretenden dialogar con civiles, enchufados o no, pero desnudos de coraje y desarmados.
Disfrutar de los placeres más simples del ser humano como podrían ser un helado de guanábana, un cafecito a las 5:00 de la tarde con una cucharadita de azúcar; caminar por aceras bien cuidadas y mostrar un buen par de zapatos o una corbata de seda italiana son signos del poder autoritario y voraz; pero para el populismo, inequívocas señales de sifrizuela.
Es cierto que en apenas veinte años el chavismo, apoyado en su propia torpeza delictiva, en el tráfico de drogas y en cualquier otro tipo de toxinas cubanas, rusas, turcas, chinas o de islámicos fundamentalismos logró devastar al país y ha dado lugar a las risas provocadas por el huracán que no pasó por Venezuela porque allí ya todo está arrasado.
Es nuestra chispa de humor, pero si hay algo que aún no está arrasado ni destruido por la insania madurista y criminal soy yo, y como yo muchos venezolanos que permaneciendo o no en el país, devorados o no por la diáspora, vestimos de limpio, calzamos buenos zapatos y tomamos una copa de vino chileno o argentino y, a veces, ¡raras veces porque es muy caro!, un escocés de mezcla, ligero, fresco y picante con un toque de humo como deben tomarlo con harta frecuencia los privilegiados que se restriegan en cómodos sillones del Círculo Militar.
Nuestra oposición política y los mandatarios de todos los tiempos han insistido en favorecer a los pobres, pero manteniéndolos en su triste pobreza y es aquí donde se congregan y se evidencian nuestros mayores fracasos porque no se trata de mantener a una población pobre que recibe dádivas, cajas CLAP y vergonzosas limosnas que contribuyen a reducirlos, a petrificarlos como gente ociosa y mendigante, sino que por el contrario deberíamos establecer impulsos de progreso y bienestar. ¡Que dejen de ser pobres, que asciendan y conozcan el desarrollo; se eduquen, se hagan seres útiles y emprendedores y sepulten para siempre los infortunios del barrio marginal, la aversión que sienten hacia los mas afortunados!
¡No todo está arrasado! Me invento cada día; trato de poner rectos mis torcidos pasos y me empeño en descifrar los enigmas del país; y al hacerlo, me afirmo y borro también con el ejemplo las retorcidas, ilegales e inmorales pisadas del régimen militar. No soy el único en practicar una ética civil, una nobleza de alma. No miro hacia el lugar donde se envanece y se lucra el poder político; prefiero mirar al cielo en búsqueda de señales que le permitan a mis 90 años, adelantarse al futuro. Lo más curioso es que siendo un hombre del siglo XXI descubro que anidan en mí las hermosas resonancias de tiempos antiguos que otorgaban divinidad a los pájaros cuando al volar trazaban caminos en el aire. Y estoy seguro de que la poesía que navega en mí contribuye a recrearme, a reinventar un nuevo país a pesar de los obstáculos que la ignominia pone frente a todos nosotros.
Vuelvo a decirlo: son muchos los venezolanos que dentro o fuera del país están reinventándose y en lugar de lamentarse, de dolerse y de lamer las llagas de sus agobios como si imitasen al sarnoso perro de San Roque hacen, por el contrario, esfuerzos de reciedumbre, se levantan, revolotean y se estremecen buscando nuevas ideas, nuevos caminos como seres del cielo y no hay ciclones ni huracanes que los espanten ni les hagan perder el rumbo.
El horizonte que algunos creen desvanecido por los ultrajes que el oprobioso régimen militar perpetra contra la civilidad surge espléndido y luminoso cada vez que nos reinventamos inventando un país.
¡Lamentablemente asombramos mal al mundo! El nuestro es un país petrolero, pero carece de gasolina y en la misma latitud y longitud, en la misma geografía física y humana, con los mismos ríos, el mismo mar y las mismas montañas, coexisten dos países esencial y ridículamente opuestos. Uno, civil; el otro, militar. Dos presidentes: uno, intolerante e impresentable, ilegítimo y usurpador apoyado en unas armas que en lugar de defendernos nos amenazan y otro, civil, apoyado por mas de treinta países equilibrados y decentes. ¡Coexisten también dos Asambleas Legislativas. ¡Dos países y como es de esperar, no hay ningún país!
El presidente autocrático, ilegítimo, populista y usurpador cuenta con escasos seguidores y se atornilla en el poder con diabólicas artimañas y convoca a elecciones que nunca pierde, pero que tratan de reafirmar frente al mundo su “talante democrático”. (¡Elecciones que recuerdan a los caballos de Juan Vicente Gómez que de manera inexorable “ganaban” todas sus carreras en el hipódromo!). Además de las armas, el Impresentable dispone a su antojo de todo el dinero que derraman el poder y las drogas.
El otro presidente, inmarcesible y civil, cuenta con prosélitos. Algunos creen en las elecciones; otros, en diálogos reiterados e improductivos con el tirano y otros más en sacar al déspota a patadas, pero se agreden entre ellos, se traicionan constantemente y convierten a la oposición en un inútil archipiélago de oscuras ambiciones. ¡Ese es el verdadero huracán que nos destruye!
¡Y sobre ese estéril e inservible archipiélago vuelan las aves que trazan caminos en el aire!
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