Los traumas son definidos según el Diccionario de la Lengua Española como un choque emocional que produce un daño duradero en el inconsciente, quien más que Norman Manea, tendría la capacidad para entender la extensión de los traumas. Norman Manea vivió entre los horrores de los dos totalitarismos más crueles de la humanidad, durante cincuenta años fue aplastado primero por el horror del nazismo, al ser deportado al campo de concentración de Transnitria en Ucrania, lugar al cual Manea llamaba “Lager” y luego fue seducido por el comunismo rumano, para ser objeto del ostracismo y la lapidación pública, a través de la lengua empobrecida del régimen del horror de Ceausescu
Abordar el trauma del miedo supone la tarea hermenéutica de revisar algunas obras de Manea, entre ellas El sobre negro, una ficción en la cual el autor presenta “un relato desbordado de delaciones, intrigas y perversidades en torno al partido único de la Rumanía comunista” (Manea, 2008), en esta obra se presenta un clima de “pesadilla y claustrofobia social de una sociedad aplastada bajo el régimen demencial de Ceausescu, sin embargo en medio del copamiento, se producen ciertos vientos de libertad, acciones de locura y el alienamiento colectivo que sólo el miedo es capaz de generar en una sociedad aplastada” (Manea, 2008).
Son justamente los actos de deliberada felicidad y locura libertaria, en medio del terror dictatorial, los que imponen una atmosfera de “Felicidad obligatoria” en esta serie de relatos, que narran como un ligero acto de libertad hacia una presa por parte de su verdugo, describen la inconsistencia de la iniquidad, además de presentar los actos de hipnosis colectiva en apoyo a la revolución rumana, lo cual imprime al lector la capacidad de ser trasladado hacia un Estado policiaco, grotesco y temible” (Manea, Felicidad obligatoria, 2007), de este libro Manea toma la personalidad histriónica de todos los dictadores y escribe Payasos el dictador y el artista, en esta obra de circo trágico como homenaje a Fellini, en esta obra se descarnan las relaciones crueles de los dictadores con los oprimidos, relaciones basadas en el histrionismo que encubre una ferocidad sin precedentes, las interacciones de dos payasos perversos que encarnan a Ceausescu y a una mixtura entre Hitler, Stalin y Mussolini, nos presentan las crueldades normalizadas y mimetizadas tras los hechos del nihilismo abyecto.
“Uno de los payasos es el dictador rumano Ceaucescu (antes fueron Stalin, Hitler, Mussolini): histriónico, megalómano, de una ferocidad sin paliativos, esquilmó moral y económicamente al país y lo hundió en el miedo, la desidia y la miseria. El otro payaso es el artista, obligado a esquivar las bofetadas del primero, es decir, la censura, las amenazas y prohibiciones de todo tipo. Con humanidad y desencanto, Manea nos recuerda el heroísmo cotidiano de tantos intelectuales, contra la dictadura y la intoxicación ideológica, pero también las turbias complicidades de otros o la culpable miopía de Occidente ante el déspota rumano” (Manea, Payasos, el dictador y el artista, 2007)
En esta obra se representa la descarnada y desigual lucha entre los intelectuales, en medio de una sociedad lingüística, cognitiva y espiritualmente intoxicada, la soledad y el ostracismo al cual son sometidos los pocos intelectuales, que intentan alertar sobre el copamiento de la libertad, frente a una suerte de expansión perversa de toda forma de malignidad, de nuevo el miedo a lo concreto de la violencia o a la presencia simbólica de la misma, son la bisagra de acción de esta obra, que explica las personalidades histriónicas de aquellos que han esquilmado a sus connacionales, les han expoliado el bienestar y les hunden en la más inhumana manera de llevar la vida.
Siguiendo en el análisis de Manea, nos encontramos con su portentosa obra autobiográfica, El regreso del huligan, un huligan es un rebelde, sedicioso, subversivo, que se plantea regresar a su patria, en este caso Rumanía. En sus líneas Manea, tuerce la palabra y troca el horror en belleza, para resistir los embates de una existencia marcada por el trauma, inicialmente aquel de la infancia en la Transnitia ucraniana, ese campo de concentración, en donde siempre fue cubierto por el amparo de sus padres, frente al explícito horror de la muerte, para ser rescatados e insertados en una sociedad policiaca, bajo un estado de sospecha perpetua, del cual “es imposible escapar ni siquiera a través de la literatura” (Manea, El regreso del huligan, 2006), en esta obra autobiográfica se advierte como el protagonista es atrapado en su adolescencia por un ciclope totalitario e ideológico, que logra seducirlo, pero del cual el protagonista logra escapar, utilizado por el partido único, se presenta entonces la etapa de su desempeño profesional como un ingeniero mediocre y finalmente como un escritor castrado y espiado, por amigos y enemigos, un expoliado rechazado por negarse a las pamemas del régimen, hasta el punto de ser un intelectual rechazado por los círculos de intelectuales oficiales, un sujeto que fue víctima de tanta carga de animadversión, asume el exilio como un escape del horror, y justamente al cambiar las realidades políticas de su país de origen, se pregunta sobre la posibilidad del retorno, una vez que ha asumido un estadio de claridad, basada en el autorreconocimiento, el respeto y la dignidad, que parecen no hacer juego con una sociedad traumada bajo el yugo del totalitarismo.
“Únicamente el reconocimiento del error puede marcar una ruptura auténtica con ese error. ¿Acaso no es la honestidad, a fin de cuentas, el enemigo moral del totalitarismo? ¿Y no es la conciencia (el examen crítico de las preguntas incomodas es decir el compromiso ético y lúcido) la prueba última del distanciamiento de las fuerzas corruptas de la ideología totalitaria? Fuerzas etas en absoluto simples y directas, que actúan por vías indirectas y complejas sobre la vulnerabilidad humana” (Manea, Payasos, el dictador y el artista, 2007)
En la cita precedente, se sacude la existencia en una atmósfera marcada por la sospecha, la propensión policiaca de un totalitarismo delirante y el miedo como factor común de este drama humano, los individuos pueden ser sometidos a cruentos procesos de deconstrucción ontológica, el ser reducido a la nada, aplastado en medio de una sociedad que sirve de circo para la crueldad. El trauma lacera y marca a las sociedades, las hace disfuncionales, aluvionales e improvisadas, inestables y sujetas a toda suerte de riesgos y hechos sobrevenidos, que devienen horror, persecución y repudio.
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