La mentada frase “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos” se suele atribuir a Porfirio Díaz. Si bien se conocía desde hace tiempo, el primero en recogerla por escrito fue el periodista Nemesio García Naranjo, en 1962. Recientemente, en 2021, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), con un rictus entre irónico y pacato, la reformuló como: “Bendito México, tan cerca de Dios y no tan lejos de Estados Unidos”.
Si bien AMLO buscaba agradar a una delegación de Estados Unidos encabezada por Antony Blinken, su conducta refleja su determinación por reescribir la historia mexicana en función de sus intereses políticos. Entre ellos, perpetuar su programa de la 4T o Cuarta Transformación, para reformar las estructuras políticas, económicas y sociales del país. Ahora bien, tras cinco años de gobierno, los resultados son mediocres, pese a mantener una alta popularidad.
Cuando en 1962 García Naranjo constató la lejanía mexicana de Dios, el dominio del PRI era omnímodo y omnipresente, a tal punto que Mario Vargas Llosa hablaría de México como ”la dictadura perfecta”, eso sí, con poca precisión.
Esto no impedía la primacía del “dedazo”, el mecanismo que permitía “destapar” el nombre del sucesor del propio presidente. Era un acto omnipotente, ajeno a cualquier atibo de democracia interna, pero hoy mucho ha cambiado y la democracia mexicana es más fuerte y con instituciones más sólidas. Esto también permitió que un político populista, con un lenguaje barroco, decimonónico y sesgado a la izquierda, accediera al poder.
Quizá por el peso de los cambios, por la consolidación de la democracia o por disimular sus orígenes priistas, de cara a las elecciones presidenciales de 2024, AMLO decidió impulsar un proceso de selección interno para designar al candidato de su partido (Morena) y de la coalición electoral con los partidos instrumentales Verde Ecologista Mexicano (PVEM) y del Trabajo (PT). Más allá de la ilegalidad, ya que según la ley electoral todavía no se puede hablar de candidatos, el resultado no será producto de elecciones primarias sino de diversas encuestas.
Estas permitirán al presidente elegir al “coordinador nacional” de Morena. Si bien no es un dedazo, se le parece bastante. No solo por la permanente injerencia del presidente para alcanzar un resultado claro, sino también por la constante superposición entre los intereses del Estado y los del partido y por la inversión de ingentes recursos públicos en la empresa. Hoy, los mejor posicionados son Claudia Scheinbaum, exjefa de Gobierno de la Ciudad de México, y Marcelo Ebrard, exsecretario de Relaciones Exteriores.
La oposición ha iniciado un proceso similar pero diferente, con el propósito de no perder el tren de la oportunidad y no dejar la iniciativa política en manos de AMLO y sus “mañaneras”. El Frente Amplio por México, suma del PAN, PRI y PRD, ha combinado los debates entre candidatos, con encuestas y una votación final para elegir a su portavoz.
Si bien las finalistas fueron las senadoras Xóchitl Gálvez (PAN) y Beatriz Paredes (PRI), en un proceso caracterizado por su originalidad y por haber llegado a buen puerto, más allá de las dificultades iniciales, finalmente el PRI retiró a su candidata.
El 3 de septiembre se formalizó la candidatura de Gálvez, aunque habrá que esperar al próximo 6 para conocer al representante de Morena. Esto será posible tras develarse el resultado de cuatro encuestas encargadas por la cúpula del partido. Si esto culmina como está previsto, es muy probable que en 2024 haya un duelo entre dos mujeres, la oficialista Claudia Sheinbaum y la opositora Xóchitl Gálvez, algo impensable en el pasado inmediato en un país tan machista como México.
Hasta hace pocos meses atrás se descontaba el triunfo de Morena y la continuidad de la 4T, un extremo respaldado por la demoscopia. Hoy, la incertidumbre ha subido, y si bien no lo suficiente, ha aumentado. Por eso, se esperan unas elecciones disputadas y muy polarizadas. Un hecho importante que permitió llegar hasta aquí es la unión de la oposición, algo hasta ahora impensable en buena parte de América Latina, como atestigua lo ocurrido en Venezuela, Bolivia, Nicaragua o Ecuador.
Tampoco se debe olvidar el factor humano, es decir, la aparición de Xóchitl Gálvez, una política poco al uso, emprendedora y de centro derecha, con raíces indígenas y populares, que de momento ha sabido renovar las expectativas opositoras y provocar el rechazo de AMLO.
Frente a lo que ocurre en otros países, sus propuestas políticas huyen del populismo, de estridencias facilonas y de discursos sensibleros. Tampoco necesita invocar a Nayib Bukele para criticar la iniciativa frustrada de “abrazos, no balazos” del presidente, más allá de los eslóganes y de la propaganda oficialistas.
Queda mucho tiempo hasta junio de 2024, pero ya se sabe que el paseo militar soñado por AMLO para consolidar su 4T está siendo más complicado de lo que parecía. La sociedad civil y las instituciones se han expresado. Y todavía queda por ver, en el caso de ser elegida presidenta, si la fidelidad de Sheinbaum con su mentor es la que él espera o si, por el contrario, tras matar al padre y traicionar su legado, inaugura una época diferente y lejana de la anterior. No es algo nuevo. Ya ocurrió con Néstor Kirchner y Eduardo Duhalde en Argentina. O con Lenín Moreno, en Ecuador, Luis Arce, en Bolivia, y tantos otros, que recorrieron el mismo camino.
Carlos Malamud es Catedrático de Historia de América de la Universidad Nacional de Educación a Distancia e investigador principal para América Latina del Real Instituto Elcano.
Artículo publicado en el diario Clarín de Argentina