Un sistema socioeconómico y político atraviesa por una transición cuando cambia gradualmente de su modo original a otro distinto. No se trata de una revolución, sino de un cambio gradual, de transformaciones lentas y a veces imperceptibles.
Esto implica la coexistencia de características viejas y nuevas de cuya correlación de fuerzas se puede predecir el resultado final de la transición. Ese cambio no es instantáneo ni integral, no abarca todos los componentes del viejo orden que se resistirá siempre a desaparecer. Y si la transición no se completa bien, el viejo orden se puede restaurar.
La transición no es un simple cambio de mando político, implica también la emergencia de un nuevo sistema socioeconómico liberador de la pobreza, caldo de cultivo para la opresión política. Por eso, la transición no necesariamente tiene que ser primero política para que luego esta impulse la económica. El proceso se puede dar al revés, puede ocurrir primero una transición económica que desemboque en una transición política.
En cualquiera de los casos, no será un proceso rápido, llevará tiempo cerrar la brecha entre lo que se tiene y lo que se quiere. Apostar primero a la transición económica puede ser la vía más rápida para lograr la transición política, y no al revés. La transición económica puede crear las bases materiales para la transición política al liberar de la pobreza a vastos sectores de la población que antes dependían de las políticas clientelares de dominación
Con una oposición dividida por pugnas internas, la transición hacia la democracia política y económica puede resultar más lenta si se apuesta primero al cambio político como condición para impulsar los cambios económicos. Peor aún, si la transición política no logra impulsar una transición económica -entendida esta como un proceso de liberalización y apertura que conduzca al crecimiento de la economía y a la generación de nuevas fuentes de trabajo estables y bien remuneradas para liberar a las grandes mayorías de la pobreza-, el viejo orden que se creía superado puede ser restaurado.
Es necesario advertir, entonces, que si la transición económica no resulta de un acuerdo entre las fuerzas políticas en pugna y la estabilización se logra como resultado de la apertura unilateral que impulsa el régimen, el mérito será solo para el gobierno y esto puede derivar en una prolongación del régimen en el poder. Por eso, Maduro ha optado por aliviar la crisis económica y, por esta vía, abrir las puertas a una negociación política con los factores de la oposición electoral que sus rivales internos llaman colaboracionistas.
Cambio económico sin cambio político
Hasta ahora, los cambios políticos se han planteado como condición previa para poder impulsar los cambios económicos que el país necesita. Sin embargo, medidas como levantar el control de cambios, abandonar el control de precios, eliminar los aranceles para la importación y permitir la dolarización informal de la economía han servido para reactivar algunos sectores de la economía y desacelerar la hiperinflación. Y con una oposición desgastada por sus contradicciones y pugnas internas, una mejoría en la situación económica puede contribuir a aumentar la opción de los candidatos oficialistas al Parlamento.
El correcto análisis de los escenarios económicos para 2020 tiene que tomar en cuenta los escenarios políticos planteados para ese mismo año. Se trata de un año en el que constitucionalmente están previstas las elecciones parlamentarias y, para prolongar la impresión de mejoría que se está sintiendo en el país y aumentar su probabilidad electoral, el gobierno flexibilizará aún más los controles y abrirá la economía a la inversión privada nacional y extranjera. Venezuela se enfila hacia una versión tropical de autoritarismo hegemónico neoliberal.
@victoralvarezr