Considerado un reduccionismo por la otrora intelectualidad podemista española, corroboramos que la lucha de clases no es el motor de la historia ni el partido leninista su principal propulsor. Agravada exponencialmente la herencia venezolana de la centuria anterior, no otra que la de un agotado rentismo petrolero que todavía no consigue una fuente alterna de supervivencia, real y concreta, todo lo explica o dirá explicarlo el más obsceno estereotipo fundado en el resentimiento social por motivos económicos, étnicos, corporales, partidistas, o de cualquier otra invención que incluye la personificación caprichosa del victimario y el consiguiente e inapelable escarmiento.
El conflicto es el de los imaginarios sociales que ahora requieren de una atrevida actualización, según convenga al poder establecido urgido de evadir su responsabilidad sobre esta ya perpetua calamidad nacional, traspapelándose en medio de las circunstancias reales o artificiales, eso sí: armado y armamentista. No obstante, el asunto no está en las limitaciones o inexistencia de una normativa que, además, se dio tempranamente, añadida la práctica e interpretación forense correspondiente, sino en una narrativa capaz de validar todo planteamiento, estratagema y acción continuista.
Dos rutas conducen hacia la presunta renovación de un lenguaje de y del poder en las vísperas de unos comicios que desinhibida y directamente ha administrado, evitando en lo posible un error de cálculo semejante al de 2015. De un lado, reservado para sus adeptos más cercanos un apasionado sectarismo que apuesta a la simultánea salvación de todos, negando la posibilidad de que la haya selectiva o individualmente, deja para las masas o lo que queda de las clases subalternas el lenguaje patriótico, encubridor del apoliticismo que, por cierto, les visó el ascenso a la dirección del Estado un cuarto de siglo atrás; y, de otro, la celeridad que el régimen le ha imprimido en su tránsito hacia una definitiva criminalización de la oposición, ideando tipos o subtipos penales que esperan también por la opinión de los especialistas, pues, no sólo a los dirigentes políticos o a los opinantes de oficio les concierne una materia que ha de prometer y escarbar en una distinta criminología y criminalística.
Hay quienes suponen que el llamado a una discusión semejante, con el concurso de los académicos, nos distraerá de un modo contundente respecto a la muy específica coyuntura electoral que nos convoca, acaso, desconfiando del sentido común de la gente y aceptando la transgresión del lenguaje mismo que permite y permitirá increíblemente reglamentar el antifascismo desde actitudes o posturas que son fascistas. La sola lectura de un autor marxista de creadora flexibilidad, como Antonio Gramsci, por ejemplo, contribuye a una perspectiva de análisis cada vez más necesaria en torno a la amarga experiencia suficientemente padecida, en lugar de las manías panfletarias que le restan profundidad al mensaje.
Ocho años atrás, dijimos del propósito oficial de forzar y modelar artificialmente una oposición fascista, como siempre ocurrió u ocurre con el socialismo real (https://www.youtube.com/watch?v=XQccTBfwrR8&t=325s), subestimada toda polémica. Hoy, el ensayo es el de una inaceptable caracterización lombrosiana que aspirará a hacerse el idioma político por excelencia en el paradójico esfuerzo de despolitización de los venezolanos.
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