“Se trata de un fiasco político. Cualesquiera que hayan sido las razones que motivaron esta decisión, creo que ella beneficia a Nicolás Maduro y a todo el aparato de la usurpación. Se eliminó el contrapeso legítimo que oponía el nivel nacional e institucional a la fuerza dictatorial …”, así tipifica Gustavo Tarre, uno de nuestros más diestros políticos y juristas, la reforma del estatuto de transición a la democracia de la Asamblea opositora y la destitución de Juan Guaidó.
Es muy probable que a la oposición de estos decenios se les considere entre las más obtusas de nuestra historia, al menos que ha llegado a serlo. Y estoy seguro de que esta acción de los tres partidos –lo de partido es un decir– está en la cresta de la ola de esa gesta, ojo, compartiendo desatinos y mediocridades con el cuarto, hoy agredido. Ya los constitucionalistas y no pocos honorables que van quedando han hablado y claro, de manera que no vale desmenuzar las razones del fiasco. Pero sí señalar dos cosas.
La primera, obvia, que es la continuación opositora de años de silencio, mezquinas rivalidades, ausencias inexplicables, pies en polvorosa, proezas surrealistas y creciente acercamiento a la vil dictadura de casi un cuarto de siglo y que destruyó el país de cabo a rabo y a todos los niveles. Sobre todo, hay que precisar, en el madurismo, en la era del Superbigote y los millones de migrantes. Logramos acabar con la política, literalmente.
Con lo cual aclaremos, no restamos un milímetro de responsabilidad a la canalla que nos gobierna, que acabó o dañó tantos millones de vidas, la mía entre ellas, muy probable la tuya que a lo mejor me lees. A lo cual hay que añadir que es que tampoco estábamos llenos de esperanzas de unidad y victoria para el futuro cercano, pero no había que degradarnos más, todavía más. No hay que ocultar tampoco, es muy importante, que los déspotas no están en su peor momento, ni mucho menos: han hecho amigos robustos y significativos enemigos se han hecho olvidadizos de nuestras penas en la región y el planeta; y por allí se manejan números económicos, algo curioso para no enredar más el enredo, hasta los de Encovi. Y la mucha gente pobre trata de sobrevivir y la escasa rica de gozar de bodegones y mayamis, razones contradictorias pero al carajo la Constitución y dignidad y fraternidad.
En un documento ajeno al saber y a la lógica misma hay dos razones mayores para la reforma de marras. El menor es que alguien se cogió una plata, tema oscuro y sin nombres propios, y por eso hay que sacar a Guaidó así haya unanimidad plena sobre su honestidad sin sombra y no ir a los tribunales con acusados y pruebas en mano. Pero, la gran premisa es que se le pasó el tiempo sin lograr el gol necesario para vencer, como suele hacer Messi. Está bien, pero lo dicen tipos que tienen más de veinte años tratando de hacer algo, en los períodos en que no desaparecen de la escena política y del país mismo, y que han hecho de la política un oficio poco altivo. Se sugiere, claro, otra política pero ni se asoma cuál podría ser, más allá de picarle el ojo a Miraflores o atender a razonables temores. Por cierto que nadie negará el valor extremo de Juán sin miedo, que es antológico, sobre todo en tiempos en que no existen siquiera hábitos infaltables en tiempos dictatoriales, verbigracia como el clandestinaje.
Por cierto que sigue el silencio de tirios y troyanos. Debe ser la Navidad prolongada.